ECONOMíA › SAMIR AMIN, ECONOMISTA
El duro mundo capitalista después del capitalismo
Egipcio, autor de la teoría de “la desconexión” es un duro analista de la nueva economía mundial, en la que nos ve condenado a un lugar servil: exportar con eficiencia viviendo en la mayor pobreza. Su análisis de cómo combatir “el precapitalismo.”
Por Claudio Scaletta
El prestigioso economista egipcio Samir Amin, autor de numerosos trabajos que contribuyeron a la teoría de las relaciones centro-periferia, entre ellos la célebre teoría de la desconexión, describió a Página/12 su visión de las contradicciones que experimentan las economías centrales. En especial, las razones de Europa y Japón para financiar el déficit estadounidense y la necesidad del capitalismo global de recurrir sistemáticamente a la violencia como estrategia de gestión. Invitado por el Instituto de Estudios y Formación de la CTA que dirige el economista Claudio Lozano, y por la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, Amín, quien preside el Foro del Tercer Mundo, habló también de los desafíos que el nuevo esquema de relaciones de poder internacional plantea a América latina y a la Argentina: construir un nuevo sujeto social que sea capaz de avanzar, al mismo tiempo, en las dimensiones sociales, económicas y de mayor independencia de los centros capitalistas, pero sin caer en la ilusión del Estado desarrollista, el que ha demostrado conducir a una mayor desigualdad.
–En los ‘90, en la Argentina se entronizó la concepción que asociaba la inserción en un mundo global con el alineamiento a Estados Unidos. ¿Cuál es el margen de maniobra que conservan las economías periféricas?
–La Argentina y América latina en su conjunto, tiene un desafío de tres dimensiones. La primera es profundizar la democratización en todos sus aspectos y no reducirla a una marca de fábrica en la que sólo haya partidos y elecciones. Segundo, el progreso social, y no estoy hablando de socialismo. La política debe disminuir las desigualdades sociales, que en América latina son las más escandalosas del mundo entero. La tercera es ensanchar sus márgenes de independencia respecto del sistema mundial imperialista y específicamente de Estados Unidos. Si uno mira la historia reciente del continente, no se ha visto ningún régimen que haya intentado avanzar en las tres dimensiones. Por un lado tenemos las experiencias nacional-populistas, como la de Juscelino Kubitschek en Brasil, la de Perón en la Argentina o Nasser en Egipto, por hablar de otra región. Se trató de regímenes que hicieron avances sociales y en independencia nacional, pero sin democracia. Por otro lado, considerando las experiencias de Cardoso en Brasil o de Alfonsín en la Argentina, se observa que avanzaron en la democratización, pero con estancamiento en lo económico y retroceso en lo social. Ahora la pregunta con Lula y también con Kirchner, es si hará avanzar el país en las tres direcciones.
–¿Y cuál es su respuesta?
–Eso puede saberlo usted mejor que yo, pero no soy muy optimista. Creo que dependerá de lo que suceda en cada sociedad. La duda con Kirchner es cuál será la base social para apoyar su gestión para enfrentarse con quien debe enfrentarse. Esto supone tener un apoyo de por lo menos el 70 por ciento de la población, tanto en la Argentina como en Brasil. Esa fuerza social hoy no es evidente, más cuando se trata de enfrenarse con una burguesía que funciona como clase auxiliar de los intereses del capitalismo global.
–Se tiene la impresión de que avanzar en los tres planos sólo es posible, siguiendo sus aportes conceptuales, por una “desconexión relativa”. Pero en condiciones particularmente difíciles, porque en la Argentina el sujeto que podría llevar adelante esta desconexión, la burguesía nacional, ha desaparecido.
–También debe eliminarse la ilusión de tipo soviético, china o nacional populista de que es el Estado per se, a un nivel abstracto, quien puede cumplir el rol que antes correspondía a la burguesía nacional.
–Tal vez lo que esté en crisis sea la idea del Estado desarrollista.
–La desconexión parcial no es ahora seguir el camino del centro, sino hacer algo distinto. Ese es también el desafío de las izquierdas y de los movimientos sociales, tener propuestas y formas de lucha que no sean finalmente asociadas a las demandas de un Estado desarrollista. Es decir, que no estén sólo en función de alcanzar el desarrollo industrial, porque eso es el estalinismo y la experiencia ha demostrado que se trata de un camino que conduce a una mayor desigualdad. Se trata entonces de sustituir el desarrollismo de Prebisch, que es un desarrollismo dirigido por la burguesía, por un desarrollismo popular.
–¿Y cuál sería el sujeto que conduciría este nuevo proceso?
–Ese es el desafío real. La CTA es un ejemplo de una alternativa de hacer surgir un nuevo sujeto histórico. La clase obrera en un sentido nuevo: los trabajadores. Se trata de decirle que no a la estrategia del Banco Mundial según la cual el futuro está en el “precapitalismo”, en una economía dual, con un sector moderno de exportación y un sector de trabajadores sin capital que se las arreglan para sobrevivir de alguna forma mediante la ayuda de las ONG. Y esto es lo que se vende como economía popular, no sólo en América latina, sino en todo el tercer mundo, inclusive en China, en Rusia y en los países árabes.
–¿Cuál es el lugar de los sectores medios?
–En el pasado, la estrategia del capital dominante y las burguesías compradoras de la periferia (clases auxiliares), con dictaduras o sin ellas, incluyó a los sectores medios, los que también se beneficiaron con el desarrollo dependiente. Hoy, con el retorno a formas precapitalistas eso está dejando de ocurrir. Por eso, el capitalismo se vuelve violento. Pero eso también es insostenible y demanda soluciones que presuponen la gestión del caos, con intervenciones militares permanentes.
–¿Cuál es la vigencia del concepto de tercer mundo en una realidad unipolar?
–Un mundo unipolar no quiere decir un mundo homogéneo, sólo quiere decir que existe un único centro. El hecho de que en vez de muchos imperialismos exista uno solo, no saca nada a la polarización entre centro y periferias. Hasta la Segunda Guerra mundial no hay un imperialismo, sino distintos imperialismos enfrentados agudamente, violentamente entre sí. Después de las grandes guerras lo que se ha visto es una unificación del campo capitalista, es decir, entre Estados Unidos, Europa y Japón. Se podía pensar que esta unificación resultaba fundamentalmente de razones políticas: el temor al comunismo. Pero en los hechos, terminada la Unión soviética se ha visto que el campo occidental permanecía integrado como una unidad. Se puede concluir entonces que no hay un cambio cualitativo, tenemos un solo imperialismo formado por la tríada.
–Más allá de esta unificación, en un trabajo reciente usted destacó los particularismos de la ideología estadounidense frente a la europea.
–Hay que distinguir radicalmente el plano económico del plano político. En el plano económico los segmentos del capital dominante, quiero decir el capital transnacionalizado, tiene los mismos intereses fundamentales y la misma visión homogénea en todos los lugares del mundo, llámese norte, sur o periferia. La prueba puede encontrarla en la Argentina con las privatizaciones. ¿Quiénes se hicieron cargo de los sectores más interesantes de la economía pública? Pasaron a manos del capital estadounidense, del capital español, del capital francés. Esto es del capital transnacional. Las diferencias entre Estados Unidos y Europa, entonces, no son al nivel económico, al nivel de los intereses dominantes del capital monopolístico, sino a nivel de la ideología y de la política. Y cuando se habla de la política se necesita hablar de la ideología en general y de la historia de las formaciones sociales. En las raíces históricas de la modernidad, que nace en Europa, hay dos tiempos. La primera etapa es la de la filosofía iluminista hasta la revoluciónfrancesa. Es la etapa de cristalización de la ideología burguesa. La segunda fase, que se inició a mediados del siglo XIX y se amplió en el XX, es la etapa de surgimiento del movimiento obrero y el socialismo, incluido el marxismo. Como resultado de estas dos etapas se forma en Europa una cultura que tiene un corte entre izquierda y derecha. Independientemente de sus matices, sea reformista, sea revolucionaria, la izquierda es resultado de la puesta en cuestión del régimen burgués. La situación de Estados Unidos es radicalmente diferente, en su tradición no existe la herencia crítica del iluminismo. Su ideología es más bien la de las Brujas de Salem, la de las sectas religiosas. Debe considerarse que la industrialización de Estados Unidos se produce en paralelo con las sucesivas capas migratorias provenientes de Europa, migraciones que impidieron la consolidación de una conciencia “política” de clase, porque la lucha de clases ocurre de todos modos. En otras palabras, la conciencia política de clase es ahogada y sustituida por una conciencia comunitaria.
–¿Hay entonces una sola visión del mundo, la del capital?
–El capital tiene una visión colectiva de sus intereses globales y respecto de sus relaciones con el sur y su heterogeneidad. En el plano económico esta visión se expresa a través del discurso único del FMI, el Banco Mundial y, especialmente, la OMC. Es en la visión política, que es también militar, ya que hoy no se puede gestionar el mundo sin recurrir al poder militar, donde aparecen las diferencias entre Europa y Estados Unidos. Desde el punto de vista de la gestión global del sistema, Estados Unidos posee una ventaja que es la superioridad militar. Esto es lo que le permite proponerse como líder natural y pedir a Europa un alineamiento incondicional a su estrategia. En otras palabras, utiliza su poderío militar para compensar su debilidad o ineficiencia económica frente a Europa y Japón. Esto se expresa en el déficit externo norteamericano que en los ‘90 pasó de 100 mil a 500 mil millones de dólares.
–¿Usted sostiene que este déficit se explica por la ineficiencia económica de Estados Unidos?
–El déficit se produce en todas las ramas de la producción, en las de alta tecnología, en las estandarizadas o fordistas, e incluso en la agricultura. En una diplomacia basada en el control militar del planeta, Estados Unidos interviene haciéndose financiar sus déficit por los europeos y los japoneses. Es en este punto donde se establece la principal contradicción entre los intereses de Europa y Estados Unidos. Los europeos son obligados a financiar este déficit y no pueden evitar de hacerlo sin poner en tela de juicio la dominación política y militar.