EL PAíS › HABLA ALFREDO FANCHIOTTI, EL COMISARIO DE
LA MASACRE DE AVELLANEDA, DESDE EL PENAL
La mente de un asesino
Cargado de expedientes, con la mirada fría, se toma su tiempo para dar su versión de la masacre de Avellaneda y del asesinato de Kosteki y Santillán. Pese a las muchas fotos y videos, niega que disparó con postas de plomo. Le echa la culpa a superiores y subordinados convenientemente prófugos y no para de hablar de “mis órdenes”. Y hasta dice que quiso ayudar y le tocó “la pancita” a una embarazada asustada.
Por Laura Vales
Viene por el corredor, rodeado de tres guardias que lo traen sin esposar, flaco y encorvado, con una bolsa de plástico de la que asoman fotocopias del expediente y recortes de diarios. Sin la gorra de policía que usaba cuando la masacre de Avellaneda, su pequeña cabeza calva brilla bajo las luces del pasillo. En contraste con los celadores de uniforme azul, la figura de Alfredo Fanchiotti parece aún más mínima de lo que es. Todo en él transmite una idea de insignificancia: el cuerpo esmirriado, las pequeñas manos de pájaro, la mandíbula que se angosta en un triángulo bajo la línea seca de la boca. Menos los ojos y la voz: el ex comisario tiene una mirada fría, las pupilas son dos puntos negros que vigilan al otro desde un abismo de distancia, algo ajeno, difícil de definir. Y usa una voz sin emoción con la que hablará durante dos horas, dando detalles de la muerte con precisión de cirujano o perverso.
Fanchiotti está detenido en la cárcel de Magdalena, a dos horas de Buenos Aires, pasando La Plata. Al llegar al lugar, en el campo, los visitantes encuentran una cruz de cemento, una capilla blanca y el muro gris del penal, con sus casetas de vigilancia en lo alto. En la puerta de la Unidad 35, donde un guardia pide documentos, el silencio acentúa el aislamiento. No se oyen voces ni autos, solamente el zumbido del motor de un tanque de agua.
Página/12 le pidió una entrevista varios meses atrás. Fanchiotti accedió el 27 de junio pasado, la mañana siguiente a que se cumpliera un año de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki. Desde entonces, hubo que hacer los trámites para entrar. El comisario que quedó filmado y fotografiado mientras disparaba a los manifestantes en la represión que dejó dos muertos y 33 heridos con balas de plomo, en una cacería que provocó el adelantamiento de las elecciones, relató con tono desprovisto de angustia los detalles del operativo. Acusa a dos comisarios que fueron sus superiores: el subjefe Mario Mijín (denunciado por su participación durante la dictadura en el Destacamento Arana, uno de los campos de concentración de La Plata) y el jefe Félix Osvaldo Vega (hombre de confianza del intendente de Lanús, Manuel Quindimil) de haber participado en el armado de la represión, dando las órdenes y manteniéndose a la vez lejos de la escena para no quedar involucrados.
Fanchiotti dice que Vega le ordenó la cacería de manifestantes cuando supo que en la estación de trenes de Avellaneda había dos muertos. “A mí el jefe de la Departamental me ordenó hacer detenciones. Lo hizo en forma tajante, porque yo le había comunicado que al ingresar al hall de la estación había encontrado a una persona que estaba grave, aparentemente muerta (por Maximiliano Kosteki) y otra que estaba herida, que se trataba de Darío Santillán. Entonces él me dijo ‘Quiero detenciones, tenés que hacer detenciones’, como para justificar de alguna manera... digamos, la situación de estas dos personas, Kosteki y Santillán.” También asegura que los comisarios “sabían que ese día iba a haber quilombo”.
–¿Qué instrucciones tenía usted para el operativo?
–Recibí una orden de servicio normal, como las que habitualmente se enviaban cuando se iba a producir un corte de ruta, con la única diferencia de que se aumentaba la cantidad del personal afectado.
–¿A qué hora llegó al puente?
–A las 7.15 de la mañana. A eso de las nueve aparecieron dos minibuses de la Prefectura y personal de la Policía Federal. Cuando vi que la Prefectura había venido con 60 hombres en dos minibuses con equipos antidisturbios, cascos, escudos, escopetas, lanzagases, pistolas y demás, hice las consultas respectivas. Le comuniqué a (el comisario Félix) Vega la situación, él a su vez hablaba a la Jefatura de Policía con el jefe de investigaciones (quien estaba ese día a cargo de la bonaerense), el comisario Beltracchi. Lo primero que me dijo Vega es que iba a preguntar. A los dos o tres minutos recibo la respuesta de que aleje esa gente del personal, que los aleje a 150 metros por lo menos de los nuestros. Cuando voy a hablar con el jefe del grupo Albatros para coordinar que se alejen recibo otro llamado, esta vez del propio Beltracchi, que me dice “¿Recibiste la orden de Vega? Bueno, cumplila, rajá a esa gente de al lado tuyo”. Yo estaba inquieto, insistí, porque veía el helicóptero de Prefectura, otro de la policía, “hay gente que está con filmadoras, están casi todos los medios, hay gente que está hablando con handies”. Tan es así que en un momento identificamos a una persona que hablaba con un handy como explicándole a alguien sobre nuestra posición, entonces lo mandé a identificar y era un funcionario de la SIDE, un empleado de la SIDE.
–¿Tiene algún detalle más concreto?
–Lo mandé a identificar por el jefe de calle de la comisarías 1ª y dos suboficiales, y él les mostró la credencial. Yo creo que nadie ignora que los piqueteros están infiltrados hasta los pelos por distintas fuerzas de inteligencia.
–¿Usted estaba a cargo de todo el operativo?
–De la policía (bonaerense) en cinco objetivos, el puente Pueyrredón, la autopista Buenos Aires-La Plata y otros tres.
Fanchiotti sostiene que en realidad el comisario Vega tenía instrucciones del Ministerio de Seguridad de ir al puente, pero que las ocultó y “prefirió quedarse en la jefatura departamental, mirando los incidentes por televisión”, porque “sabía que algo se preparaba”. También que Vega intentó a su vez mandar a Mijín y que Mijín se negó.
La provocación
Los piqueteros comenzaron a llegar a Avellaneda cerca de las 10 de la mañana. Se agruparon en dos columnas que marcharían para encontrarse en el puente Pueyrredón, una caminando desde la avenida Pavón y otra desde la avenida Mitre. Una vez que los manifestantes comenzaron a marchar, Fanchiotti desplegó una línea de infantería cruzada a lo ancho de la avenida. Unos pocos policías, no más de diez, permanecieron así en el medio de los dos grupos de manifestantes y allí comenzaron los incidentes.
–¿Sabía que se acercaban esas dos columnas?
–Sí, sabía lo que pasaba porque los hice seguir por un oficial que me iba informando. Entonces me dije “voy a tratar de dialogar con algún dirigente de los manifestantes”. Intento dialogar y me rechazan de plano: les pregunto con quién puedo hablar y la respuesta es “vení a hablar conmigo, vieja” y aparecieron cuatro o cinco muchachitos muy jóvenes con palos y encapuchados. Ante esta situación yo retrocedí, me metí al móvil, le comunico esta circunstancia al jefe departamental y ahí es cuando a los pocos minutos sucede lo que yo menos esperaba que me ordenaran. Me dice (el comisario Félix) Vega “la orden que tengo es que no te corten el puente. Ponele toda la gente que tengas, que te corten Pavón, que te corten Mitre, que te rompan todo pero que no te corten el puente”. “Pero eso es una locura”, le dije yo. Pero él insistió “Fanchiotti, ¿me entendiste la orden que te di? bajo ningún concepto te cortan el puente. Esa es la orden que tengo de arriba”.
La versión del comisario es que puso a los diez policías cara a cara con los desocupados porque se lo dijo Vega. Y que cuando quiso retirarlos “ya era tarde”.
–No hice a tiempo. Yo puse dos barreras de policías, una sobre Pavón y otra donde se produjo el choque. Retiré la de Pavón pero no tuve tiempo de sacar la segunda, la de Mitre, y ahí es donde se produce el primer encontronazo, tiran con piedras, con palos, si usted estuvo ahí lo vio. Ellos venían cantando y agitando los palos “vamos a pelear”, “vamos a combatir”. Entonces yo saqué toda la gente del primer cordóninmediatamente, la replegué. Si llegaron al puente Pueyrredón fue porque yo los dejé pasar. Esa es la demostración de que yo quería evitar los enfrentamientos con los manifestantes. Pero no llegué a sacar la segunda.
–La impresión que dio, por el contrario, es que usted tuvo mucho tiempo para retirar a los policías, pero los dejó para provocar.
–Yo no comparto su opinión. Exponer 60 hombres frente a dos mil, eso sí hubiera sido una locura.
–¿Y poner a 10 policías en el medio de dos mil manifestantes, no?
–Lo que le digo es que acá no se desplegó un teatro de operaciones. No hubo nada de eso, no se nos proveyó de vallas, ni de bomberos, ni de equipos hidrantes...
–Pero sí de balas de plomo y de gases lacrimógenos, porque eso tenían bastante.
–(Mira y después de un silencio asiente)... Había algunos que tenían. Evidentemente había algunos que tenían. Sin lugar a dudas había algunos que lo tenían.
Las balas de plomo
Magdalena es un penal con un régimen leve. En el pabellón que comparte con otros policías detenidos por delitos diversos, Fanchiotti dedica el tiempo a leer el expediente judicial que ya fue elevado para pasar a juicio oral. Su defensa va a hacer eje en que no disparó con munición de plomo, argumento acompañado por una serie de pericias que encargó de manera particular y con las que quiere demostrar que no causó ninguna muerte. Como se recordará, inmediatamente después de los asesinatos de Santillán y Kosteki el comisario dio una conferencia de prensa en la que aseguró que ellos no habían entrado a la estación de trenes. En realidad, había irrumpido en la estación con su chofer Alejando Acosta, disparado contra Santillán y arrastrado a los dos jóvenes a través del hall, luego de levantarle los pies a Kosteki para que se desangrara. Un trabajo de digitalización de videos realizado por la fiscalía de Juan José González mostró además que los dos policías avanzaron juntos y dispararon con munición de guerra desde el inicio de la represión, hiriendo a otros manifestantes.
–Yo no usé munición de guerra –dice el policía.
–¿Le pidió a su chofer durante la represión que avanzara pegado a usted?
–Sí, porque Acosta portaba un handy, entonces él me iba transmitiendo todas las novedades que escuchaba.
–La fiscalía los acusa de haber disparado ambos con balas de plomo.
–Yo no efectué disparos con postas de guerra. Primero porque no las tenía, segundo porque hubiera sido absolutamente innecesario realizarlo.
–Sin embargo, es evidente que fue así. Fue filmado disparando contra los manifestantes y luego agachándose a juntar las vainas servidas.
–No es así. Hay una fotografía digitalizada de un video cortada a la altura de mi pierna donde yo estoy agachado recogiendo algo.
–¿Qué estaba juntando, una piedra?
–No, estaba juntando un cartucho que se me cayó de mi escopeta. Una posta de goma. Fue la única vez que me agaché a juntar una vaina.
La estación
–La imagen que nos encontramos cuando entramos es solamente a Kosteki tirado en el piso de la estación auxiliado por Santillán y otro chico. No había más gente a la vista –relata el ex comisario.
El policía se exalta al contar la escena de la estación. Menciona las fotos que lo registraron con la escopeta alzada contra los que corrían y levanta las manos como si estuviera entrando de nuevo al hall donde encontró a Santillán y Kosteki. Se inclina sobre el escritorio como asomándose al lugar, hace puntería. El fotógrafo le toma una foto. Fanchiotti sigue como si nada. Mantiene alzado el fusil imaginario y dice:
–Ahí es donde yo les apunto con la escopeta. El muchacho éste, Kosteki, estaba en el piso demasiado mal herido o ya estaba muerto.
–Hay un gesto de Darío Santillán pidiéndoles que no disparen.
–Yo no presté atención en la cara de Santillán, la cara no se le veía porque estaba tapada con una bufanda y una gorra.
–Hizo un gesto alzando la mano, para pedirles que no disparen.
–Sí, (asiente) yo a ese gesto lo vi en las fotos, pero no lo vi en la estación. Yo presté mi atención en el otro chico, yo fijé mis ojos en él y miraba hacia mis alrededores nada más (todavía con el gesto de cazador recorre con sus ojos la habitación, ilustrando cómo lo hizo) para ver si podía ser agredido desde algún lado. Pero a esa altura yo no tenía ni siquiera cartuchos en mi escopeta. Sólo apunté, nada más, y les grité “Párense ahí, carajo”, porque pensé, “bueno, si este muchacho está gravemente herido o muerto ellos van a saber dónde lo hirieron o dónde lo encontraron muerto”. Para mí era importante tenerlos a ellos dos porque los demás se habían escapado, para quedarme con los relatos de ellos.
Por la comisura de la boca le asoma saliva espumosa, que tampoco parece notar. Ya está corriendo detrás de uno de los piqueteros.
–Este chico (por quien acompañaba a Santillán) lo primero que hace es incorporarse, pasa sobre el cuerpo de Kosteki e inicia la carrera. Yo salgo a la carrera tras él y me alejo, me pierdo dentro del túnel (hacia los andenes) Y me alejo del escenario del hecho. Dentro del túnel logro darle alcance, lo agarro de la campera, se me escapa y con la escopeta logro pegarle en el hombro. “Parate pibe, parate ahí”, le digo, pero se me perdió. Yo subí tres o cuatro peldaños. Había gente dentro del túnel, familias, chicos, mujeres abrazadas con sus hijos, ya había pasado la turba de los manifestantes y la gente tenía miedo. Tan es así que yo saco dos chicas, a una de ellas embarazada, y me pongo a hablar con la chica, le toco la pancita y le digo “¿Te falta poquito, no? Andá caminando para el lado de Carrefour que para allá no vas a tener problemas”.
–Hay una secuencia de televisión en la que alguien se acerca a decirle “guarda que tu cara quedó grabada, viejo”. ¿La recuerda?
–No.
–¿No se la mostraron en el juzgado?
–Seguramente debe ser... me parece que me lo dijo el fotógrafo que me sacó una foto cuando yo estoy pidiendo auxilio. Porque yo hablé con Santillán, Santillán estaba vivo. Después de que lo arrastran hasta la vereda yo me acerco a él, porque había dado la orden de que cargaran y lo llevaran al hospital. Pero antes hablo con él. Yo lo tomo del cuello de la campera, le intento levantar la cabeza y le digo (con tono de autoridad) “¿qué te pasó?”. Y él me dice “me pegaron un tiro en la espalda”. “Bueno, quedate tranquilo –le digo– que te voy ayudar, te voy a llevar al hospital para que te cures, pero colaborá.” Le meto la mano por debajo de la axila y trato de levantarlo. “Parate”, le digo. Y él: “No puedo, no puedo, no puedo”. Ahí vienen otros policías y lo cargan para llevarlo al hospital.
Los prófugos
–¿Por qué entraron a la estación de Avellaneda?
–Porque recibimos una llamada. A mí me dice Acosta “el gran grupo de manifestantes se metió en la estación y están tiroteando los trenes”.
–¿Quién le pasó esa información?
–Eso es lo que no sé. La comunicó alguien que estaba en las proximidades, en nuestra capa, la capa de radio en la que trabajábamos nosotros.
–Fue alguno de sus subordinados, entonces.
–O alguien de la comisaría. “Están tiroteando los trenes.”
–Algunos manifestantes vieron policías tiroteando los trenes antes de que usted entrara a la estación.
–Lo desconozco. ¿Dicen que los que tirotearon los trenes eran policías?
–Sí.
–Puede ser. No lo pongo en duda. Ni siquiera pongo en duda que la policía, o que grupos parapoliciales puedan haber actuado o entrado. Yo no lo pongo en duda. Lo que digo es que no pueden echarme la culpa de todo a mí, yo soy el piso y el techo de la investigación, pero la verdad es que no podía estar en todos lados a la vez, yo sólo actué sobre la avenida Pavón.
–Es decir que hubo una actuación coordinada, con policías disparando con plomo también en distintos lugares lejanos de la estación.
–Pero usted habla de la policía y tal vez no es tan así, la Prefectura también disparó y no la investigaron.
–Las fotos muestran a policías, como Leiva, que era de la bonaerense.
–Sí, y está prófugo. No solamente él: el oficial Paggi, que era hombre mío, por consejo de (el subjefe) Mario Mijín se fue a vivir a Italia. Mijín, al que sindican como cerebro encubierto del operativo en Avellaneda, le recomendó que se fuera.
–¿Quién es Paggi?
–Era el jefe de operaciones del Comando (de Patrullas), es decir que tenía ascendencia sobre la totalidad del personal del Comando. Es el que aparece en la camioneta efectuando disparos. Ahora está viviendo en Italia. Fíjese que el entonces jefe de Policía ese día no fue a trabajar a la Jefatura porque se quedó a cuidar a su mujer en Mar del Plata. La policía quedó a cargo de Beltracchi, el director general de investigaciones, un hombre que estuvo toda la vida en comisarías. Vega estuvo ausente. Paggi está en Italia, Leiva prófugo hace un año.
–Habla como si usted no hubiera sido el jefe de todo eso.
–Era el jefe que pusieron, fui la persona que pusieron. Mucho después, en enero de este año, supe que en realidad el comisario Vega debió haber estado en el operativo porque él recibió una orden de servicio modificada del Ministerio (de Seguridad), que nunca me envió. Es decir, que yo debía estar bajo las órdenes de él y él ser el supervisor, pero Vega no concurrió. Prefirió quedarse en la jefatura departamental mirando los incidentes por televisión.
–¿Por qué cree que lo hizo?
–Porque no quiso comprometerse.
–¿Comprometerse con qué?
–Yo pienso que ellos sabían lo que iba a pasar. Yo sé que el día anterior (a la represión) Vega ordenó a su vez al segundo jefe, el comisario inspector Mario Mijín, que fuera en su reemplazo. Pero Mijín tampoco quiso ir. Dicen que le dijo que “eso iba a ser un quilombo”.
Se lo llevan a las tres de la tarde, los mismos tres guardias que lo trajeron. Antes de salir, Fanchiotti entrega una carpeta en la que, dice, están los resultados de la pericia que encargó a un especialista de parte sobre la muerte de Kosteki, con la que quiere probar que por el ángulo de tiro en que se produjeron los disparos él no lo mató. Son parte de los papeles que llevará a las audiencias orales en las que, asegura, espera quedar libre. Visto de espaldas, el comisario es de nuevo apenas una figura encorvada, la cabeza de un viejo que ahora se aleja y atraviesa el dispositivo de seguridad hacia el pabellón de la Unidad 35.