Jueves, 6 de noviembre de 2014 | Hoy
ECONOMíA › OPINIóN
Por Alberto Müller *
En una reciente presentación pública, Mauricio Macri, en tren de campaña presidencial, ofreció algunas definiciones acerca de temas económicos. Vale la pena retomarlas, habida cuenta de la pobreza de ideas que impera en los debates actuales. Citamos textualmente:
1. “Nosotros llegaremos a un dígito de inflación en menos de un año, con la cantidad de dólares que anda dando vueltas en América latina.”
2. “Perú colocó deuda al 6 por ciento a 40 años. Esa es la Argentina que yo sueño, la que vamos a construir juntos.”
3. “(Debemos) revitalizar el Mercosur e integrarlo a la Alianza del Pacífico, que ha funcionado muy bien.”
4. “Uruguay desarrolló la industria celulósica y ya participa en la formación mundial de ese precio. Nuestra Mesopotamia tiene cuatro veces más recursos forestales. Si apostamos a la industria forestal, podemos exportar más rollos de madera que trigo y maíz juntos.”
5. “La mayoría no quiere planes, sino que le den una oportunidad. Vamos a capacitarlos.”
Estas propuestas pueden traducirse en los términos siguientes:
a) Combatir la inflación mediante un ancla cambiaria, incentivando la entrada de capitales especulativos.
b) Tomar deuda.
c) Converger con países que tienen Tratados de Libre Comercio.
d) Capitalizar ventajas comparativas sin profundización industrial, a través de enclaves cuasi extraterritoriales, como son hoy día las pasteras uruguayas.
e) Capacitar para enfrentar los problemas del empleo, porque éstos se originan en la escasa formación de las personas, no en la capacidad de absorción por parte de la economía.
Ya conocemos este programa. Es el que imperó durante la convertibilidad. Conlleva sobrevaluación cambiaria, reprimarización y sobre todo el gran sueño de una parte de la dirigencia argentina: el dichoso endeudamiento. Para exponentes de este pensamiento, la Argentina necesita imperiosamente capitales externos, porque es un país sin capacidad de ahorro suficiente. La política económica consiste entonces en asegurar la entrada de capitales, bajo cualquier forma o ropaje; si éstos entran, y llevan a la sobrevaluación cambiaria, no es problema, porque así nos integramos al mundo. Y si hay desempleo, esto es porque hay personas de baja productividad debido a su insuficiente capacitación.
Algo de esto es lo que ha ocurrido con el mentado Uruguay, aunque por ahora sin efectos sobre el empleo. Este país acaba de graduarse como país “desarrollado”, al lograr en 2013 un PBI per cápita superior al de Chile: 16.400 dólares, según el Banco Mundial (la Argentina, de acuerdo con la misma fuente, no pasaba ese año de los 14.800 dólares). Desde 2005 hasta 2013, el PBI de Uruguay ha crecido 53 por ciento en moneda constante (5,5 por ciento anual), lo que no es poco. Los sectores que han acaparado este crecimiento son la agricultura, la industria de la madera, el comercio, las comunicaciones y, faltaba más, la intermediación financiera. Pero fuera de las pasteras, la participación del sector industrial cayó de 15 a 11 por ciento.
Esto es lo que llamamos crecimiento con reprimarización.
Pero además, el PBI en dólares ha crecido un fenomenal 221 por ciento, evidencia de una fortísima sobrevaluación cambiaria; podemos cifrar la caída del tipo de cambio real en cerca de 50 por ciento. Demás está decir que Uruguay tiene déficit en su cuenta de mercancías, pese a una mejoría de 15 por ciento en sus términos de intercambio (y ni qué hablar de su cuenta corriente). Uruguay acumula así pasivos externos, para financiar su cuenta deficitaria de mercancías. Esto es vivir con lo que uno no tiene.
Todo esto en un país paria como la Argentina es una tragedia, pero en Uruguay no es visto así. ¿Por qué? Porque están entrando capitales.
Sabemos de este programa, y hemos visto a qué nos ha llevado. A la corta o a la larga, vendrá la hora del ajuste; y entonces los mismos voceros nos hablarán con tono admonitorio de lo poco sostenible que es acumular pasivos sin generar recursos para su cancelación, y el Estado, de alguna forma, será el culpable de todo.
¿Tropezar dos veces con la misma piedra? Si no aprendemos de la historia, estamos expuestos a repetirla. Y lo cierto es que los defensores de estos modelos todavía nos deben una explicación acerca de cómo nos fue con la convertibilidad. No sólo de cómo terminó, sino de cómo se desempeñó cuando se la consideró exitosa: una tasa de desempleo de dos dígitos durante una década, la destrucción de parte importante del tejido industrial (si se salvaron la industria automotriz y la siderurgia, fue por tener regímenes ad hoc) y el desentendimiento del Estado. En esa época, se consideraba que el desempleo se combatía con educación, porque eran los menos educados los que eran primero desplazados del mercado de trabajo (sin que entendamos por qué en los ’80 conseguían trabajo). Pero, además, la convertibilidad terminó no por acción política, sino simplemente porque fue insostenible.
¿Qué opinarán entonces Macri y los demás candidatos acerca de la experiencia de la convertibilidad?
* Cespa-FCE-UBA.
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