ECONOMíA › A 30 AÑOS DE LA MUERTE DE ENRIQUE SILBERSTEIN, EL DESMITIFICADOR
Para entender la economía y reírse de ella
Sus “Charlas económicas” fueron una implacable respuesta irónica a la ideología oficial, en tiempos de los Alsogaray, los Alemann y otros delegados del establishment. Silberstein develaba los presuntos misterios de la economía con un lenguaje accesible, que la ponía al alcance de todos.
Por J. N.
Enrique nació en una colonia judía fundada por el Barón Hirsch en Santa Fe (¿qué diría el general Bendini?) casi al comenzar 1920. Pedro Silberstein, su padre, vendía casimires. Su madre, en cambio, una mujer con inquietudes culturales, fue ama de casa y los crió a él y a su hermano Adolfo. Se llamaba Raquel Sara Silberstein de Silberstein. Es posible que la plata de ese insistente apellido fuera clave del destino de Enrique, quien en los años ‘60 se convertiría en el gran humorista de una economía incorregible, creciente obsesión de los argentinos. Entre la broma y la didáctica, fue un crítico permanente de la política económica y de los saberes establecidos (cada época tuvo su “consenso de Washington”), dándole al lector común una visión cuestionadora del discurso que le bajaban desde el poder los Alsogaray, Alemann y otros delegados del establishment. Fervoroso del desarrollo, antimonetarista, participó desde el sarcasmo en aquellas viejas controversias que, quizá con algún retoque, vuelven a plantearse en la Argentina actual.
Doctorado en economía en la Universidad de La Plata, Silberstein ejerció altas funciones universitarias en Bahía Blanca y Buenos Aires en tiempos de Risieri Frondizi. Escribió, además de novelas (“El asalto”...), cuentos (“Cuentos en Corrientes y Paraná”...) y obras de teatro (“Necesito diez mil pesos”...), ensayos de tanto éxito como “Los ministros de economía”, publicado en 1971, el año en que el general Lanusse decidió que la manera de resolver los problemas económicos era eliminar el ministerio de economía. Pero se equivocaba. Silberstein también escribió libros sobre Keynes, Marx y Perón.
Sus “Charlas económicas”, breves, ingeniosas y lúcidas notas sobre esos temas económicos que a todos interesan, fueron apareciendo en sucesivas revistas, hasta que se ganaron un lugar permanente en el diario “El Mundo” y fueron compiladas parcialmente en un tomo por Peña Lillo Editor en 1967. Silberstein murió hace hoy 30 años, siendo velado en Malabia 150, Dpto. “C” e inhumado en la Chacarita, un epílogo ajustado de algún modo al carácter de su irónica prédica, impregnada de lenguaje popular como una réplica a la jerga presuntuosa e impenetrable de muchos economistas.
A continuación, un puñado de aquellas “Charlas...”, con toda su preservada frescura. Son lecturas seguramente aconsejables para quienes hoy manejan la política económica, y también para quienes la padecen.
¿Qué es no pagar?
Nuestro mundo ha sido educado y enseñado dentro de dos supuestos fundamentales: 1) el trabajo es salud; 2) las deudas hay que pagarlas aun a costa del hambre y la miseria. Como consecuencia, el mundo anda a las patadas y vivimos en un merengue de la gran siete. Y no podía ser de otra manera. Porque, ¿qué de bueno se puede esperar de un tipo que cree que hay que trabajar como un descosido y que hay que pagar todo lo que se debe? Nada, por supuesto. Además, esos conceptos fueron introducidos por alguien que nunca trabajó y que siempre fue acreedor. Dicho de otra manera, por un oligarca, un trompa, un mandamás. Pero el comportamiento humano es tan extraño, que esas cosas que sólo sirven a los intereses de los ricos han pasado a ser parte del bagaje de prejuicios de los pobres. Y así, todo tipo que ha yugado 12 o 14 horas diarias en dos o tres empleos dice que este país no anda porque la gente no trabaja. Y todo tipo que apenas si puede llegar a fin de mes cumple religiosamente con el pago de cuanta cuota tiene distribuida por el barrio. Pero esto, que es grave mirado desde el aspecto individual, es terrorífico mirado desde el aspecto colectivo. No hay ministro de Economía, de Finanzas, de Hacienda, o de lo que sea, que no proclame a todos los vientos que pagará todas las deudas con el exterior y que hará el máximo de economías. En otras palabras, lo que está diciendo es que no sirve para ministro. Porque un ministro no tiene como misión pagar deudas o hacer economías, sino dictar medidas para desarrollar el país. El día en que se tenga plena conciencia de que el no pagar a los acreedores extranjeros es una parte fundamental del plan de desarrollo, no sólo el plan se pondrá en marcha, sino que los bancos nos ofrecerán plata o paladas. Porque los acreedores bancarios, y es algo que la gente no tiene en cuenta, viven de los intereses; y, cuando uno paga, la deuda se extingue y no hay más intereses. En cambio, el que cumple puntillosamente o el que, llevado por el deseo de no molestar, no pide crédito son seres inexistentes desde el punto de vista bancario. No son clientes. Clientes es aquel que mueve mucho, paga cuando puede y que cada vez que paga abona los intereses y renueva el capital. Que a los bancos les importa tres pepinos del préstamo en sí. Lo que les importa son los intereses. Por eso el no pagar es la única forma de conseguir plata.
¿Qué es refinanciar la deuda?
La mejor manera de hablar sobre el tema, es definir cada uno de los componentes. Por descontado que no es necesario definir qué es una deuda, pues sería un ataque frontal a la idiosincrasia del ser argentino el imaginar que pueda haber alguien que ignore qué es una deuda. Y no sólo en el aspecto teórico sino, y principalmente, en el práctico, pues ser deudor hace a la esencia misma de la nacionalidad. Ello se debe a que, como decía Thoreau: “Es difícil empezar sin pedir prestado”, y nuestro país es uno que siempre está empezando.
Dicho lo cual, pasaremos al otro punto. Desgraciadamente no tenemos espacio para hacer etimología, por lo que nos contentaremos con decir que financiar es entregar dinero a otro que lo usará productivamente o no. Esto es prestar dinero, pero dicho en forma elegante. Quien presta dinero es un prestamista y la gente lo mira mal, quien financia (o sea quien presta como el otro) se llama financista o banquero y merece todos los honores. Cosas del aparentar. Ahora bien, financiar una deuda es duplicación, puesto que la deuda es consecuencia de un préstamo o de una financiación anterior, de donde financiar una deuda es pedir prestado para pagar una deuda. O para decirlo más claramente, tapar un agujero con otro. Pero esto no es todo, porque la palabra clave, que es “re”, significa reiteración o repetición, de donde refinanciar es financiar lo que está financiado, y refinanciar una deuda, que a su vez es consecuencia de una financiación previa, es financiar la financiación de lo financiado. O, en otras palabras, pedir prestado para pagarle a quien nos prestó. Es decir, y para decirlo académicamente, “mangar” para calmar a quienes “mangamos” antes. Esto, que es cosa de todos los días para los viles mortales que nos manejamos con miles de pesos se convierte en cuestión de Estado y adquiere caracteres mitológicos cuando se trata de miles de millones. Porque una cosa es decir: “Me voy a mangar”, y otra es anunciar: “Partimos al exterior para refinanciar la deuda”. Pero, entre nosotros, es lo mismo.
¿Qué es el producto bruto?
En primer lugar debemos aclarar que lo de bruto no es despectivo, sino que indica que no se ha efectuado amortizaciones en el equipo productor. Cuando se amortiza se llama producto neto. En segundo lugar precisemos ya, que producción es la suma global de todo lo producido, con lo que se repiten varias veces los mismos conceptos, puesto que el trigo del agricultor está incluido en la harina del molinero y en el pan del panadero. Para que tal cosa no ocurra se tiene en cuenta sólo que cada sector o empresa ha agregado en concepto de salarios, renta del suelo y ganancia. Precisamente, la suma de estos valores agregados es el producto bruto.
Para ser más claros pondremos un ejemplo. El agricultor produce trigo por 100 y se lo vende al molinero, quien produce harina, por 160, que a su vez vende al panadero, que produce pan, por 200. La producción es la suma global indiscriminada (100 más 160 más 200), cuyo resultado es 460. Mientras que el producto bruto, que sólo toma los valores agregados por cada sector, es igual a 100 más 60 (160 del molinero menos los 100 ya producidos por el agricultor), más 40 (los 200 del panadero menos los 160 producidos por el molinero), o sean 200. Con esto hemos dicho que valor agregado y producto bruto son la misma cosa y que los dos son distintos de la producción.
¿Y todo eso para qué sirve? Como servir no sirve para nada, si es que consideramos las cosas basados en una tabla de valores que relaciona los hechos con los antibióticos, la comida o el fútbol. Pero desde un humilde ángulo de enfoque, dado por el deseo de saber cómo funciona la economía de un país, la comparación de los cuadros de producto bruto de varios años permite tener una idea de la evolución de la capacidad productiva del país. Lo que permite que se esté en condiciones de mejorarla, reforzarla, modificarla. Como generalmente no se está en condiciones de hacer nada de eso, o no se quiere hacer nada de eso, los cuadros del producto bruto sirven para ampliar los anaqueles de los archivos. Peor sería, que se los tirase.
¿Qué es Wall Street?
“Wall” quiere decir pared, paredón, muro, y “street” quiere decir calle, de donde, salvo error u omisión, Wall Street es la calle de la pared o calle del muro, como le dicen los franceses, o calle del paredón. Está situada en la parte vieja de Nueva York, cerca del puerto, tal como corresponde a todos los centros financieros del mundo. Wall Street está cerca del puerto: la City, en Londres, está cerca del puerto; las calles 25 de Mayo, Reconquista y San Martín están, en Buenos Aires, cerca del puerto. Y es que los negocios empezaron hacia afuera. Toda la actividad originaria se hacía en base a las relaciones marítimas con otros países. En el caso de Nueva York, con Inglaterra, su metrópoli; en el caso de Buenos Aires, con España su metrópoli primero y con Inglaterra, su metrópoli, después. En el caso de Londres, con todo el mundo. Por supuesto, en Wall Street primero estaban situadas las oficinas de quienes comerciaban con el exterior a través de la aduana, después se instalaron las oficinas de quienes financiaban tales operaciones, y después se instaló en esa calle la Bolsa de Comercio de Nueva York. Y desde entonces todo se hizo alrededor de la Bolsa. Pero como la Bolsa no puede funcionar sin los bancos, todas las oficinas bancarias se instalaron por esa calle o por las más cercanas. De tal manera, Wall Street es el centro bursátil y financiero más poderoso del mundo. Ahí están los que tienen plata, pero plata en serio. Ahí están los que mandan, pero los que mandan en serio. Ir caminando por esa calle oscura, húmeda y sucia (pues dada la altura de los edificios jamás el sol llega al suelo, y dada la gran cantidad de gente que circula por la zona es imposible limpiar todo lo que ensucian), es un mundo de sorpresas. De repente uno ve una chapa de regular tamaño que dice “United Fruit Inc.”. Nada más. Y en esa chapa está la historia de toda Centro América. Y ahí están los edificios del Chase Manhattan Bank, o del Citibank, o del Guaranty Trust, nombres que conmueven a media humanidad. Uno entra en cualquiera de los grandes rascacielos y lee los nombres de los ocupantes: Morgan, Stanley and Co., Kuhn, Loeb and Co., Goldman, Sachs and Co., y otros o sea la historia de la otra mitad. Todo lo que pasa en el mundo influye sobre Wall Street (por ejemplo, cuando pasaron las cosas que ocurrieron en Cuba, los corredores de azúcar se pasaron al negocio del café), y todo lo que pasa en Wall Street influye en el mundo (un aumento de la tasa de interés, una quiebra, una restricción de los créditos bancarios, tiene más importancia mundial que ciertas medidas económicas de los propios gobiernos). Una sonrisa de asentimiento de cualquier fulano deWall Street consolida y asegura larga vida al ministro de turno de cualquier gobierno de turno del mundo. Y es un simple paredón.