ECONOMíA › RECURSOS MANIPULADOS Y ESCASOS
El Fondo desfondado
Por Julio Nudler
Cuando el Fondo nació, en 1944, sus recursos equivalían a un 58 por ciento del comercio mundial. Este año sólo representan un 3 por ciento. Así, los medios con que cuenta el FMI se han vuelto muy escasos, casi insignificantes, y peor aún si se los compara con la actual dimensión de los movimientos de capital. Conviene recordar que déficit comerciales y salidas de capitales son los factores que precipitan las crisis externas que el Fondo debe ayudar a los países a enfrentar. Esa tarea requiere mucha capacidad de financiamiento, incluso como medio para disuadir a los especuladores.
Según el mexicano Abel Buira, director del Secretariado del G-24 y personaje con larga experiencia en el FMI, la razón por la que se redujo tanto el tamaño de éste es que ningún país industrial debió recurrir a su auxilio en los últimos 25 años. De modo que los socios más grandes del organismo, los dadores, no tomaron préstamos de éste ni se vieron sujetos a sus imposiciones de política económica. En una palabra, se volvieron remisos a aportarle recursos, perdieron interés.
La ecuación que plantea Buira establece que, en gran medida, el ajuste es función inversa de la financiación disponible. Esto es: a menores recursos existentes para transferir a un país que sufre una crisis externa, más pronunciado y doloroso tendrá que ser el ajuste de su economía para reequilibrar sus cuentas externas. Esto quiere decir que el FMI impondrá condicionalidades más severas, más recesivas. La Argentina de fines del 2001 es un dramático ejemplo: carente de todo respaldo exterior, debió padecer una contracción brutal de su economía.
La intrascendencia de los recursos de que dispone el Fondo ha hecho que añadiera a las condicionalidades tradicionales, fiscales y monetarias, otras estructurales, o referidas a aspectos institucionales o de gobernancia (calidad de gobierno), que conducen a un aumento en los bochazos a la hora del examen. Es decir, notas bajas o negativas en la revisión periódica de las metas de un programa acordado. Es, fácil resulta advertirlo, el caso argentino actual: ya no basta con alcanzar los objetivos cuantitativos para asegurarse un aprobado. Obviamente, cuando el Fondo da por caído un acuerdo, no debe efectuar desembolsos ni refinanciaciones indirectas.
Lo que también señala el mexicano es que, dada la concentración de poder (de voto y de veto, como comentó Página/12 en una nota anterior) en muy pocas manos, muchas decisiones importantes se toman fuera del Fondo, que luego simplemente las ejecuta. La reunión del directorio del FMI pasa a ser una formalidad, porque todo se ha cocinado previamente entre unos pocos (Estados Unidos, tres o cuatro miembros de la Unión Europea y tal vez Japón). Podría añadirse que figuras como Horst Köhler o Anne Krüger son meros títeres. Elevarán como recomendación suya al directorio lo que fue arreglado en un almuerzo por unos pocos ministros de Finanzas.
Al respecto, lo que pretende denunciar Buira es que el Fondo está muy lejos de satisfacer los standards de gobernancia que exige a los países deudores, como la transparencia y la responsabilidad o rendición de cuentas (accountability). En verdad, nadie se hace responsable en el organismo de la insuficiente financiación de los programas o el mal diseño de éstos. El staff rinde cuentas ante el directorio, pero ahí se termina la línea de responsabilidad.
Los representantes de países “emergentes” ni siquiera pueden patalear demasiado, so pena de granjearse la inquina de los Köhler, los Anoop Singh o los John Thornton, a los que quizás luego deban pedir una dispensa (waiver) o un poco de flexibilidad al juzgar el cumplimiento de las metas. Siendo éstas cada vez más abstractas (como esa de la “buena fe” en la negociación con los acreedores privados), la discrecionalidad de técnicos y ejecutivos fondomonetaristas les permite dictaminar cada vez más a su antojo, siempre en la dirección de exigir menos recursos de las enflaquecidas arcas del Fondo.
Estas, por lo demás, son orientadas en buena parte de acuerdo a objetivos estratégicos de los países centrales, particularmente Estados Unidos. Ello explica que Turquía haya sido asistida por recursos que equivalen a más de 16 veces su cuota en el FMI, mientras que la Argentina, de la que tanto se habla, haya recibido menos de cinco.