ECONOMíA › POLEMICA SOBRE LA POLITICA ECONOMICA
La pobreza perenne
El nuevo salto en la inflación reabrió el debate sobre los plazos necesarios para bajar la pobreza a niveles “tolerables”. El objetivo de Kirchner y los escenarios de dos jóvenes economistas.
Por Maximiliano Montenegro
La elevada inflación de septiembre, y en particular el nuevo salto en el costo de la canasta básica de alimentos, reactualiza el debate sobre los plazos necesarios para que la pobreza retroceda a niveles “tolerables”, si es que existe una definición semejante. En tal sentido, uno de los análisis más originales sobre el tema fue esbozado recientemente por dos economistas de la Universidad de General Sarmiento que simpatizan con la política económica de Lavagna, pero por ello no dejan de resaltar sus debilidades a la hora de revertir la brutal pauperización de la sociedad argentina de las últimas décadas.
En “Desigualdad de los ingresos y otras inequidades en la Argentina post-convertibilidad”, Valeria Esquivel y Roxana Mauricio advierten que “la incidencia promedio de la pobreza en los años ’90 fue, a su vez, superior a los índices registrados antes de la hiperinflación de 1989, señalando un patrón de comportamiento de largo plazo en el cual las crisis no aparecen sólo como episodios profundos, pero acotados de empeoramiento de las condiciones de vida, sino más bien como el quiebre de ciertos consensos sobre la calidad de vida media de la población que naturalizan una situación previamente considerada intolerable”.
Lo increíble no es sólo que ante cada crisis los niveles de pobreza encuentren un nuevo piso sino, también, que sociedad y dirigencia política “naturalicen” el nuevo escenario de deterioro social y moderen sus expectativas de cambio.
Según la última medición del Indec –segundo trimestre del 2005–, la pobreza cubría al 38,5 por ciento de la población. Es un nivel similar al de octubre del 2001, a pocos meses del estallido, cuando la situación social ya se percibía como insostenible. Pero luce “baja” frente al 57 por ciento que alcanzó en el pico de la crisis, allá por mediados del 2002. Ahora bien, el objetivo declarado del presidente Kirchner es que en el 2007, hacia el final de su (primer) mandato, “sólo” el 27 por ciento de los argentinos sea pobre. Ese piso, sin embargo, está por encima del promedio de pobreza registrado durante los ’90 (25 por ciento), cuando los únicos que no admitían la catástrofe social eran Carlos Menem y sus acólitos. Así como Menem miraba en el espejo de la “híper”, que le devolvía una imagen distorsionada de la realidad de los ’90, Kirchner corre el riesgo de quedarse hipnotizado frente al espejo de la crisis del 2002.
Nadie podría acusar a Esquivel y a Mauricio de antilavagnistas (de hecho, su paper fue comentado en un acto académico por su colega Mercedes Marcó del Pont, segunda en la lista de candidatos del kirchnerismo en la Capital). Más aún, reconocen mejoras en la distribución del ingreso y en los ingresos reales de los asalariados en el último año. Pero, sin cambios drásticos en la política oficial, los “escenarios futuros” de las jóvenes economistas desmienten incluso la posibilidad de alcanzar la modesta meta fijada por Kirchner para el 2007.
El trabajo presenta dos escenarios favorables, aunque uno más optimista que el otro: en ambos, crecen el PBI (a niveles de entre 3,5 y 4 por ciento a partir del 2006) y los salarios reales (entre 3 y 4 por ciento anual por arriba de la inflación), en tanto que se mantiene elevada la elasticidad empleo-producto (los puestos de trabajo creados por cada punto de aumento del producto) y se achica la desigualdad. Todo en un contexto de estabilidad e inflación acotada. Los resultados son los siguientes:
- En el escenario I (optimista moderado): en el 2009, la pobreza se ubicaría todavía en el 30,5 por ciento.
- En el escenario II (muy optimista): recién en el 2009, la pobreza cede hasta el 27,9 por ciento.
“A pesar de la fuerte reducción de la pobreza que se obtiene en ambos escenarios, la incidencia de la misma continúa siendo significativa... Estos niveles se transformarían en un nuevo piso, más elevado que el promedio de los años ’90, continuando con la tendencia al deterioro en lascondiciones de vida aun en los mejores escenarios posibles”, explican las autoras. Eso sin contar los riesgos de ni siquiera llegar al poco ambicioso objetivo. Por ejemplo: “Si la aceleración de la inflación se considera como una señal de que los salarios están creciendo por encima de la productividad (es decir, está mejorando la distribución del ingreso), las perspectivas de recomposición salariales son más inciertas que aquellas incluidas como hipótesis en la simulación, lo que redundaría en niveles mayores de pobreza”.
Para Esquivel y Mauricio, en el centro del debate de la política económica debería estar el “contrato social”, por el cual “una sociedad define los límites en los que se pretende promover la igualdad”. Dicho de otro modo: lo que se discute es si la administración Kirchner esperará a que los frutos del crecimiento se desparramen sobre los pobres o tomará medidas más audaces para resolver la “catástrofe distributiva”. El menú es conocido: desde una reforma impositiva progresiva hasta un mayor gasto público en jubilaciones, planes sociales, salud y educación, minimizando la transferencias de recursos fiscales a acreedores privados y organismos internacionales.