ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO
El miedo a la idea
Por Julio Nudler
Cuando recién comenzaba el gobierno de Carlos Menem, a Jorge Gaggero, economista entonces del Grupo Macri, le fue ofrecido el cargo de viceministro en Obras Públicas, durante la gestión de Roberto José Dromi. La propuesta surgía de un acuerdo entre el gobierno y un pool de grandes empresas, por el cual éstas cubrirían un número de importantes cargos en el Ejecutivo. Gaggero no aceptó el ofrecimiento, como consecuencia de lo cual también debió dejar su empleo. Aquella confusión entre intereses privados y públicos permitió que conglomerados empresarios colocaran gente suya en puestos ministeriales estratégicos con el fin de armar negocios desde dentro del Estado, y luego volver a sus tareas originales. Un caso bien conocido es el de las concesiones viales, a propósito de las cuales están encausados diversos ejecutivos de las constructoras que integran el llamado “club del peaje”, oportunamente convertidos en funcionarios del gobierno. Esta práctica, común durante el menemismo, no cesó con la Alianza.
Después de todos estos años, Gaggero subraya la poca atención que se presta al papel jugado por los factores culturales en esta catástrofe argentina. Dice que sólo algunos observadores extranjeros agudos, como Stefano Zamagni, de la Universidad de Bolonia, lo destacaron: “El puso énfasis en la destrucción en este país de la cultura del trabajo, lo mismo que Alain Turaine, que señaló algo semejante al aventurar la posible desaparición de la Argentina”. Pero también se ha destruido en gran medida el pensamiento independiente, necesario para mantener despierta a la sociedad, de modo que ésta controle a sus políticos. “Este rol de la intelectualidad falló en la Argentina –afirma Gaggero–. El espacio de las ideas fue ocupado por universidades privadas, por lo común sesgadas, y por fundaciones mayoritariamente capturadas por el poder económico concentrado.”
El prolongado mantenimiento de la convertibilidad, tan inexplicable para los observadores externos, respondió en parte a ese deterioro, a ese “extravío cultural”, que impidió que la sociedad fuera advertida de lo que terminaría pasando. “De ese extravío –según Gaggero– fueron cómplices destacados intelectuales. El Estado mismo estuvo dominado por personajes que reprimieron el pluralismo y usaron el poder para tapar las escasas voces opositoras.” Esa actitud llevó incluso a ocultar el resultado de valiosas investigaciones, encargadas por el propio Estado a profesionales independientes, e incluso financiadas por organismos multilaterales, porque cuestionaban la política seguida. En vez de alimentar el debate, se evitó toda difusión.
Un caso fue el de los estudios sectoriales realizados entre 1991 y 1992 para analizar las perspectivas de competitividad en un amplio número de sectores productivos, y el efecto que tendrían sobre ella las privatizaciones que se estaban desarrollando. Uno de esos trabajos, realizado por Pablo Gerchunoff y Gaggero, analizaba lo que supondría para la competitividad argentina la privatización de YPF, que estaba entonces en camino, si se realizaba como estaba previsto. El diseño no había sido discutido aún en el Congreso ni con las provincias.
El estudio, que no fue divulgado, aunque estaba prevista su publicación, concluía que la suma de desregulación petrolera y venta de YPF en bloque, sin fraccionar, con su posición monopólica en el mercado del gas y la imposibilidad de competir por parte de la importación de combustibles, planteaba la alta probabilidad de que el precio interno de los hidrocarburos acabara fijándose muy por encima del valor internacional. Y así ocurrió. Hay estudios que estiman en no menos de 2000 millones de dólares anuales la transferencia de recursos en favor de las petroleras en los períodos de altos precios del crudo. Esos fuertes costos anticompetitivos fueron soportados por toda la sociedad.
El trabajo no solo no fue tomado en cuenta por el Poder Ejecutivo, que lo había encomendado, sino tampoco por las fuerzas políticas relevantes enel Parlamento. Ni el bloque justicialista ni el radical le prestaron atención. “A las provincias petroleras –dice Gaggero– las compraron con el pago de las regalías adeudadas y con su participación en el precio de venta de YPF. Y las provincias privilegiaron la plata a corto plazo, que podían gastar, sin pensar en las consecuencias a largo plazo para todos los argentinos.”
“Me consta que algunos de los inventores de la convertibilidad tenían claro desde el principio –afirma Gaggero– que en el momento en que hubiese una crisis se caería el sistema bancario. En abril de 1991 -recuerda– participé de una discusión, junto a una decena de economistas y Juan Llach (entonces secretario de Programación), sobre las posibilidades de la convertibilidad, sus pros y sus contras. Allí quedó claro que en algún momento, ante una crisis de desconfianza, se desataría una corrida que los bancos no podrían resistir.”
En aquellos tiempos, la supresión de toda duda se justificaba con la excusa de que cualquier cuestionamiento podía minar la confianza y deteriorar las expectativas, de las que finalmente dependía la supervivencia de la convertibilidad. “Había una actitud totalitaria -según Gaggero–. Hasta Miguel Angel Broda, cuando una vez osó plantear alguna crítica a la política de Domingo Cavallo, sufrió la difusión de conversaciones privadas profesionales suyas, supuestamente grabadas por servicios de inteligencia. Esta represión de la disidencia prosperó en un contexto social de gran consenso, basado en un análisis muy superficial de la estrategia en marcha y alimentado por los miedos que habían dejado la dictadura militar y la hiperinflación.”
La persecución la sufrió todo economista que osara publicar que la convertibilidad no era sustentable. Los críticos quedaban excluidos de todo seminario o evento profesional, y las fundaciones para las que trabajaban perdían cualquier apoyo público y privado. “También hubo mucha autocensura de los intelectuales –destaca Gaggero–. La mayoría de quienes en privado analizaban críticamente la estrategia dominante optaron por no decirlo públicamente para no sufrir las consecuencias. Esto fue lo más deletéreo. En 1995, cuando el Efecto Tequila, los consultores les contaban la verdad en privado a los clientes que les pagaban, pero no advertían gratis a la opinión pública, a través de los medios de comunicación, como hacen los economistas serios del Primer Mundo.”
Al sistema –sintetiza Gaggero– no se le ocurrió impedir que las grandes empresas y el capital concentrado contara con buena información, a diferencia de la desinformación de la ciudadanía. “Por eso –explica–, en la corrida bancaria final de la convertibilidad zafaron a tiempo quienes pudieron comprar un buen asesoramiento económico privado, mientras que el depositante medio quedó atrapado en el corralito.”
Todo el esfuerzo se centraba en sostener a toda costa una creencia mágica, surgida tras el gran fracaso social que le quedó endosado a Raúl Alfonsín. “La sociedad no hizo una indagación profunda sobre las raíces de ese fracaso –precisa Gaggero–, su vinculación con la dictadura y lo que implicó que por primera vez, en ese tiempo, gobernara directamente el poder económico con la suma del poder público.”
“No hay que olvidar –dice– que cuando todo el país estaba silenciado y nadie podía emitir una idea, casi simultáneamente se fundaron en Córdoba la Mediterránea y en Buenos Aires el CEMA. Ellos pudieron porque fueron fundados por el poder económico. Cuando llegó la democracia, asumió los condicionamientos que le legó la dictadura, y se extravió –sostiene–, y esas usinas contribuyeron a extraviarla. La clase política acabó disciplinada bajo el liderazgo de un poder económico concentrado y habituado a modos del pasado, anacrónicos.”
En cuanto al futuro, y como recordó Zamagni, Albert Einstein sostuvo que no se pueden resolver los problemas con las mismas categorías mentales de los que los ocasionaron. “Esto vale para los políticos, pero también para los economistas –asegura Gaggero–. Si la agenda la siguen definiendo losresponsables del derrumbe, no hay salida. Pero hay agendas nuevas que se están construyendo desde el llano. Las cosas recién van a cambiar en serio cuando el avance político permita que las nuevas ideas, que respecto de lo sucedido con la Argentina surgen tanto dentro como fuera del país,
desplacen a las que provocaron la catástrofe.”