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Todo lo que se puede hacer para viajar a la tierra de Bob Marley
“El final de la inocencia”, de Jean-Pierre Améris, ingresa en el mundo adolescente para contar una oscura historia de “amour fou”.
Por Horacio Bernades
Delphine tiene 14 años y es hija única. Su papá médico y su mamá, dueña de una galería de arte, la tratan como si tuviera varios menos. La chica es tímida, silenciosa, reservada y no conoce el amor. Se diría que es una candidata ideal al flechazo, y eso es lo que ocurrirá cuando conozca a Laurent que, aunque tiene su misma edad, parecería doblarla en experiencia. Delphine se enamora demasiado rápido y demasiado ciegamente, y cuando a Laurent, para costear los gastos de un viaje, no se le ocurra mejor idea que prostituirla, Delphine aceptará su destino por puro amor loco. Desde los surrealistas en adelante, pasando por el Buñuel de L’Age d’Or, el Jean Vigo de L’Atalante y el Truffaut de La mujer de la próxima puerta y La historia de Adela H, el amour fou es una especialidad francesa, y así lo confirma Mauvaises fréquentations, que Primer Plano Video acaba de editar, sin pasar por los cines, con el título El final de la inocencia.
En tiempos de sensacionalismo y shocks a cualquier precio, conviene aclarar que la película de Jean-Pierre Améris no busca sacudir, espantar u horrorizar sino más bien investigar hasta dónde puede llevar la ceguera amorosa, sobre todo en una fase de la vida propensa a los extremos. Tercera película de este cineasta de 40 años que a mediados de los ‘90 ganó un par de premios en Cannes con su segundo film (Les aveux de l’innocent), El final de la inocencia comienza como una engañosa comedia adolescente (temitas pop, trencitas en el pelo, primer día de clases, profesores deshumanizados) para virar de a poco hacia algo más oscuro. Un aire dark tiene Olivia, cuyo desaliño, cabello trenzado estilo dreadlock y poemas ligeramente suicidas la marcan como una diferente en relación con sus compañeros de clase. No es el caso de Delphine, que en cuanto la ve queda prendada. Jamás se sabrá del todo si es porque adivina en su nueva compañera todo aquello que ella no tiene, o por algo más.
La fascinación por Olivia es la primera señal de que Delphine anda en busca de otra cosa, algo que la saque del mundo de sus padres y el cole. Cuando aparezca Laurent y le dé un primer beso de sorpresa, la chica quedará desarmada, y cuando musite “te amo” en medio de un debut sexual de rutina, quedará claro que Delphine ama más a un Laurent imaginario que al que está encima de ella. El Laurent real ama el reggae, tiene problemas familiares, no soporta más la vida de provincia (la película transcurre en Grenoble) y quiere huir a Jamaica. Pequeño problema: no tiene plata para el pasaje y no piensa trabajar para pagarlo. En su lugar, se le ocurre algo mejor: que Delphine y Olivia se ganen el viaje a la tierra de Bob Marley a base de fellatios, practicadas a sus propios compañeros de cole. A razón de cinco chupadas por día y per cápita, en seis semanas todos pondrán rumbo a Kingston, razona Laurent. Podría parecer disparatado que las chicas acepten semejante proposición, si no fuera porque la película está basada en un caso real. Y porque de a poco va quedando claro que, para Delphine, no hay mejor prueba de amor que la entrega sin reservas a los deseos del hombre amado.
En cuanto a Olivia, se comporta como una buena amiga: no está dispuesta a dejar sola a Delphine, aunque todo le parezca una aberración. Como una versión hardcore de Juana de Arco, un místico medieval o una heroína de Robert Bresson, Delphine parecería querer alcanzar la total pureza de espíritu mediante la máxima degradación física. Así lo revelan su mirada transparente y su total ausencia de dudas, aunque su expresión de repulsión en el baño público hable por ella. A la larga, importa menos la llegada de la policía que el contexto familiar y social en el que estos hechos tienen lugar. Mientras las compañeritas del cole se ocupan de humillar a Delphine y a Olivia (porque “chuparla es cosa de putas”), las respectivas familias no aparecen como un respaldo para sus hijos: la de Laurent está disgregada y el muy educado papá de Delphine cree solucionarel problema llenando a su hija de cachetazos, mientras Olivia debe cargar con el fantasma de su hermana mayor, que se suicidó poco tiempo atrás.
No son tiempos sencillos para tener 14 años, y El final de la inocencia no pretende encontrar respuestas que la época no produce. El final de la película encuentra a Delphine con la mirada abstraída en su mundo de amores absolutos, como si la experiencia no le hubiera enseñado nada, a disposición del próximo Laurent que se le cruce.