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¿Quién está apurado?
La salida del default se demorará unos meses. Esa postergación no es un drama, sino que brinda más tiempo para intentar crear condiciones para un desarrollo con equidad. Esto último es el verdadero desafío del Gobierno.
Por Alfredo Zaiat
Con el default, que dentro de poco habrá que soplar las velitas de su tercer año, vale la pena hacer un esfuerzo y preguntarse: ¿quién debería estar más ansioso para que Argentina “normalice” su relación con el mundo financiero internacional? De los últimos 36 meses, luego de una primera etapa turbulenta, caótica, de destrucción de riquezas y de una injusta distribución de los costos ineludibles que emergen de una crisis, se puede realizar un provisorio balance de esa ruptura de reglas de juego con los tenedores de deuda impaga. Aquí va: la economía ha crecido en ese período a un ritmo chino del 8 por ciento anual; registra inéditos superávit gemelos –comercial y fiscal–; la industria sustitutiva de importaciones ha recuperado terreno en forma vigorosa; los bancos han recompuesto en gran parte su actividad y ya registran ganancias; la mayoría de las privatizadas está aumentado la provisión de servicios ante un consumo creciente; la inflación no se ha disparado; la inversión también ha retomando un sendero positivo, si bien ha sido con autofinanciamiento y no con asistencia bancaria; el empleo ha iniciado un persistente crecimiento sin mejoras sustanciales del salario; y los índices de pobreza e indigencia han retrocedido, aunque no al mismo ritmo que el repunte del Producto Interno Bruto. En fin, ¿cuál es el problema de seguir un tiempo más en default?
Esa recuperación que sorprende a propios y extraños, y mucho más a gurúes de la city especializados en pronósticos errados y a la ineficiente tecnoburocracia del FMI, tiene un origen indudable: la devaluación y la declaración de la cesación de pagos. Esto no implica que esas medidas de política económica no hayan generado descalabros de proporciones, pero estos fueron los inexorables ante la imprudente extensión de la agonía de la convertibilidad. El abandono del 1 a 1 y el default fueron la consecuencia de un modelo agotado, y no las causas principales de la crisis. A ese camino de ruptura de efectos devastadores no le corresponde la máxima responsabilidad, sino que –para ir despejando confusiones de a poco– ha sido la explicitación de esa crisis terminal que se estuvo incubando por años. El explosivo aumento de la pobreza, por ejemplo, no fue exclusivamente por la devaluación, sino que ese derrumbe social ya estaba implícito en la irresponsable extensión de la convertibilidad, que tarde o temprano iba a estallar porque –la historia ya lo ha enseñado– se trata de un sistema insustentable en el tiempo.
Si Argentina tiene una propuesta para salir del default, pese a que éste fue un importante motor de la recuperación, y el denominado “sistema financiero internacional” no comparte la forma y contenido de esa oferta, ¿quién tiene que preocuparse? Además, lo que se le propone a los acreedores, pese a que no es del agrado de ellos, es lo suficientemente pesado para las cuentas públicas que si no lo quieren no hay que lamentarse mucho. De nuevo: ¿cuál es el problema de unos meses más de default?
Ha quedado en evidencia que los fantasmas acerca de “dar la espalda al mundo” o de “negociar de buena fe” o de “no van a venir inversiones”, repetidos hasta el cansancio en estos años, han quedado en el ridículo, del mismo modo que aquellos que los vociferaban. El país no está fuera del “mundo” como lo prueba el creciente comercio internacional, así como también los diversos acuerdos con otras naciones. La vaporosa “buena fe” está aquí y no en el exterior, lo que se puede comprobar viendo simplemente el rostro de aquellos que actúan de lobbistas de los acreedores. Y que las inversiones estarán ausentes no se ha verificado en la realidad, como indican los anuncios de Repsol, Techint, Volkswagen, Telefónica, entre las grandes empresas, y de cientos de proyectos inmobiliarios y de otros encarados por pequeñas y medianas empresas. Que muchas otras inversiones están a la espera de la “normalización” financiera es tan cierto como las promesas de felicidad del círculo virtuoso del ajuste de los ‘90. La incertidumbre es un factor intrínseco a la actividad económica y, por lo tanto, a las decisiones de inversión. Estas se toman en función de la renta prevista y Argentina sigue ofreciendo oportunidades seductoras, como se sabe, que están aisladas del default. La tasa de descuento que se aplica a proyectos de inversión en el país seguirá siendo elevada por elementos más sustanciales y permanentes de la economía argentina que el estado temporario de cesación de pagos de una porción de la deuda.
La cuestión no pasa, entonces, por si se demora más o menos la salida del default, instancia a la que se arribará independientemente de las trabas que vayan poniendo lobbistas profesionales de los acreedores. El desafío es aprovechar esa instancia excepcional para que el escenario económico “color de rosa” gracias al default y a la devaluación mude en condiciones firmes para el desarrollo económico con equidad. Ese es el principal desafío, y es en esa tarea en la que el Gobierno corre contrarreloj y no en la oferta para superar la situación de cesación de pago –vale recordar– de la mitad de la deuda.
Resulta una obviedad que es mejor no estar en default, que estarlo. Pero el tema es cómo salir de ese lugar, aspecto que es mucho más relevante para el futuro de la economía que la postergación de un par de meses. Los países no se detienen por el default y sí, en cambio, lo hacen los negocios de los financistas acostumbrados a la colocación alegre de títulos de la deuda. Por último: ¿quién está apurado?