Lunes, 9 de noviembre de 2009 | Hoy
EL MUNDO › PASCAL BONIFACE, DIRECTOR DEL INSTITUTO DE RELACIONES INTERNACIONALES Y ESTRATéGICAS
El analista internacional Boniface reubica a América latina en el nuevo lugar que está ocupando en el mundo: ha ingresado en un círculo virtuoso en el que sobresale el desarrollo económico y la estabilización política.
Por Eduardo Febbro
Desde París
Pascal Boniface es para el análisis de las relaciones internacionales una fuente de claridad y pertinencia. El director del IRIS, Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas, llega en estos días a Buenos Aires para ofrecer una serie de conferencias sobre el orden internacional, la estrategia en las crisis y los conflictos, la nueva administración norteamericana y la evolución de la relación de fuerzas luego de la crisis financiera del año pasado. Pascal Boniface ha escrito más de 40 libros sobre cuestiones estratégicas internacionales –Medio Oriente, armas nucleares, etc.– y dos sobre otra de sus pasiones, el fútbol, siempre visto bajo su dimensión estratégica e internacional: La Tierra es redonda como una pelota. La geopolítica del fútbol, de 2002, y Fútbol y globalización, de 2006. La institución que dirige, el IRIS, es uno de los centros más sólidos de análisis internacional. En esta entrevista con Página/12 en París, Pascal Boniface reubica a América latina en el nuevo lugar que está ocupando en mundo, constata el fracaso de la comunidad internacional en Afganistán y en el conflicto israelí-palestino y lamenta que la expresión “comunidad internacional” carezca de sentido.
–El presidente y Premio Nobel de la Paz, Barack Obama, es saludado en todo el mundo por sus posiciones conciliatorias. Sin embargo, en América latina, y en una zona de fuertes influencias estadounidenses como es América Central, hemos heredado un golpe de Estado en Honduras. ¿Acaso la extensión de la crisis hondureña no revela la existencia de una corriente golpista en el seno del aparato norteamericano?
–Creo que Obama tiene una relación muy distinta con América latina a la que tenía no sólo su predecesor, George Bush, sino todos sus predecesores, con la excepción de Jimmy Carter en los años ’70 y ’80. La relación de Obama con América latina es semejante a la que tuvo el ex presidente Mijail Gorbachov –ex URSS– con los países de Europa del Este. El presidente Obama respeta sinceramente la soberanía de los países latinoamericanos. Me parece que es el último clavo puesto sobre la tumba de la doctrina Monroe –política que buscó hacer de América latina un coto privado de Washington–. No veo a Obama organizar directa o indirectamente una intervención armada en un país latinoamericano para oponerse a un poder que no lo satisface. Sin embargo, es cierto que no hizo la presión suficiente para que el golpe de Estado en Honduras termine, y que no puso en juego todo lo que Obama hubiese podido hacer para restablecer la legalidad constitucional en Honduras. Ahora bien, me pregunto si acaso sólo los Estados Unidos podían cambiar la situación. Constato igualmente que los demás países latinoamericanos no emplearon tampoco todos los medios para poner término al golpe. La comunidad latinoamericana no pudo impedir que el golpe de Estado se produzca y se extienda.
–En el análisis global de la relación de fuerzas en la escena internacional, ¿cómo se sitúa América latina? ¿Quizá como un mundo demasiado lejano y aparte, ese Extremo Occidente del que hablaba el diplomático y ensayista francés Alain Rouquié, o quizás en un lugar de prestigio renovado, semejante al que tuvo la Argentina en los primeros 50 años del siglo XX?
–América latina parece haber ingresado en un círculo virtuoso en el que sobresale el desarrollo económico y la estabilización política. Ya no son más las armas las que acompañan la toma del poder sino las urnas. Durante muchos años se vio a América latina a través del prisma guerrilla–dictadura. Hoy estamos asistiendo a la emergencia del continente. La globalización torna mucho más difícil la postura del Extremo Occidente. El aislamiento ha dejado de ser posible y deseado. Durante mucho tiempo, los países latinoamericanos vivieron felices con su aislamiento porque tenían sus políticas proteccionistas, tanto en términos políticos como económicos. Ese paréntesis se cerró. Además, el peso relativo de América latina muestra –y Brasil es un ejemplo emergente– porcentajes de crecimiento importantes. Creo que América latina no escapará a sus responsabilidades y que, por consiguiente, tendrá una participación más fuerte, más activa, en el gobierno del mundo, y ello tanto en el plano estratégico como económico. El aislamiento o el alejamiento latinoamericano está en declive. La presencia latinoamericana en el mundo será más fuerte y visible en el futuro. Hoy existen instrumentos de cooperación regional que le permiten a América latina pesar y no de forma fragmentada sino unida. El esfuerzo de cooperación e integración, que tiene el mérito de dejar intactas las identidades nacionales, le permitirá a América latina y de forma colectiva influir en el mundo.
–En el caso de Brasil, ¿se podría hacer una comparación semejante al papel que desempeñó Alemania como motor de la economía europea? Brasil es una potencia que se instala cada vez más en la escena internacional. ¿No es acaso peligrosa una potencia capaz de dominar buena parte del continente?
–Peligroso o no, las cosas se hacen sin que se las decida. Está el tema por ejemplo del peso relativo. En este caso, Alemania, desde la reunificación, tiene un peso relativo mucho más importante en Europa. Lo mismo ocurre con Brasil, cuyo peso demográfico y económico es más importante. Ahora destaco que nosotros no tenemos una Europa alemana sino una Alemania europea. Alemania, al mismo tiempo que recuperó su plena soberanía con la reunificación y se sacó las inhibiciones que arrastraba desde hacia muchos años, recuperó su autonomía sin que ello se traduzca por una voluntad de dominación. Tengo el sentimiento de que, por el momento, Brasil no da la impresión de querer aplastar a sus vecinos.
–La otra espina bajo el pie de América latina es Colombia, un país que exporta sus conflictos (guerrillas, narcotráfico, paramilitares) y que luego se presenta como víctima. Para muchos analistas, Colombia se está volviendo una suerte de Israel de América latina. ¿Cuál sería la estrategia conjunta para integrar a Bogotá en un sistema de relaciones menos conflictivo?
–Efectivamente, Colombia, además de una espina, es un país aparte. Colombia va en contracorriente del conjunto de los países latinoamericanos. De alguna manera, es uno de los últimos países pro-Bush. Pero no estoy seguro de que pueda seguir a contracorriente durante mucho tiempo. Vemos cómo la Justicia internacional se está inmiscuyendo en los asuntos colombianos. Tal vez sea el principio de un proceso. Pero sí se puede decir que el peso de los paramilitares ha sido penalizante para el país, y que Colombia conoce una fase de violencia social y política desde hace 50 años. No podemos sino desear que los progresos de la Justicia internacional, el entorno regional, la nueva administración norteamericana y una toma de conciencia de la sociedad colombiana desemboquen en progresos y en una nueva relación de Bogotá con sus vecinos inmediatos.
–En contexto muy distinto, dos de las grandes crisis mundiales vigentes, Afganistán y el conflicto israelí-palestino, han quedado encerradas en un fracaso permanente. Fracaso militar en Afganistán, fracaso diplomático en el conflicto israelí-palestino.
–En Afganistán lo que ocurre es que una presencia militar extranjera, incluso si al principio fue vista como un ejército de liberación, rápidamente pasó a ser percibida como un ejército de ocupación. Esas tropas extranjeras tienen un comportamiento que la población afgana juzga agresivo. En suma, el trasplante no funcionó. Podemos decir que estamos en un camino sin salida en la medida en que la OTAN no puede salir vencida militarmente por los talibán. Pero tampoco veo cómo, a corto o mediano plazo, la OTAN podría vencer a los talibán. Se habla de “afganizar” la guerra, lo que podría ser una solución, pero todavía falta encontrar un gobierno afgano que sea sólido, serio y no corrupto. Con el gobierno de Hamid Karzai no es el caso. Pero dado lo que pasó con la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, que fue anulada, no se puede apostar por una racionalización del gobierno afgano.
–¿Qué estrategia podría adoptar entonces la administración Obama en esas condiciones?
–Temo que sólo hay malas soluciones y hay que elegir la que sea menos mala. Tal vez haya que mantener la presencia en Afganistán al mismo tiempo que se capacita al ejército afgano y, por supuesto, ejercer presiones más sólidas sobre el presidente Karzai para que se reforme. Claro, cada vez que se le hace una observación al mandatario denuncia la injerencia extranjera y juega la carta de la independencia nacional, lo que es cómico porque si las fuerzas extranjeras dejaran el país, Karzai no resistiría en el poder más de 48 horas.
–El conflicto israelí-palestino se acerca a otro abismo con el anuncio de la renuncia del presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, a partir del mes de enero. Un aliado interno se va empujado por los fracasos en las negociaciones con Israel.
–Mientras no haya una auténtica presión sobre Israel, el gobierno actual no negociará. Con mucha habilidad, el premier israelí resistió a las demandas de congelamiento de la colonización. Mahmud Abbas saca entonces las consecuencias del fracaso de su estrategia: quiso negociar con los israelíes mediante el apoyo de los norteamericanos, pero no realizó ningún progreso concreto. El retiro israelí de la Franja de Gaza se llevó a cabo de forma unilateral. Creo que si los norteamericanos no retienen a Mahmud Abbas, éste se va a retirar. La presión exterior en torno de Israel no fue suficiente como para que el gobierno israelí, que es el ejecutivo más a la derecha de la historia de Israel, negocie con seriedad. Los israelíes llevan años diciendo que no podían negociar con Arafat porque era un terrorista, pero tampoco negociaron con Abbas, a quien no se presentó como un terrorista. Ha sido un pretexto. Los israelíes tienen el sentimiento ilusorio de que el tiempo juega a su favor y que la política del hecho consumado será fructífera.
–¿Por qué ilusorio?
–Israel no está deslocalizado, Israel vive en Medio Oriente, rodeado de países árabes donde la causa palestina se vuelve cada día más un elemento de cohesión del mundo árabe.
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