Fue un trámite. Para cuando el chileno José Miguel Insulza entró al seno de la Asamblea General de la OEA en Washington, su reelección ya estaba asegurada. Sus críticos más acérrimos –Estados Unidos, Bolivia, Venezuela, Perú y Nicaragua– habían confirmado que, a pesar de tener reservas sobre la gestión del secretario general, no obstaculizarían su elección para un segundo mandato, hasta 2015. Sin ningún voto en contra y con una sola abstención, la de la delegación boliviana, el candidato único fue votado por aclamación. A la hora de agradecer, Insulza lanzó una serie de promesas, ambiciosas y abstractas. “Vamos a fortalecer nuestra lucha por los derechos humanos, vamos a tratar de equilibrar mejor nuestra política democrática y nuestras políticas de desarrollo y vamos a luchar por fortalecer la condición de la mujer y la igualdad de género en nuestra región”, adelantó el diplomático chileno.

Estaba contento. La votación de ayer era el fruto final de cinco años de mediación y negociación. En 2005, el entonces ministro del Interior y vicepresidente de Ricardo Lagos no la había tenido tan fácil. Venía del socialismo, había sido asesor en el gobierno de Salvador Allende hasta el golpe de Estado y luego había tenido que exiliarse durante 15 años. Su rival, en cambio, era un niño mimado de Washington. El entonces canciller de Vicente Fox, el mexicano Luis Ernesto Derbez, contaba con el pleno apoyo de la Casa Blanca pero, por primera vez en mucho tiempo, la presión de los países latinoamericanos pudo más y el candidato sudamericano ganó en el último minuto.

Insulza no tardó en demostrarle a Estados Unidos que era un dirigente confiable, pero nunca se alió por completo. Prueba de ello fue el apoyo al levantamiento de la suspensión que pesaba sobre Cuba desde 1962, cuando el pleno de la OEA expulsó al gobierno de Fidel Castro por declararse marxista-leninista. O la condena sistemática a las violaciones a los derechos humanos en Colombia, o la suspensión de Honduras, apenas unos días después del golpe de Estado, aun cuando Washington evitaba hacer declaraciones de abierto repudio.

El veterano diplomático y político de casi 67 años también trabajó incansablemente para desactivar la crisis en Guatemala el año pasado, después de que el presidente Alvaro Colom fuera acusado de asesinato por la víctima en un video difundido post-mortem, y para calmar los ánimos en Bolivia en los momentos de mayor tensión entre el gobierno de Evo Morales y la oposición separatista de Santa Cruz.

Ayer, Insulza no recordó esos logros, pero sí destacó que durante sus primeros cinco años de gestión, la Organización de los Estados Americanos recuperó su protagonismo en la arena política regional. Aunque es cierto, fue también durante ese período que Sudamérica creó una organización regional aparte, que excluye principalmente a Estados Unidos. Fue en el seno de este grupo, la Unasur, que se están discutiendo las tensiones entre Colombia y su alianza militar con Washington y sus vecinos.

A pesar de sumar sus apoyos ayer, los embajadores de Venezuela y Nicaragua recordaron que la OEA aún dista de ser un organismo igualitario y que su secretario general, aseguraron, no ha hecho nada por cambiar esa situación. El venezolano Roy Chaderton se quejó de la “de-satención y el silencio” de las autoridades de la organización cada vez que cuestionan la asimetría a favor de los países más poderosos.

Su colega nicaragüense, Denis Moncada, lo secundó y elevó el tono de las críticas. “Tenemos que reconocer que la Carta Democrática de la OEA quedó prácticamente anulada por los golpes de Estado en Venezuela (2002) y en Honduras (2009)”, recordó.