Lunes, 5 de abril de 2010 | Hoy
EL MUNDO › LA MUERTE DEL LíDER EXTREMISTA EUGENE TERRE’BLANCHE Y LAS TENSIONES RACIALES EN SUDáFRICA
Fue encontrado el sábado en su granja, asesinado a machetazos por dos jóvenes empleados. El sórdido final de un fascista notorio puede tener consecuencias violentas y es un signo de los problemas sin resolver de un país.
Por Sergio Kiernan
Visto desde esta lejanía, el sórdido asesinato de Eugene Terre’blanche puede tener una lectura simple. Desde hace cuarenta años, el hombre andaba de uniforme, con un brazalete con una svástica de tres brazos, muy seguido con armas y siempre con un discurso incendiario, racista y violento. El sesentón que amenazó a Sudáfrica con una guerra civil separatista, que se presentó como adalid del “volk” boer y blanco, no es en sí una pérdida para lamentar demasiado. Pero que dos peones lo mataran a machetazos en su granja de la Provincia del Noroeste es un síntoma de cosas peores que ocurren en Sudáfrica y puede ser un detonante de violencias mayores. Y no sólo de blancos contra negros.
Terre’blanche fue una figura típica de su época, hasta en el apellido irónico –“tierra blanca”, en francés– que parecía destinarlo a lo que fue. Descendiente de los hugonotes franceses que encontraron refugio en la colonia holandesa, se casaron con los locales, aprendieron su idioma y ayudaron a crear el pueblo afrikaner, Terre’blanche era hijo de un coronel y fue custodio presidencial. Para 1970, viendo de cerca lo que interpretó como los primeros síntomas de deshielo, fundó con unos amigos el Afrikaner Weerstandsbeweging, el Frente Afrikaner de Resistencia. Lo llamativo es que gobernaba en esos tiempos el horrendo Paul Vorster, represor por vocación con la personalidad de un Beria.
El Frente nunca fue realmente popular ni mucho menos masivo, pero tuvo sus momentos. Como tantos movimientos extremistas, de alguna manera representaba los terrores más oscuros del grupo que decía representar. En este caso, los afrikaner, encerrados entre la conciencia de que no podían seguir sentados sobre las bayonetas del apartheid pero temerosos de la venganza, de ser sumergidos culturalmente y de disolverse en un mar de miscigenación. Por eso, el AWB nunca pasó de los proverbiales cuatro gatos locos, nunca tuvo votos pero siempre contó con una simpatía tolerante, un entendimiento de por qué hacían lo que hacían.
Terre’blanche fue indudablemente un fascista. En 1993, cuando se preparaban las elecciones que ganó Nelson Mandela al año siguiente y se armaba una Constitución de compromiso, el Frente boicoteaba, agitaba y atacaba reuniones. Sus miembros eran arrestados con cara de martirio feliz por policías todavía blancos, agitando la vieja bandera de las repúblicas boer, la “vierkleur”. En ese verano agitado, dos argentinos terminamos invitados a un “asado de camaradería” del Frente, una experiencia peculiar. Todo el mundo, de una anciana dulce con anteojitos de plata a chicos rubios preciosos, estaba de uniforme caqui y brazalete con la svástica. Había armas, juegos de tiro al blanco –o al negro, porque se tiraba a una foto de Mandela– y largas explicaciones sobre cómo los negros no eran del todo humanos, porque pueden tener hijos con los monos. La banda de lunáticos tanteó, por las dudas, las políticas migratorias argentinas, a ver si el volk tenía un futuro sudamericano al perder la guerra civil que prometían.
No hubo guerra pero sí emigración a Canadá, Gran Bretaña y Estados Unidos, impulsada por la economía despareja, el crimen rampante y la violencia social. Es que el Frente es apenas el más desembozado de los grupos que predican los fierros como solución a los problemas sudafricanos y aumentan la ya notable tensión racial de la vida política del país.
Mientras que Mandela predicó con convicción y ejemplo personal la reconciliación entre etnias y razas, su propio partido no lo siguió del todo. El ANC (Congreso Nacional Africano) funciona más como un frente que un partido y tiene internas que dejan al PJ como un club de barrio. El rumbo capitalista y los notorios niveles de corrupción de los dirigentes dejaron un tendal de insatisfechos en el ala izquierda. El impulso a la institucionalidad dejo otro tendal entre los que quisieran una política más “africana”, de la que corta camino y no se fija en constituciones y reglas.
Por ejemplo, en el notorio Julius Malema, líder de la Liga Juvenil del ANC, que usa camisetas con la imagen del feroz dictador de Zimbabwe, Robert Mugabe, y acaba de tener un peculiar problema legal. Malema fue denunciado judicialmente como discriminador e incitador a la violencia racial por sus constantes ataques a los blancos. Una Corte le prohibió la semana pasada seguir usando en sus actos una canción en zulú que arranca diciendo “matemos a los boer, matemos a todos los boer”. Malema no le prestó la menor atención al fallo y siguió cantando su canción, ante el silencio cómplice de su gobierno y las denuncias de la oposición.
Malema no es el único. Después de 16 años de gobierno democrático, con los blancos en minoría, la situación social sudafricana sigue siendo grave. El sistema actual hizo el milagro de duplicar la clase media, creando un sector entero de negros y gente de color que tiene auto, salario y casa. Hasta hay un poderoso sector de nuevos ricos y famosos de color, muy ligado al poder y a las finanzas, que forma la elite nacional. Pero el pueblo llano, la inmensa mayoría del país, sigue más o menos donde estaba. Y estaba en un lugar de gran pobreza, privado de las cosas más básicas. La diferencia entre las vastas townships de las ciudades y los suburbios ricos, entre la vida de aldea rural y la calle asfaltada sigue idéntica. La diferencia es que en los suburbios y el asfalto ahora hay tantas caras blancas como negras.
Con lo que abundan los profetas de la explosión, los que siguen culpando a los blancos por la pobreza sin cambios. La muerte a machetazos del viejo Terre’blanche lo transforma en una mecha y también lo agrega a la estadística: el líder del AWB es apenas el granjero blanco de la semana asesinado por negros, ya que cada semana, en promedio, muere uno asesinado por sus empleados o por ocupantes de sus tierras.
No extraña que el presidente Jacob Zuma haya reaccionado con un muy claro llamado a la calma que parece más dirigido a la propia tropa que a los blancos. Zuma, un político que estaría muy a gusto en cualquier interna bonaerense, dijo ayer que “este evento tiene realmente que decirnos algo como líderes... que cuando decimos algo en público, ese algo puede ser entendido como lo contrario de lo que queremos decir, que es que queremos construir una nueva nación”. Claramente, el destinatario eran los Malema del país con su “matemos a los boer”.
Y, por el contrario, a nadie le llamó demasiado la atención que el AWB llamara a vengar la muerte de su líder. Los del Frente avisaron que primero enterrarán a Eugene Terre’blanche y luego, el 1º de mayo, tendrán un congreso para decidir qué hacer.
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