EL MUNDO
Cómo es la guerra diplomática que Francia quiere llevar hasta el fin
“Si Washington quiere ir a la guerra, que vaya solo”, dicen a coro los funcionarios franceses. París sumó ayer el apoyo de China y la ratificación de Rusia en su batalla por evitar que la ofensiva sobre Irak cuente con el aval de Naciones Unidas.
Por Eduardo Febbro
En 1990-1991, durante la primera Guerra del Golfo, cuando el peruano Javier Pérez de Cuellar ocupaba el puesto de secretario general de las Naciones Unidas, la ONU era una sucursal de la Casa Blanca y la OTAN un brazo norteamericano en el viejo continente. Doce años después y frente a una crisis originada en torno a la misma problemática, París, Moscú y Pekín, tres de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, no asumen la misma actitud: habiendo consensuado en 1991 ante los argumentos de Washington, las tres capitales se rebelaron contra los proyectos belicistas de Washington, en contra de esa “tentación unilateral” tantas veces denunciada por el presidente francés Jacques Chirac. Francia y Rusia fueron los primeros en objetar la estrategia de la Casa Blanca, luego se le sumó Alemania y por último Pekín. Ayer China agregó su voz a la declaración tripartita de París-Berlín-Moscú pidiendo el refuerzo de las inspecciones de la ONU en vez de un ultimátum que conduciría directamente a la guerra. Luego de que el mandatario francés Jacques Chirac mantuviera una conversación telefónica con el presidente chino Jiang Zemin, el portavoz de la Cancillería china declaró: “Apoyamos todo esfuerzo que conduzca a solucionar la crisis iraquí de manera política”.
En poco menos de un mes, la administración Bush vio cómo se le escapaban de las manos dos ejes de control del mundo: el diplomático con las Naciones Unidas, el militar con la OTAN. En el seno de la Alianza Atlántica, Francia, Alemania y Bélgica se opusieron a que la OTAN interviniera protegiendo a Turquía en caso de guerra con Irak. París argumenta que esta vez no cederá, que su posición no es un acto de antiamericanismo, sino que deriva “de otra lectura de las amenazas” que afectan al orden mundial. “No se puede hacer la guerra por impaciencia o por meras sospechas”, explican los dirigentes franceses implicados en la crisis. El veto francés a la propuesta norteamericana de intervención de la OTAN vale más que mil explicaciones: el antagonismo es radical y “no se negocia”. Según París, su posición no es el preludio de una “rendición” ni una jugada cuyas auténticas intenciones están escondidas. Los dirigentes franceses señalan que se trata de un “enfrentamiento entre dos visiones muy distintas del mundo”.
Desde los atentados del 11 de setiembre Estados Unidos desarrolló una visión “esquizofrénica” de la seguridad mundial y se ha “autoelegido” para gobernar el mundo “sin tomar en cuenta ni la diversidad de las culturas ni los estragos que ciertas decisiones pueden causar”. Para Francia, el recurso a la fuerza fuera de toda legitimidad no puede sino desencadenar el efecto contrario al buscado: más humillación y, por ende, más terrorismo. Los políticos franceses estiman que es preciso evitar que una guerra se convierta en un “conflicto entre civilizaciones” y que es necesario tomar en cuenta “los parámetros culturales y religiosos” que están en juego. “Si los norteamericanos quieren ir a la guerra tomando en cuenta únicamente sus imperativos, entonces que vayan solos”, alega un alto responsable francés.
Al mismo tiempo que admiten que “la meta común de la comunidad internacional es el desarme de Irak”, París y Berlín proponen otros métodos para alcanzar ese objetivo. Es lícito recordar que el enfrentamiento entre las potencias a raíz de la crisis iraquí no es nuevo. Un puñado de países europeos —Alemania, Bélgica y Francia— digirió muy mal el régimen de sanciones impuesto a Irak por la comunidad internacional pero monitoreado casi exclusivamente por la administración norteamericana.
El eje opositor cuatripartito —Pekín, Moscú, Berlín y París— aduce que su posición no le resta credibilidad a la ONU sino que, más bien, “evita que el Consejo de Seguridad sea un mero recinto donde repercuten lasestrategias estadounidenses”. A quienes piensan que Francia se aísla de las negociaciones futuras sobre el porvenir de Irak, los responsables responden: “Muy por el contrario. Nuestro rechazo hará de nosotros interlocutores más creíbles. Ello nos permitirá ser un lazo para reconstruir la paz. En este plano, Francia será indispensable”. Ante este abanico de argumentos es legítimo recordar que en el pasado Francia cambió muchas veces de opinión, mientras que en otras, por ejemplo la invasión de Panamá por Estados Unidos, se calló la boca e hizo el juego de Washington. No hay que dejar en el olvido tampoco que fue el presidente socialista François Mitterrand quien, al comenzar la guerra de las Malvinas, le entregó a la primera ministra británica Margaret Thatcher los códigos secretos de las armas que Francia le había vendido antes a la Argentina. Por ahora, París jura que no se rendirá. Todo apunta a demostrar que la condición del cambio de posición cabe en una hipótesis: si Saddam Hussein llega a representar una amenaza más feroz que la guerra en su contra, entonces París modulará su postura.