Sábado, 10 de agosto de 2013 | Hoy
EL MUNDO › SU LIDER MILIBAND NO CONSIGUE CAPITALIZAR EL DESCONTENTO POR LA CRISIS ECONOMICA
Miliband es mucho más impopular que el primer ministro Cameron a nivel personal y pierde por goleada frente a los conservadores cuando se les pregunta a los británicos por su programa económico, clave de cualquier elección.
Desde Londres
El verano político británico ofrece un panorama sorprendente. A pesar de la caída del nivel de vida más pronunciada desde la posguerra, el primer ministro conservador David Cameron está exultante y las encuestas muestran que achicó la diferencia que lo separa de la oposición laborista a la mitad. El laborista Ed Miliband, que mantiene una ventaja de cuatro puntos en los sondeos, es mucho más impopular que Cameron a nivel personal y pierde por goleada frente a los conservadores cuando se les pregunta a los británicos por su programa económico, clave de cualquier elección.
El dilema de Miliband y el centroizquierda británico es cómo hablarle a una sociedad básicamente conservadora que sigue midiéndose con la vara de aquel imperio todopoderoso “donde nunca se ponía el sol”. En esta sociedad los responsables de los propios males son siempre los otros: europeos, inmigrantes y hasta los mismos pobres, descalificados con el epíteto de “chavs” (sinónimo de brutos, ordinarios e ignorantes). Este es el mensaje que ha transmitido con creciente efectividad el nuevo gurú de relaciones públicas de los conservadores, el australiano Lynton Crosby, nombrado en el cargo en noviembre del año pasado.
Es un mensaje simple con tres o cuatro pilares básicos. La causa de los problemas económicos británicos no fue el desmadre del sector financiero privado sino “el caos que dejaron los laboristas con su gasto fiscal desmedido”. El draconiano programa de austeridad que impusieron los conservadores en coalición con los liberaldemócratas en 2010 es equivalente al “manejo de cuentas de un hogar endeudado que decide recotar gastos”. La clave es el sacrificio y la reducción de un presupuesto social descontrolado que sirve para alimentar vagos y aprovechadores (“skivers”) que, al igual que los inmigrantes, viven de los impuestos que pagan los trabajadores decentes. En contraste con esta autojustificación de la política gubernamental, el laborismo es el partido de los skivers, la irresponsabilidad fiscal y un “títere de los sindicatos”.
Bastó que a este mensaje repetido machaconamente y vociferado por medios con clara hegemonía conservadora se unieran un par de noticias ligeramente positivas para que la ventaja que el laborismo ha mantenido en las encuestas durante más de un año empezara a evaporarse. En julio no sólo nació George, el hijo del príncipe William y Kate, verdadero evento nacional, sino que la economía creció un 0,6 por ciento, hecho celebrado como si fuera el gol de la victoria de la final del mundo. En un sondeo a fines de julio un 40 por ciento de los encuestados respondió que la economía estaba “OK” (un año antes sólo un 17 por ciento opinaba de esta manera), un 40 por ciento se mostró de acuerdo con la estrategia de reducción del déficit (un 12 por ciento más que en el sombrío 2012) y Cameron-Osborne le sacaron 13 puntos de diferencia a la dupla homóloga laborista de Miliband-Balls como los más capacitados para hacerse cargo de la economía (la diferencia era de tres puntos el año pasado).
Miliband tiene un consuelo a mano. Los sondeos y la opinión pública británica son marcadamente cambiantes e imprevisibles. En mayo, después de las elecciones municipales y europeas, los conservadores parecían contra las cuerdas y a punto de sufrir el nocaut definitivo. Pero en el mismo laborismo hay una creciente preocupación ante la falta de un mensaje claro. “Uno de los grandes fracasos del laborismo ha sido no refutar el mito de que el gasto excesivo nos dejó en este caos. El actual déficit ocurrió porque hubo un colapso de los ingresos fiscales después del desastre financiero de 2008 y el gasto social creció porque la gente perdió el trabajo. No sólo pasó en el Reino Unido. Irlanda y España tenían superávit fiscales antes de la caída de Lehman Brothers y terminaron con deficits después”, señala Owen Jones, miembro de la izquierda laborista y autor de Chavs, la demonización de la clase trabajadora británica.
Las lagunas del mensaje de Miliband se deben en parte a esa sociedad con delirios de imagen imperial, pero también a que el mismo laborismo compró el argumento neoliberal thatcherista y en sus 13 años de gobierno (1997-2010) buscó ser una economía de mercado “con rostro humano”, cortejando al sector financiero y buscando el máximo consenso social con políticas de derecha en materia de seguridad e inmigración. Repetir un discurso –más cuando se lo traduce en políticas concretas– contiene un alto peligro de contagio: la retórica termina comprometiendo y convenciendo. “El problema no es que Miliband sea de izquierda como dicen algunos detractores. Fuera de la burbuja del mundo político, la gente no piensa en términos de derecha o izquierda. Piensa en términos de los problemas que hay que solucionar. El problema de Miliband es que la gente no sabe qué quiere”, señala Owen Jones.
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