Lunes, 19 de agosto de 2013 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Atilio A. Boron *
El sábado 17 de agosto fue un día muy especial. Los compañeros del Ministerio del Poder Popular para la Cultura de la República Bolivariana de Venezuela llevaron a todos los que vinieron desde el exterior a la entrega del Premio Libertador al Pensamiento Crítico a visitar el nuevo Mausoleo donde se preservan los restos de algunos de los más grandes patriotas de la independencia de la Gran Colombia y donde se encuentra depositada la espada del Libertador Simón Bolívar. Luego de eso fuimos al Cuartel de la Montaña, rebautizado por Chávez como el Cuartel 4 F en homenaje al alzamiento militar por él encabezado y que, como dijera, “por ahora” fuera derrotado. Allí, en esa histórica fortaleza, pudimos visitar la tumba que guarda sus restos, y todos los visitantes fuimos presa de una profunda emoción.
A mí me conmueve incluso ahora, un día después, escribir estas líneas para compartir con tantos militantes antiimperialistas conscientes de la inmensa labor hecha por Chávez en el combate al imperio que le llevó su vida. En el momento en que pasé al lado de su tumba y pude darle un postrero abrazo al frío mármol que lo protege, me embargó, y todavía no me abandona, un volcánico sentimiento de tristeza, dolor y rabia. Una rabia que pocas veces sentí en mi vida y que me llevó a pensar –o a alucinar– que si se descubriese quién fue el autor material de la muerte de Chávez (porque cada día estoy más convencido de que lo mataron), me presentaría como voluntario para cumplir con la pena capital que cualquier Corte seguramente impondría para integrar el pelotón de fusilamiento que pusiera término a la vida del canalla que asesinó a nuestro amigo. Declaro que no soy partidario de la pena de muerte, pero un magnicidio de tan enorme trascendencia para las luchas de nuestros pueblos puso en crisis la solidez de aquella convicción. La emoción y la rabia, esa mezcla explosiva de dolor y furia, obedecían también a la comprobación física de que quien siempre me recibía con una sonrisa y que invariablemente entremezclaba una broma con un razonamiento profundo y luminoso, ya no estaba más entre nosotros. Y que se trata de una pérdida irreparable.
Hoy vi en Telesur una reedición de uno de sus Aló Presidente, y la brillante forma en que explicó la lógica del capitalismo, la transformación de los valores de uso en valores de cambio y por lo tanto en mercancías, y la inexorable consecuencia que este proceso tiene al organizar y profundizar la explotación de los trabajadores, el reparto de la plusvalía entre distintas fracciones de la burguesía y el empobrecimiento de la población, degradada al rango de simple portadora de fuerza de trabajo, me dejó estupefacto. En pocas palabras y con un lenguaje llano, y directo, comprensible para el pueblo, y sumamente persuasivo, sintetizó brillantemente lo que Marx escribiera, por supuesto, en El Capital o en el pequeño texto sobre Trabajo asalariado y capital; o lo que Engels explicara en el Anti-Duhring. Ese es el hombre que nos quitaron. Un imprescindible, como diría Brecht, que luchaba siempre, todos los días. Su ejemplo refuerza aquello que dijera Fidel: aunque nos digan que el mundo podría acabarse en pocos años, nuestra obligación debe ser luchar, luchar sin pausa, porque el enemigo imperialista y sus lacayos colonizados no descansan. A diferencia de muchos “izquierdistas posmodernos”, ellos sí creen que la lucha de clases es permanente y omnipresente. Por eso, ¡a redoblar los esfuerzos, a mejorar nuestra organización y a enriquecer nuestra conciencia política! ¡Se nos acercan tiempos muy tormentosos!
* Director del PLED, Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini.
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