Jueves, 28 de noviembre de 2013 | Hoy
EL MUNDO › LOS RETRATOS DEL CHE, LOS CáNTICOS Y LAS FóRMULAS ANTICAPITALISTAS SE HAN ESFUMADO
La rapidez y la fuerza con que estos movimientos ganaron la calle sorprendieron no sólo a la mayoría gobernante, sino a los mismos partidos de derecha, poco habituados a hacer de la calle su territorio de reivindicación.
Por Eduardo Febbro
Desde París
“¿A dónde estarán?, pregunta la elegía...” (Borges). No están. Aquella región del ayer donde las calles, las protestas y la insubordinación eran propiedad casi exclusiva de la izquierda es ahora “una fábula del tiempo”. Esos escenarios urbanos pertenecen a la derecha. Desde el año pasado, son las fuerzas conservadoras quienes, en nombre de diversos valores, ocupan las calles que antes pertenecían a la izquierda. Las banderas rojas, los retratos del Che, los cánticos y las fórmulas anticapitalistas, los rostros o las manos marcadas por las huellas del trabajo ingrato se han ido esfumando de las calles de París. La izquierda no se moviliza más. Los nuevos propietarios de la calle son movimientos de derecha agrupados en torno de múltiples grupos que protestan con la obstinación y el estilo con los que alguna vez lo supo hacer la izquierda. “Recuperemos la calle”, clama en su página de Internet el NPA francés, el Nuevo Partido Anticapitalista. Pero la calle está desierta. En las columnas del diario Le Monde, el politólogo francés Gaël Brustier sintetiza: “Frente a una izquierda clavada en el suelo, que no llega a tener influencia en la sociedad, la protesta se pasó a la derecha”.
Desde que el presidente socialista François Hollande fue electo en mayo del año pasado, los grupos contestatarios de derecha y de extrema derecha surgieron al ritmo de las leyes votadas por la mayoría socialista. La rapidez y la fuerza con que estos movimientos ganaron la calle sorprendieron no sólo a la mayoría gobernante, sino a los mismos partidos de derecha, poco habituados a hacer de la calle su territorio de reivindicación. Entre moderados y radicales, alrededor de diez grupos han nacido bajo el ala de la oposición a la tibia y sosa socialdemocracia que gobierna Francia. El más importante de ellos, la Manif pour Tous, nació en agosto del año pasado. Creado por una militante católica, Frigide Barjot, este movimiento surgió con la oposición a la ley promovida por la ministra de Justicia Christiane Taubira que legalizó el matrimonio entre personas del mismo sexo. Al lado de él creció una rama disidente, Le Printemps Français, igualmente opuesta a la ley de la ministra. Entre noviembre de 2012 y mayo de 2013, ambos grupos, a los que se les sumaron la extrema derecha y grupúsculos de ultracatólicos como Civitas, movilizaron a decenas de miles de personas. A partir de estas dos locomotoras reaccionarias se fue plasmando un sólido frente de protesta en forma de galaxia dispersa que, con cada ocasión, apareció en el escenario político sin que los partidos afines a sus ideas hayan anticipado su irrupción, o posteriormente, se hayan aprovechado de su impacto. El ex ministro Laurent Wauquiez, hoy diputado del partido de derecha UMP, reconoce que “los manifestantes ya no están sometidos a nuestro partido porque tienen el sentimiento de que no defendemos sus reivindicaciones”.
En este contexto, es legítimo señalar que cada uno de estos movimientos que ocupan la calle defiende intereses sectoriales. La Manif pour Tous o Le Printemps Français se presentaron como escudos de los valores de la familia. Cada grupúsculo responde a la misma lógica: los “pigeons” están formados por empresarios del sector de las altas tecnologías opuestos a un proyecto fiscal del gobierno; los “poussins” se levantaron contra la reforma del estatuto de los empresarios autónomos; los “dindons de l’école”, contra la reforma de los ritmos escolares; los “moutons”, contra el aumento de la fiscalidad para los independientes; los “dodos” se opusieron a una cambio en el régimen de los taxis; las “cigognes” salieron a la calle para exigir un cambio en el estatuto de las parteras, mientras que los “bonnets rouges” (los gorros rojos) protestaron de manera estruendosa contra un impuesto ecológico, la “ecotaxe”, en la región de Bretaña. Este último movimiento obligó al gobierno a retroceder. Los “gorros rojos” están formados por agricultores y empresarios de Bretaña. Su nombre remite a una lucha que tuvo lugar en 1675 en Baja Bretaña contra el rey de Francia, que pretendía aplicar en esas regiones un nuevo impuesto.
Aunque todos sueñan con una convergencia final, estos grupos actúan de manera local y sectorial y, aparte de su ensañamiento contra los socialistas, no comparten otra base. Los aúna una idea obsesiva: empujar a la renuncia al presidente François Hollande, a quien juzgan débil, dubitativo y sin legitimidad. Cada uno de ellos es igualmente objeto de la misma recuperación: la extrema derecha se cuela en sus marchas y reclamos y termina contaminando las premisas originales de estos grupúsculos. Sin embargo, de forma repetida y eficaz, estas broncas sectoriales terminan por crear una suerte de galaxia de resistencia ciudadana cuyo escenario es la calle. Desfilan, en muchos casos, copiando la metodología y el estilo de las históricas manifestaciones de la izquierda de los años ’60. El politólogo Roland Cayrol observa que si bien “no hay un cuerpo común, los núcleos de contestación se van adicionando”. Esta adicción y su radicalidad dejan a los partidos de la derecha, en este caso al principal, la UMP, fundada por el ex presidente Nicolas Sarkozy, casi sin voz ni voto. La radicalidad de las acciones y la calle como escenario no pertenecen a la cultura política de ese partido en general ni de la derecha francesa en particular. Liberales, católicos, extrema derecha, católicos ultras, conservadores tradicionalistas, obreros, artesanos, burgueses o simples estudiantes, la composición social de estos nuevos actores de la revuelta es mixta y rompe con las ideas de almidón. La unión global, por ahora, no se plasma más allá de las acciones puntuales en la calle. En una amplia columna de reflexión publicada por Le Monde, el sociólogo Serge Guérin y el geógrafo Christophe Guilluy estiman que “lo que explota ante nuestros ojos no es solamente un modelo económico, sino también nuestras representaciones de las clases sociales”. Ambos autores plantean la “emergencia de una contra sociedad que no cree más en los modelos antiguos”. El análisis es más que pertinente. Sin embargo, esa “contra sociedad” no se mueve más a la izquierda, sino a la derecha. La historiadora Chantal Delsol constata que “la izquierda perdió al pueblo”. La izquierda en el gobierno se durmió, y la izquierda militante y callejera juega hoy a los juegos informáticos en las consolas de salón mientras el pueblo de derecha y de extrema derecha toma la calle. Una naciente revolución al revés perfectamente encarnada en el anhelo declarado por sus integrantes: “Un Mayo del ’68 al revés”. Una densa marea conservadora más radical que los propios partidos que enarbolan sus ideas y sin opositores visibles. Rara vez hay “contramanifestación de la izquierda. Su ausencia en las calles se hace extensiva en el campo de las ideas. Las palabras y los valores vergonzosos son moneda corriente: negación del derecho a los homosexuales, racismo, racismo biológico, antisemitismo, antimusulmanes, impugnación del derecho de las mujeres, extremismos. Todo esto circula como un pelotón de pájaros en pleno vuelo. Y la izquierda, o lo que alguna vez fue, duerme el sueño ya eterno de sus mitologías mientras la realidad inunda sus territorios.
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