EL MUNDO › OPINION
El fracaso de una invasión basada en mentiras
Por Robert Fisk *
Una guerra fundada sobre ilusiones, mentiras e ideología de derecha estaba destinada a fracasar en un baño de sangre y fuego. Saddam tenía armas de destrucción masiva. Estaba en contacto con Al Qaida, estaba involucrado en los crímenes contra la humanidad del 11 de septiembre del 2001. El pueblo de Irak nos iba a recibir con flores y música. Iba a haber democracia. Incluso el derribo de la estatua de Saddam fue un fraude. Un vehículo norteamericano remolcó esta porquería mientras una multitud de unos pocos cientos de iraquíes miraba la escena. ¿Dónde estaban los miles que deberían haberla tirado abajo con sus propias manos, que deberían haber celebrado su “liberación”?
En la noche del 9 de abril del año pasado, la BBC se las arregló para encontrar un “comentarista” que me insultó a mí –y a este diario– por usar comillas en la palabra “liberación”. De hecho, en aquellos días, liberación de la dictadura de Saddam significaba libertad para saquear, libertad para quemar, para secuestrar, para matar. El disparate inicial de los estadounidenses y británicos –permitir que las turbas tomaran Bagdad y otras ciudades– fue seguido por la llegada de siniestros escuadrones incendiarios que se dedicaron a destruir cada documento histórico, cada ministerio (salvo los de Interior y Petróleo que, por supuesto, fueron protegidos por las tropas norteamericanas), manuscritos islámicos y antigüedades irreemplazables. Se estaba aniquilando la identidad cultural de Irak.
Sin embargo, se suponía que los iraquíes tenían que festejar su “liberación”. La ocupación se burló de los informes que denunciaban el secuestro y violación de las mujeres –de hecho, por entonces, la tasa de secuestros de hombres y mujeres era de 20 por día. Y ahora debe estar por los 100 diarios– y se negó a calcular las cifras de los civiles iraquíes asesinados cada día por gente armada, ladrones y tropas norteamericanas. Incluso esta semana, mientras las promesas y las mentiras y la ceguera se van derrumbando, el vocero militar de Estados Unidos sólo pudo dar el número de bajas militares, cuando se ha informado que más de 200 iraquíes murieron en el ataque de los marines estadounidenses en Faluja.
A lo largo de este mes, el aislamiento de las autoridades de la ocupación del pueblo iraquí que supuestamente debían cuidar sólo fue igualado por la enorme distancia que hay entre las falsas esperanzas y el autoengaño en Bagdad y las de sus patrones en Washington. De todas formas, se acepta que la resistencia a la presencia estadounidense sólo fue provocada por viejos seguidores del régimen. De hecho, Paul Bremer, el procónsul de Estados Unidos en Irak, empezó a llamarlos “remanentes del partido” Baas, exactamente el nombre que los rusos utilizaron para llamar a sus oponentes afganos luego de que invadieran Afganistán, en 1979. Después, Bremer los llamó “duros de matar”. Y luego los “sin salida”. Y mientras aumentaban los ataques contra las fuerzas estadounidenses en Faluja y otras ciudades sunnitas, nos dijeron que esta área era el “triángulo sunnita”, aun cuando no tiene ninguna forma triangular ni nada que se le parezca.
Así que cuando el presidente Bush hizo su famoso viaje al portaaviones “Abraham Lincoln” para anunciar el fin de todas “las principales operaciones militares” –debajo de una pancarta que decía “Misión cumplida” y justo cuando los ataques contra las tropas norteamericanas seguían escalando– fue la hora de reescribir el capítulo sobre la posguerra iraquí. “Combatientes extranjeros”, Al Qaida, estaban en la batalla, según el secretario norteamericano de Defensa, Donald Rumsfeld. Los medios estadounidenses siguieron con este disparate, aun cuando ni un solo terrorista de Al Qaida fue arrestado en Irak. Y a pesar de que de los 8500 “detenidos por seguridad” en manos de los norteamericanos, sólo 150 parecen provenir de países fuera de Irak. Son apenas el 2 por ciento.
Luego, cuando llegó el invierno y Saddam fue apresado –mientras seguía la resistencia antinorteamericana–, el poder ocupante y sus periodistas preferidos empezaron a advertir sobre la guerra civil, cosa que ningún iraquí ha estado dispuesto a aceptar y algo sobre lo que ningún iraquí ha discutido siquiera. Se temía que Irak cayera en el sometimiento. ¿Qué pasaría si los estadounidenses y británicos se fuesen? Guerra civil, por supuesto. Y no queremos una guerra civil, ¿no?
Los chiítas permanecieron tranquilos. Su liderazgo se dividió entre el sabio pro-Occidente ayatolá Alí Sistani y el impetuoso pero inteligente Muqtada Sadr. Luego los norteamericanos abrieron las fosas comunes y lloraron a los miles de iraquíes torturados y ejecutados por los carniceros de Saddam. Y luego preguntaron por qué apoyamos a Saddam, por qué nos llevó 20 años descubrir la necesidad de orquestar nuestra invasión humanitaria. Aquellos de nosotros que condenamos a Saddam durante 20 años –por sus armas químicas, por sus prisiones bárbaras– fuimos condenados por Washington y Londres por atacar a Saddam. El era “nuestro hombre” en la guerra contra Irán.
Fue al final del otoño cuando aquellos que trabajaron para esta guerra en Washington llegaron a Irak. ¿Qué era este llamado lobby neoconservador detrás de Bush y Cheney, preguntaba un columnista del New York Times, estos ex partidarios del Likud que apoyaban a Israel? Cuando uno de ellos, Richard Perle, apareció en un programa de radio donde yo participaba, trató de probar que la vida en Irak estaba progresando y me acusó de ser un “periodista que favorece la permanencia del régimen del Baas”. Entendí el mensaje. Cualquiera que condene este desastre es un baasista encubierto, un amante de las dictaduras y sus torturadores. Tan bajo han caído los halcones de Washington.
De hecho, cuando las autoridades de la ocupación se hubieran molestado en estudiar los resultados de una conferencia sobre Irak organizada hace poco por el Centro de Estudios sobre Unidad Arabe, en Beirut, hubieran tenido que aceptar lo que no pueden admitir: que sus oponentes son iraquíes y que ésta es una insurgencia iraquí. Un intelectual iraquí, Sulieman Jumeili, que en realidad vive en la ciudad de Faluja, contó cómo descubrió que el 80 por ciento de todos los rebeldes muertos eran activistas islámicos iraquíes. Sólo el 13 por ciento de los muertos eran nacionalistas y apenas el 2 por ciento había pertenecido al Baas.
Pero no podemos aceptar estas estadísticas. Porque ésta es una revuelta iraquí contra nosotros. ¿Cómo puede ser que no estén agradecidos por su liberación? Así que luego de las atrocidades en Faluja, una semana atrás, cuando cuatro mercenarios norteamericanos fueron asesinados, mutilados y arrastrados por las calles, el general Ricardo Sánchez, el comandante norteamericano en Irak, decretó la absurda “Operación Resolución Vigilante”. Y ahora que los miles de combatientes chiítas de Sadr se han unido a la batalla contra los norteamericanos, Sánchez tuvo que volver a cambiar su narrativa. Sus enemigos ya no eran los “remanentes” de Saddam ni, incluso, Al Qaida: ahora eran “un pequeño (sic) grupo de criminales y ladrones”. No permitiremos que el pueblo iraquí caiga bajo su influencia, declaró Sánchez. “No hay lugar para milicias de renegados.” Así que los marines se encaminaron hacia Faluja y mataron a más de 200 iraquíes, mujeres y niños incluidos, mientras en las barriadas pobres de Sadr City, en Bagdad, disparaban desde sus tanques y helicópteros. Les llevó un día o dos entender el nuevo autoengaño de la comandancia norteamericana. No estaban enfrentando una insurgencia a escala nacional. ¡Estaban liberando a los iraquíes otra vez!
Así que, por supuesto, esto significa que se necesitarán un par más de las “principales operaciones militares”. Luego de un pedido de arresto –del que nadie nos informó cuando, meses atrás, fue emitido misteriosamente por un supuesto juez iraquí–, Sadr entró en la lista de los más buscados por asesinato. Y luego el general Mark Kimmit, el número dos de Sánchez, nos dijo que la milicia de Sadr será “destruida” junto con los estallidosde violencia en todo Irak. Ahora, Kut y Najaf están fuera del control de la ocupación. Y con cada nuevo colapso nos hablan de una nueva esperanza. Ayer, Sánchez todavía seguía hablando sobre su “total confianza” en sus tropas, sobre sus “claros propósitos”, sobre sus “progresos” en Faluja y sobre –éstas fueron sus palabras exactas– “un nuevo amanecer se está acercando”. Que es exactamente lo que los comandantes estadounidenses decían exactamente hace un año, cuando las tropas de ese país llegaron a la capital iraquí y cuando Washington fanfarroneaba sobre su victoria contra la Bestia de Bagdad.
* De The Independent, de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Milagros Belgrano.