EL MUNDO › OPINION

La hora de las puñaladas

 Por Claudio Uriarte

El tornado que ha empezado a cernirse sobre Washington con la difusión preliminar de los informes de la Comisión del 11-S es un equivalente político-judicial de la blitzkrieg aérea de tempestad y fuego que se abatió sobre las Torres Gemelas y el Pentágono, y también recuerda el espectacular vuelco de relaciones de fuerza a favor de la rama legislativa contra la ejecutiva y judicial, las FF.AA. y los servicios de inteligencia que ocurrió a la zaga de Watergate, de Vietnam y las audiencias del Frank Church en los ’70.
Entiéndase bien; casi ninguna de las conclusiones que han sido filtradas eran desconocidas. La colusión del “apóstata” laico Saddam Hussein con el ultrarreligioso de derecha Osama bin Laden en el 11-S nunca pudo comprobarse, pero sí era sabido el apoyo del ICI, el tenebroso, narcotraficante y fundamentalista servicio de inteligencia de Pakistán –esa traicionera puerta de vaivén de importación y exportación de terror y antiterror con EE.UU.– a los talibanes que deben santuario y bases de entrenamiento a Al Qaida en Afganistán. También era obvia la irresponsable imprevisión que permitió la penetración de aviones comerciales secuestrados norteamericanos y su impacto en el World Trade Center y el Pentágono sin que se activara el menor sistema antiaéreo, cuando se trataba de virtuales aviones de crucero. Pero lo que importa no es ya la gravedad en sí de estos hechos, sino su enumeración y relectura en serie, y el hecho de que viene disparada por una comisión bipartidaria.
Esto también es parte de una tormenta mayor. Desde hace semanas, el grueso del “mainstream” de la prensa norteamericana está librando una escala sin cuartel contra la presencia norteamericana en Irak. Desde la filtración de las fotos de vejámenes a prisioneros en la cárcel de Abu Ghraib hasta el suplicio chino que cada mañana filtra una nueva gota de ácido incriminador sobre los distintos (y crecientes) eslabones de mandos que hicieron la venia a las torturas, la guerra mediática ha tenido una inequívoca soporte: el diario Washington Post. Y el Post, como se sabe, es el diario de Bob Woodward, de fama waterganiana. Pero Woodward, como se sabe menos, es el confidente del secretario de Estado Colin Powell, quien lo recompensó convirtiéndolo en su casi única Garganta Profunda con que Woodward redactó dos libros –uno sobre la guerra de Afganistán, el otro sobre la de Irak– que postulan la hagiografía del noble, equilibrado y desplazado general contra villanos como Donald Rumsfeld. Detrás del fuego público y las tempestades de acero de la guerra militar, el internismo de la administración Bush amenaza con desembocar de puertas para adentro en la masacre de una tragedia isabelina.

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