EL MUNDO › OPINION
Un presidente de guerra
Por Claudio Uriarte
“I am John Kerry, and I am reporting for duty” (Yo soy John Kerry, y estoy reportándome para cumplir servicio). ¿Sobreactuó el candidato demócrata su rol como ex militar y mejor defensor de la seguridad nacional que George W. Bush al iniciar su discurso de aceptación de la postulación a la presidencia a punto tal de desdibujar su perfil y embarrarse en las trincheras de su adversario? En absoluto, y la prueba es que los delegados a la convención, que suelen integrar la franja más militante del Partido, no tuvieron sino aplausos para el nuevo JFK. La explicación más trillada y banal de esta acogida es que los demócratas van a votar cualquier cosa que no sea George W., pero eso es notoriamente injusto para un candidato que arrasó en las primarias contra nada menos que ocho rivales, algunos de los cuales se encontraban realmente en el ala más militante y pacifista del Partido (Howard Dean, Dennis Kucinich y Carol Moseley Brown, por ejemplo). Y no: Kerry tampoco fue elegido porque fuera “elegible” (una redundancia con aires pretenciosos inventada por los periodistas superficiales que eran fans de Dean, como si los votantes de Iowa o Idaho fueran sofisticados cientistas políticos midiendo al detalle los posibles comportamientos futuros del electorado a nivel nacional) sino porque es el hombre correcto para el momento adecuado y el lugar indicado.
Porque, pese al desaguisado que hizo George W. con la guerra de Irak, a las mentiras y distorsiones previas para justificarla y a su explotación desvergonzada de los atentados del 11 de septiembre, el desafío a la seguridad nacional de Estados Unidos es real. Estados Unidos no atacó a Al-Qaida el 11-S; Al-Qaida atacó a Estados Unidos el 11-S. En este sentido, seleccionar como candidato a un ex héroe de Vietnam que después repudió la guerra y que tiene un record irreprochable de votos por causas progresistas en dos décadas en el Senado tiene perfecta lógica y coherencia de frente a un irresponsable que ni siquiera cumplió la totalidad del servicio militar VIP, que le consiguió su padre dentro de Estados Unidos en los mismos años de Vietnam de Kerry, y que se presenta como “comandante en jefe” y como “presidente de guerra” mientras los padres de los soldados destacados a Irak tienen que comprarles a sus hijos sus chalecos antibalas porque el Pentágono quedó corto de fondos y de equipo. Kerry mismo –recordémoslo– votó a favor de la guerra de Irak –aunque Bush malversó las promesas y condicionamientos que el Congreso le impuso en su momento para declararla–. Los norteamericanos mismos –recordémoslo también– respaldaron masivamente en su momento la guerra de Irak. En este sentido, Kerry es plenamente representativo de la evolución del creciente promedio de la opinión pública estadounidense, en medio de una Casa Blanca cada vez más encastillada en slogans de extrema derecha.
Y eso es lo que impulsa al candidato, y a su compañero de fórmula John Edwards, en la campaña que iniciaron el viernes para ganarse a los votantes indecisos de la “América profunda”, los que quedaron atrás, y los que están en Irak. Con unas encuestas empatadas en alrededor de un 45 por ciento para cada candidato, Kerry y Edwards salieron a buscar al 10 por ciento restante. Por lo pronto, las encuestas de ayer muestran un despegue de la candidatura demócrata de entre 7 y 9 puntos (ver nota principal), lo que ya excede el margen de error estadístico. Esto puede cambiar con la Convención Republicana, pero, de momento, y pese a las fantasías en que se embarcó en el terreno de la economía, el ex teniente de Marina no faltó a su palabra en el terreno militar: la ocupación de Irak seguirá bajo su eventual mandato, y él mismo lo dijo así.