EL MUNDO › OPINION
El pasado no está tan lejos
Por Claudio Uriarte
Una rara atmósfera de déjà vu preside las ceremonias oficiales de conmemoración por el fin de la Segunda Guerra Mundial. Mientras George W. Bush parece querer reescribir a la Ronald Reagan su desenlace de Guerra Fría –y de hecho lo está haciendo, con el entrada en la OTAN de casi todas las repúblicas europeas ex soviéticas de la periferia rusa, y el emplazamiento de bases estratégicas en las de Asia Central– y Vladimir Putin apela cada vez más al imaginario stalinista para mantener unido a lo que queda de su inseguro conglomerado de 98 repúblicas rusas, Alemania y Francia están emitiendo señales inquietantes.
Después de las elecciones británicas de esta semana, de las que Tony Blair salió golpeado pero no malherido, otras dos importantes compulsas se presentan en el horizonte europeo: las del estado alemán de Renania del Norte-Westfalia el 22, y el referéndum francés sobre la Constitución Europea el 29. El contraste no podría ser más subrayado: si Blair se salvó de sus tropiezos por Irak gracias al buen estado de su economía, los gobiernos de Gerhard Schroeder y de Jacques Chirac parecen condenados a la derrota por su exacto opuesto. Renania del Norte-Westfalia es el estado alemán más poblado, su viejo eje industrial y todavía el hogar de compañías venerables como Deutsche Telekom y Bayer. Pero la región es también el testimonio viviente de la declinación económica del país: un millón de los cinco que están desempleados en Alemania sobreviven allí, y la coalición socialdemócrata gobernante rojo-verde enfrenta una derrota casi segura. En Francia, la situación es parecida: un 10,1 por ciento y más de uno entre cinco trabajadores de menos de 25 años están desempleados, y el gobierno conservador también enfrenta una casi segura derrota, a manera de voto castigo, en el referéndum sobre la Unión Europea.
En Alemania, la reacción socialdemócrata ha sido descripta como un “giro a la izquierda”, o un reencuentro con las viejas tradiciones marxistas del partido, pero la realidad parece más inquietante que eso. Franz Münterfering, presidente del partido, ha calificado a los inversores extranjeros como “plagas de langostas” que son “un peligro para nuestra democracia”. Esos inversores “permanecen en el anonimato, no tienen cara, caen como langostas sobre nuestras compañías, las devoran y luego se van”. Un informe de la presidencia del SPD filtrado a la prensa identifica a KKR, Goldman Sachs y otras firmas norteamericanas y británicas como extranjeros codiciosas que han robado propiedades alemanas y despedido trabajadores. Parte de las penurias de los buenos alemanes se adjudica también a la entrada de mano de obra barata proveniente del Este europeo, y el gobierno ha respondido imponiendo barreras a los trabajadores que quieren radicarse en el país de manera definitiva. Detrás de esta aversión a las “langostas”, al “capitalismo anglosajón” y a los extranjeros, así como de la nostalgia por las viejas barreras al movimiento de personas y de capitales que existían antes de la caída de la Cortina de Hierro, no es difícil distinguir un guiño codificado al viejo racismo antisemita que diferenciaba entre capitalismo productivo y capitalismo especulativo o usurario, entre capitalismo “alemán” y capitalismo “apátrida”. El protagonismo de Schroeder en el rechazo europeo a la invasión estadounidense a Irak, y la alianza muy cercana entre George W. Bush e Israel en Medio Oriente, deberían completar el cuadro.
En Francia, que una vez fuera uno de los líderes indiscutidos de la integración europea, sus ciudadanos parecen aterrados ante la disminución de su influencia en una Unión Europea expandida de 25 miembros, y tal vez más por venir. La persistencia del desempleo es atribuida a las reformas de mercado aconsejadas por la “eurocracia” –igualmente sin rostro– de Bruselas; y el rechazo al “capitalismo anglosajón” también cumple un papel. También, por supuesto, Francia ha erigido barreras a la radicación de trabajadores extranjeros. Y desde luego, Chirac ha sido el más estridente de los líderes europeos en rechazar la entrada de Turquía –que además de ser una potencia económica por propio derecho es un aliado militar estratégico clave de EE.UU. e Israel– en la Unión Europea, así como un elocuente crítico de Washington.
Para Nicole Gnesotto, directora del Instituto de la UE para Estudios Estratégicos en París, “el campo del no a la Constitución no quiere al mundo tal cual es, a Europa tal cual es. Hay una suerte de nostalgia por otra cosa, una utopía. Todavía quieren que Francia sea el líder en Europa de un modo negativo, obligando a otros a reescribir Europa”. Y –podría agregarse– es significativo que nostalgia y utopía se confundan en una misma cinta de Moebius.