EL MUNDO
La celebración en la Plaza Roja del 60º aniversario de la derrota nazi
Cincuenta jefes de gobierno del mundo asistieron al acto central de ayer en Moscú, encabezado por Putin, recordando el pasado y dejando de lado las diferencias políticas del presente.
Por Andrew Osborne *
Desde Moscú
La historia giró sobre sí misma ayer cuando George W. Bush se convirtió en el primer presidente de Estados Unidos que asistiera a un desfile militar al estilo soviético en la Plaza Roja, en un despliegue de amistad ruso-estadounidense que hubiera sido impensable durante la Guerra Fría. La ocasión, el 60º aniversario de la victoria de la Unión Soviética sobre la Alemania nazi, tuvo fuertes implicancias marciales, pero las diferencias políticas fueron dejadas de lado, por lo menos por un día, mientras más de 50 líderes mundiales le ayudaban al presidente Vladimir Putin a rendir tributo a los muertos de URSS durante la guerra y a sus veteranos sobrevivientes.
La lista de invitados incluía a todo líder mundial significativo, con la excepción de Tony Blair, que envió a John Prescott. El presidente de Francia, Jacques Chirac; el canciller de Alemania, Gerhard Schroder; el presidente de China, Hu Jintao; el primer ministro de Japón, Junichiro Koizumi, y el secretario general de la ONU, Kofi Annan, llenaron el palco de la Plaza Roja. El desfile tuvo ecos del original de 1945, cuando Josef Stalin se paró sobre la tumba de Lenin y miró cómo el Ejército Rojo tiraba a sus pies las banderas del derrotado ejército alemán. El desfile comenzó con cuatro soldados vestidos con uniforme verde oscuro marchando con paso de ganso por la Plaza Roja al son de la música marcial, enarbolando una bandera de victoria soviética con la hoz y el martillo.
La bandera es una réplica de la que colocó arriba del destruido Reichstag en Berlín en 1945 el Ejército Rojo, después de que tomara control de la ciudad. Luego siguieron ola tras ola de soldados llevando banderas del Ejército Rojo. Soldados de infantería con cascos de soldados soviéticos de la guerra, zapadores con perros, tropas de tanques usando sus gorros de cuero negro, marinos con antiguas chaquetas a rayas azules y blancas, todos marchaban frente a los líderes mundiales, sus rostros hinchados de orgullo.
Una falange de aviones de combate MiG y Sukhoi sobrevolaron la plaza, lanzando humo blanco, rojo y azul, los colores de la bandera rusa. Sergey Ivanov, el ministro de Defensa ruso, pasó revista a los soldados, parado en la parte de atrás de una limousina Zil, plateada y abierta. Los veteranos, los hombres y mujeres que lucharon de Moscú a Berlín tan tenazmente, estaban sentados derechos en camiones abiertos descubiertos de la época de la guerra, que se desplazaban suavemente a lo largo de la Plaza Roja. Mucho de ellos tenían en las manos claveles rojos que luego depositaron en la Tumba al Soldado Desconocido.
El presidente Putin, que parecía estar cómodo y brillante de orgullo, dio un corto discurso diciendo que el día marcaba “la victoria del bien sobre el mal y de la libertad sobre la tiranía”. Le pidió al mundo unirse para luchar contra el terrorismo y “defender el orden mundial basado en la seguridad y la justicia”. El sacrificio de la Unión Soviética en lo que Rusia llama “La Gran Guerra Patriótica” es especialmente significativo por la muerte de 30 millones de soldados y civiles. Bush estuvo parado al lado de Putin y ambos se veían amigables y relajados. Pero, aunque Bush no mencionó el tema de la democracia rusa, dejó en claro que era meramente una tregua temporaria sobre un asunto que ha llegado a dominar su relación, que una vez fue más amistosa.
Blair, en el diario alemán Bild, les advirtió a los alemanes que no desarrollaran una “cultura de víctima” sobre su sufrimiento en la Segunda Guerra Mundial, diciendo que Alemania era responsable por la guerra y sus consecuencias.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.