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Basta de jugar con fuego
Por Luiz Inácio Lula da Silva *
El 6 de octubre se elegirá al próximo presidente del Brasil. Las más recientes encuestas han colocado a mi candidatura en una posición de considerable ventaja sobre mis adversarios. A fin de junio realizamos la Convención Nacional del Partido de los Trabajadores (PT) y sellamos alianzas políticas que nos hacen esperar que ganaremos las elecciones, haremos un buen gobierno y reformaremos al Brasil. Esta situación ha sido utilizada para confundir a la gente y atemorizar a los mercados. Brasil está viviendo momentos de intranquilidad debido a la especulación financiera, que se refleja en la depreciación de nuestra moneda, caídas en la Bolsa y alza exponencial del riesgo-país, que en un lapso relativamente breve pasó de 1000 a más de 2000 puntos.
La verdad es que el gobierno está jugando con fuego y puede incendiar el país, ya que está usando la vulnerabilidad de nuestra economía, que él mismo generó, para hacer terrorismo electoral en contra de la oposición.
El gobierno de Fernando Henrique Cardoso está apostando a la teoría de “cuanto peor, mejor” pues cree que la única manera de enfrentar a la oposición es infundir miedo a la sociedad. Pero todos sabemos que hasta el 31 de diciembre Cardoso seguirá siendo el presidente de la república y que cuenta con los mecanismos para evitar que la especulación financiera derrumbe el país.
La verdad es que ni nuestro partido ni nuestros aliados necesitamos demostrarles a los inversionistas extranjeros que somos responsables y capaces de gobernar. Esos son valores que forman parte de nuestra historia y de la realidad de nuestro país.
El PT gobierna a cerca de 50 millones de ciudadanos, en cinco estados, siete capitales estaduales y muchas ciudades con más de 200 mil habitantes. En esos ámbitos nuestras políticas en materia de salud, educación, vivienda, seguridad, transportes y cultura, así como la conducción de las economías locales, han funcionado con eficiencia y han mejorado la calidad de vida de la población.
En mi “Carta al Pueblo Brasileño”, que hice pública recientemente, afirmé que “será necesaria una lúcida y sensata transición entre lo que tenemos actualmente y lo que reivindica la sociedad. Lo que se destruyó o se dejó de hacer en ocho años no podrá ser compensado en ocho días”. El nuevo modelo que postulamos no podrá ser impuesto por decisiones unilaterales del gobierno, como sucede hoy en día. Será el fruto de una amplia negociación a escala nacional que debe conducir a una auténtica alianza para el país, a un nuevo contrato social, que asegurará una etapa de crecimiento con estabilidad.
En este sentido considero digno de mención el encuentro entre los precandidatos a la presidencia de la república y un grupo de empresarios, convocado recientemente por la Confederación Nacional de la Industria (CNI). Por una parte la CNI presentó un documento con propuestas para retomar el crecimiento económico y por la otra expusimos las directrices de nuestro programa de gobierno. El resultado fue una significativa confluencia de propósitos, así como emergió un firme sentimiento de defensa de la producción nacional y del trabajo en contra de la creciente ofensiva de los especuladores internacionales contra el Brasil. Resumo en cuatro puntos la convergencia entre el documento de la CNI y nuestro programa:
- Aplicar políticas en pro del crecimiento económico y la creación de empleo.
- Eliminar los cuellos de botella que restan eficiencia a la infraestructura económica y mantener la estabilidad macroeconómica, particularmente el control de la inflación.
- Reforma tributaria para reducir los gravámenes a la producción y a las exportaciones.
- El reconocimiento de que es preciso superar la presente vulnerabilidad externa de nuestra economía. En la cuestión social reside la verdadera dimensión del desarrollo económico que perseguimos. Me refiero a la tragedia social producida por la política neoliberal del gobierno de Cardoso, que puede ser medida por los índices de desempleo y por las repercusiones de la inseguridad y la violencia sobre la vida ciudadana. El desempleo en el Brasil ha alcanzado niveles alarmantes. Solamente en el Estado de San Pablo tenemos casi dos millones de desocupados.
Para cambiar este cuadro hace falta instrumentar una política de desarrollo que incluya entre sus metas la distribución de la renta y la inclusión de los muchos millones de brasileños excluidos de la economía. La economía brasileña abarca hoy en día a sólo 20 por ciento de la población y es, por tanto, la expresión de una desigualdad inaceptable.
Es posible –y necesario– volver a crecer. Entre 1950 y 1980, Brasil creció a un ritmo anual de 7,3 por ciento, un desempeño que contrasta con el promedio de 2,44 por ciento verificado en los siete años y medio del gobierno de Cardoso.
La alternativa que propugnamos apunta a la inclusión de millones de asalariados en el mercado, el rescate de los que hoy se encuentran en la línea de pobreza (50 millones) y de los que yacen en la miseria absoluta (20 millones). Con ello se abrirá la nueva frontera del crecimiento, creando oportunidades para la juventud y para las empresas, que buscan mercados para aumentar la producción y generar empleo.
El desafío económico no puede ser tratado con prescindencia del desafío social. No podemos reincidir en el error de este gobierno, que de acuerdo con el credo neoliberal pretendió que la aplicación de su programa económico traería aparejada la solución de los problemas sociales, y no logró ni lo uno ni lo otro. Para nosotros lo económico y lo social constituyen dos dimensiones inseparables e igualmente prioritarias del desarrollo brasileño.
*Exclusivo para Página/12 de 7+Siete de Santiago de Chile.
* Candidato a la presidencia del Brasil y presidente honorario del Partido de los Trabajadores (PT).