Jueves, 20 de marzo de 2008 | Hoy
EL MUNDO › HASTíO EN LA POBLACIóN Y UN ENEMIGO MUY DIFíCIL DE DESCIFRAR
Por Angeles Espinosa *
Desde Bagdad
Los soldados que controlan el acceso a la calle Yarmuk colocaron macetas con flores sobre las defensas de hormigón que los protegen. Todo un símbolo de la nueva situación. Hace un año esa céntrica calle del oeste de Bagdad era escenario de enfrentamientos diarios con los insurgentes y constituía una frontera física entre el territorio de los radicales sunnitas y el área bajo control gubernamental. Pero a falta de una reconciliación política entre los iraquíes, los avances militares no logran derribar las fronteras psicológicas ni garantizan que arraigue la seguridad. “Ha habido un descenso de la violencia estadística”, admitió un embajador europeo a punto de cumplir tres años en Irak. No obstante, la falta de un consenso entre las fuerzas políticas sigue frenando la reconstrucción del Estado (la policía sigue siendo un desastre, el Poder Judicial es caótico).
A decir de los observadores, la reducción de los atentados es más fruto de las barreras físicas que dificultan el movimiento de los terroristas que de un verdadero cambio en las condiciones objetivas del país. Apuntan también al agotamiento de la población. Se percibe un creciente hastío hacia la violencia incluso por quienes inicialmente condonaban cierto tipo de acciones. “Es cierto que donde hay más tropas, hay menos violencia”, reconoció Joost Hiltermann del International Crisis Group (ICG). Y en Bagdad el despliegue resulta visible.
Los estadounidenses han intensificado sus patrullas y a los vehículos Humvees han sumado los imponentes Striker a prueba de bombas camufladas. Además, las principales avenidas están salpicadas de puestos de control iraquíes. Tampoco se oyen ya las explosiones y tableteo de armas automáticas que unos meses atrás constituían la música de fondo de la ciudad. En algunos barrios, como Karrada o Mansur, hasta se ha recuperado una cierta normalidad vital.
Sin duda que la capital iraquí es bastante más segura hoy que hace un año. Pero más segura no es lo mismo que segura, como lo han probado los atentados suicidas que se han producido desde febrero. Además Bagdad no es Irak. Por un lado, la extensión de la presencia militar a los feudos insurgentes de Al Anbar y Diyala, desplazó a los rebeldes hacia el norte y ahora es la provincia de Nínive la que sufre su acoso. Por otro, en el sur, se está gestando un nuevo conflicto, esta vez entre los chiítas.
Los observadores ven con desconfianza la alianza de conveniencia de los estadounidenses con las tribus que hasta hace cuatro días los combatían. “Me parece muy peligroso armar a las tribus sunnitas contra Al Qaida”, confió el embajador citado. “¿De verdad estamos seguros de que de la noche a la mañana ha desaparecido la insurgencia? Incluso si fuera así, ¿qué va a pasar después?”, agregó. El interlocutor teme que se esté repitiendo el error de Afganistán, donde en los años ochenta se armó a los mujaidín contra los soviéticos y luego surgieron los talibanes.
El problema es determinar quién es el enemigo. En Irak, Estados Unidos afronta un panorama complejo. Al menos tres ideologías distintas se oponen a su presencia en el país. Por un lado, está el fundamentalismo salafista que inspira Al Qaida (en buena medida atraído por la propia invasión); por otro, el ultranacionalismo árabe de los baasistas desplazados del poder, y finalmente, el revolucionarismo chiíta que, en los seguidores de Muqtada al Sader, tiene un importante componente patriótico y nacionalista. De ahí que cualquier alianza con alguno de ellos sólo pueda ser coyuntural.
“No es el fin del problema”, señaló Hiltermann en referencia a los Consejos del Despertar (Awakening Councils) que se han formado en Al Anbar y ahora se intentan extender a otras provincias. En su opinión, la violencia es la consecuencia de que Irak se haya convertido en un Estado fallido y no al revés. El último informe del ICG sobre Irak insiste precisamente en “la gran fragilidad intracomunitaria, la parcialidad gubernamental, la fractura del Estado, la disminución de los servicios básicos y la fuga de cerebros”, explicó.
La preocupación se amplía ahora al sur. Las dos principales fuerzas chiítas, el Consejo Islámico Supremo de Abdulaziz Al Hakim y el Movimiento Sadrista, están tomando posiciones para ver quién logra hacerse con el control de Basora, la segunda ciudad de Irak y el centro de la principal región petrolera del país. Ambos grupos cuentan con sendas milicias, la Organización Báder y el Ejército del Mahdi, cuya rivalidad ha permanecido apenas soterrada. Dado el peso demográfico de los chiítas (al menos el 60 por ciento de la población), del acomodo que alcancen depende en buena medida el futuro de Irak.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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