Jueves, 28 de mayo de 2009 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Immanuel Wallerstein *
Después de casi 50 años de hostilidad incesante hacia el gobierno revolucionario de Cuba, Estados Unidos está dando sus primeros pasos hacia un deshielo en las relaciones. El gobierno cubano responde con cautela y escepticismo, pero deja la puerta abierta a esta posibilidad. Algunos comentaristas han atribuido esta nueva situación a un cambio en el liderazgo de ambos países. La explicación real descansa mucho más en un cambio en la situación geopolítica –en el sistemamundo como un todo– y en América latina en particular.
Los revolucionarios cubanos asumieron el poder en enero de 1959. Las relaciones con Estados Unidos se deterioraron mucho en el lapso de un año. En marzo de 1960, el presidente Eisenhower ordenó preparar una invasión de exiliados cubanos para derrocar al gobierno de Cuba. En marzo de 1961, poco después de llegar a presidente, John F. Kennedy aprobó una versión revisada del plan Eisenhower. El plan se instrumentó un mes después. Se lo conoce como la invasión de Bahía de Cochinos (Playa Girón). Duró unos cuantos días y fue un fiasco militar para los invasores respaldados por Estados Unidos.
En enero de 1962, Estados Unidos propuso en la reunión de la Organización de Estados Americanos (OEA) que se le suspendiera su membresía a Cuba. La propuesta de Estados Unidos fue aprobada por 14 de los 21 miembros, apenas las dos terceras partes necesarias para que pasara. Cuba votó que no y se abstuvieron otros seis países latinoamericanos. El argumento principal para la suspensión fue que Cuba había anunciado su adhesión al marxismoleninismo, que se consideró incompatible con la membresía.
Además, Estados Unidos lanzó un embargo total a las relaciones comerciales con Cuba y buscó la aquiescencia con este boicot de los aliados de la OTAN en Europa occidental y de los Estados latinoamericanos.
Octubre de 1962 marcó la muy dramática crisis de los misiles cubanos. La Unión Soviética colocó misiles nucleares en sitios de la isla. Estados Unidos exigió que fueran retirados. El mundo temió que estuviéramos a punto de una guerra nuclear. Al final, la Unión Soviética retiró los misiles, supuestamente a cambio de un compromiso secreto de Estados Unidos de que no respaldaría ninguna invasión más a Cuba. El gobierno cubano indicó su desacuerdo con la decisión de la Unión Soviética, pero mantuvo sus buenas relaciones con ese gobierno.
Como resulta evidente, el principal elemento en la hostilidad estadounidense hacia el gobierno cubano se debió a consideraciones de la Guerra Fría. De ahí en adelante, el gobierno de Estados Unidos puso presión constante en sus aliados de la OTAN y en los Estados latinoamericanos para que cortaran todos sus vínculos con Cuba, lazos que, uno por uno, casi todos cortaron.
Al mismo tiempo, hubo un número creciente de exiliados cubanos en Estados Unidos. Estos exiliados estaban decididos a derrocar al gobierno cubano, y se organizaron políticamente para garantizar un fuerte apoyo a esta idea por parte del Congreso y del gobierno estadounidense. Durante los primeros 30 años, este esfuerzo tuvo más y más éxito.
Contra esta hostilidad, el gobierno cubano buscó alianzas no sólo con países del así llamado bloque socialista sino con gobiernos y movimientos revolucionarios en el llamado tercer mundo. “Exportó” a los países del tercer mundo su capital humano en la forma de médicos y profesores bien capacitados. Ofreció ayuda militar crucial al gobierno de la Angola independiente, que entonces luchaba contra los invasores del gobierno de Sudáfrica, promotor del apartheid. Las tropas cubanas ayudaron a derrotar a los sudafricanos en la crucial batalla de Cuito Carnavale en 1988.
La situación cambió por completo en los años ‘90, en tres modos cruciales. El primer nuevo elemento fue el colapso de la Unión Soviética. Esto significó que las consideraciones de la Guerra Fría se volvieran irrelevantes. Significó también que Cuba sufriera grandes penurias económicas en los años ’90 debido al fin de la asistencia económica ruso/soviética, y que tuviera que ajustar su programa interno.
El segundo nuevo elemento, especialmente evidente en la presidencia de George W. Bush, fue la aguda decadencia del poderío geopolítico estadounidense. Esto desató un serio revés en la política latinoamericana, con la subida al poder de gobiernos de centroizquierda en un país tras otro. Una por una, todas estas naciones empezaron a reestablecer relaciones con Cuba y llamaron a ponerle fin al boicot estadounidense y a la reintegración de Cuba a la OEA.
El tercer elemento fue una marcada transformación en el escenario político estadounidense. Por vez primera, comenzó a hablarse con seriedad del “fracaso” de las políticas estadounidenses hacia Cuba. Hubo presión de los agricultores que se interesaron en conseguir el derecho de vender sus productos en Cuba. Esto obtuvo respaldo de muchos senadores republicanos, incluido, notablemente, Richard Luger, el decano republicano en el Comité de Relaciones Exteriores del Senado.
Más importante aún fue el hecho de que, después de 50 años, la comunidad de exiliados en Cuba evolucionó en sus puntos de vista políticos. Un gran número de cubanoestadounidenses más jóvenes comenzaron a argumentar en favor de su derecho a viajar a Cuba, enviar dinero ahí y establecer un intercambio libre y abierto.
Cuando Barack Obama llegó a la presidencia, recibió algunas presiones para emprender el “deshielo” en las relaciones cubanoestadounidenses. Esto lo hizo mediante varios gestos iniciales, deshaciendo las restricciones a las remesas familiares y a los viajes que su predecesor había impuesto.
Qué tan lejos está dispuesto a llegar Obama para mejorar las relaciones es algo que no sabemos todavía. Pero mientras que hace apenas 10 años las presiones políticas internas en Estados Unidos estaban abrumadoramente en favor de un boicot económico, hoy el público y los políticos están divididos. Y debido a la evolución de la opinión latinoamericana y el tamaño creciente de la población latina en Estados Unidos, es probable que la opinión pública evolucione todavía más en uno o dos años por venir.
La reacción de Cuba ha sido prudente. Fidel Castro lo explicó bien el 5 de abril. Dijo que los gestos y afirmaciones de Obama estaban destinados primordialmente al público estadounidense y expresaban la opinión de un presidente de Estados Unidos. “Sin duda es mucho mejor que Bush y McCain” (algo que muchos críticos de izquierda no quieren admitir de Obama), pero Obama está constreñido por las realidades. “El imperio es mucho más poderoso que él y sus buenas intenciones.”
Así que Cuba está tentativamente explorando qué tan lejos quiere llegar Estados Unidos. Hay discusiones diplomáticas de “nivel bajo” que ya están en curso. El gobierno de Obama tiene presiones que empujan hacia el “deshielo”. El gobierno de Castro tiene presiones en América latina en favor de un “deshielo”. Si las realidades geopolíticas continúan evolucionando en la dirección en la que se han encaminado en los últimos años, no es imposible que Cuba y Estados Unidos logren relaciones diplomáticas “normales”. No hay duda de que ambos continuarían teniendo perspectivas diferentes con respecto al mundo, y que prosigan diferentes objetivos, pero eso es cierto para casi todas las relaciones bilaterales. Lograr una situación en que las relaciones entre Cuba y Estados Unidos fueran unas de dignidad y respeto mutuo sería un gran avance con respecto a las relaciones de los pasados 50 años.
* De La Jornada de México. Especial para Página/12.
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