EL MUNDO • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Atilio A. Boron
Más allá del necesario debate en torno de los logros y las asignaturas pendientes del primer gobierno del Frente Amplio, el cómodo triunfo de José “Pepe” Mujica en las elecciones de ayer aporta una brisa de aire fresco sobre las democracias latinoamericanas. En primer lugar, porque se derrota sin atenuantes a una derecha radical que soñaba con retornar a los dorados ’90 del Consenso de Washington. Segundo, porque en un continente considerado como el “patio trasero” de la hegemonía imperial y tradicional baluarte de una reacción alimentada por siglos de sujeción colonial, el solo hecho de que un gobierno de izquierda sea ratificado luego de cinco años en el poder constituye de por sí un dato muy alentador. Tercero, porque la voluntad expresada por los orientales marca un límite a la renacida política imperial de convalidar golpes militares y legitimarlos post-festum por la vía de elecciones fraudulentas como las que ayer mismo tuvieron lugar en Honduras. Cuarto, porque ante las preocupantes perspectivas de una derrota de los (excesivamente) moderados gobiernos de centroizquierda en países como Chile y Brasil y su reemplazo por la derecha –pinochetista en el caso de Chile y un tanto más moderada en Brasil–, la continuidad del Frente Amplio en el poder contribuye a sostener un espacio de diálogos y acuerdos con gobiernos como los de Venezuela, Bolivia y Ecuador, empeñados en procesos de cambio mucho más profundos y resistidos por el imperio. Son cuatro buenas razones para celebrar las noticias que llegan a través del Río de la Plata.
No obstante, convendría evitar la desmesura en la celebración. Algunos avances sociales producidos bajo el gobierno de Tabaré Vázquez son incuestionables: negociación salarial, reformas en el sector salud y en la educación, moderados logros en el combate a la pobreza. No son poca cosa, sobre todo cuando se los mira desde esta orilla. Pero los déficit no son menos importantes: el modelo de crecimiento sigue siendo de inspiración neoliberal y gira en torno de la exportación de pulpa de papel y soja, dos actividades profundamente predatorias del medio ambiente y destinadas a generar gravísimos problemas de sustentabilidad a largo plazo. Al igual que en la Argentina, la extranjerización de la tierra avanzó de la mano del agronegocio, agudizando la dependencia externa, el monocultivo y el éxodo rural. En otras cuestiones, la derrota sufrida en el plebiscito en que se proponía anular la Ley de Caducidad (que consagra la impunidad de los crímenes de Estado cometidos por la dictadura) y el solipsista veto de Tabaré Vázquez a la ley que despenalizaba el aborto (apoyada por los 69 legisladores de izquierda que en el Senado y en Diputados y rechazada por blancos y colorados) dejan abiertos importantes flancos que seguramente serán aprovechados por la derecha para su fortalecimiento político, cosa que será sin duda muy negativa para la implementación de la renovada agenda de reformas sociales que muchos uruguayos esperan de Mujica. No serán pocos los obstáculos a vencer, el menor de los cuales no habrá de ser la resistencia de un sector del FA que ha sido ganada por la prédica neoliberal. Max Weber dijo que sólo se consigue lo posible si se insiste en lograr lo imposible una y otra vez. Se requiere, eso sí, una buena dosis de voluntad política. El tiempo dirá si Mujica la posee.
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