EL MUNDO • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Washington Uranga
Pocas comparaciones son válidas, sobre todo cuando se trata de política. Cada realidad encierra tal cantidad de particularidades que se hace sumamente difícil equiparar. Es necesario siempre el análisis circunstanciado, minucioso y atento para comprender la complejidad de la trama, la densidad de la misma. Tampoco tiene sentido señalar ejemplaridades. No cuentan tampoco en este caso. Pero sí vale la pena observar todos los escenarios para extraer, de cada una de ellas, los aprendizajes que puedan ser útiles para las propias prácticas. Y la historia política actual del Uruguay presenta algunas situaciones de las que es posible tomar enseñanzas.
El segundo mandato del Frente Amplio es el resultado de la perseverancia política y de la coherencia. La misma que tuvo la coalición para edificarse durante casi tres décadas en condiciones adversas. Fue una paciente y muchas veces conflictiva tarea de cimentación. Con muchos aciertos y sembrada también de errores, como admiten los propios dirigentes frenteamplistas. Con una fortaleza: la construcción colectiva y la dinámica de participación de las diferentes corrientes internas que contribuyen a mejorar las propuestas y a rectificar rumbos a partir del análisis colectivo. Por eso, más allá de los liderazgos individuales (que existen y se valoran) lo importante es la fuerza política. “El Frente Amplio gobierna, no es sólo una persona”, le dijo Eduardo Bonomi, el seguro ministro del Interior de José Mujica, a Página/12. Allí radica una de las fortalezas de las que se puede tomar enseñanza.
La otra está relacionada con el concepto de unidad que se maneja. Seguramente por la propia génesis de la coalición política que se nutrió de fuentes tan diversas como el Partido Comunista, los tupamaros y la Democracia Cristiana, los frenteamplistas uruguayos han aprendido que unidad es muy distinto de unanimidad. La unidad se construye en la diferencia, en el debate político, y se ejerce en la disciplina de la organización una vez que las decisiones han sido tomadas de forma participativa y asamblearia. Mujica y Astori son diferentes y, ante algunos temas, sus posiciones ni siquiera pueden considerarse complementarias. Tienen ideas distintas. Pero los lineamientos políticos, con incidencia de ambos, los sigue fijando el Frente Amplio a través de sus órganos deliberativos y de decisión.
Son apenas dos de las enseñanzas que se pueden tomar de este momento político uruguayo. Lo que no indica que no queden saldos negativos o cuentas pendientes. Entre ellas –por cierto la más importante– la continuidad de la ley de caducidad, iniciativa derrotada en dos plebiscitos y por cuya anulación el Frente Amplio no pudo, no quiso o no supo trabajar.
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