Martes, 1 de marzo de 2011 | Hoy
EL MUNDO › EL RéGIMEN LIBIO HABRíA MATADO A LOS MILITARES QUE SE NEGARON A DISPARAR A LOS REBELDES
Los cadáveres quemados en la morgue eran un espectáculo lastimoso en la segunda ciudad de Libia. “Ellos fueron mártires. Se sacrificaron para no lastimar a su propio pueblo”, dijo Fateh Elami, el gerente del hospital.
Por Kim Sengupta y Catrina Stewart *
Desde Benghazi
Los cuerpos estaban en mortajas color verde oscuro tirados en el piso de cemento de la morgue, 10 prisioneros a los que se les disparó y luego fueron quemados mientras las fuerzas de seguridad del coronel Muammar Khadafi desataban el último round de violencia vengativa antes de huir de Benghazi. Se dice que los hombres muertos eran soldados que se negaron a abrir fuego contra los manifestantes opositores. Habían sido desarmados y golpeados por sus camaradas antes de ser encarcelados en una celda subterránea en Al Katiba, el principal campamento militar en esta ciudad.
La historia de los últimos días de los prisioneros la contó un oficial del ejército libio que se rindió a los rebeldes y cambió de bando. Pudo dar los nombres de algunos de los muertos, todos hombres locales, pero las desconsoladas familias no pudieron identificar los restos calcinados.
Mohammed el Targi, a cargo de procesar las muertes en el hospital de Al Jala, dijo: “Normalmente hay algunas partes de los cuerpos con quemaduras que muestran quién fue la persona, pero en este caso quedaba muy poco para ver. Las mujeres, padres, hijos de esos pobres hombres vienen aquí y todos lloran. Una madre dijo que aunque no podía identificar a su propio hijo, todos aquellos muertos eran ahora sus hijos”.
Ayer, después de días de lluvia fría y vientos de tormenta, la segunda ciudad de Libia se despertó en un clima cálido y soleado. Los negocios abrieron después de las improvisadas vacaciones que acompañaron la revolución, mientras la gente comenzó a hacer su vida de todos los días nuevamente. A pesar de este regreso a una suerte de normalidad, los oscuros secretos de las brutalidades en el momento del levantamiento comenzaron a aparecer. Los cadáveres quemados en la morgue eran un espectáculo lastimoso. “Ellos fueron mártires. Se sacrificaron para no lastimar a su propio pueblo”, dijo Fateh Elami, el gerente del hospital. “Deberíamos hacer un monumento en su memoria.”
Pero la violencia no fue de un solo lado. También estaban los cuerpos de tres “mercenarios” de Africa sub-sahariana usados por el régimen contra los manifestantes. Sus cuerpos, con profundas heridas en la cabeza y en el torso, yacían al lado de un soldado libio. Estos también, dijo Elami, quedarán sin reclamar.
El de Al Jala era el hospital con más trabajo durante los primeros días de intenso conflicto en la segunda ciudad de Libia, y muchos de los heridos de esos días están en las salas. Najla Farkash es una de las médicas que trabajó durante las veinticuatro horas en ese período. Un día estaba atendiendo una larga fila de gente herida, cuando uno de los pacientes le hizo dar un grito ahogado. Era su hermano Amraja, de 27 años. Le habían disparado en la cabeza. “Había llorado un poco cuando traían a jóvenes mal heridos.” Farkash, de 29 años, dijo: “Pero cuando es alguien de tu propia familia, es muy, muy duro”.
Amraja Farkash había ido al funeral de dos de sus primos muertos por las fuerzas de seguridad en los primeros días de las protestas cuando recibió el disparo. Ahora tiene el lado izquierdo de su cuerpo paralizado y su vida laboral como conductor está terminada. “Apoyaba la revolución, pero ni siquiera estaba participando de las marchas cuando me dispararon. Iba a enterrar a mis primos. ¿Por qué tenían que hacer esto?”, se preguntó. “No sé quién me disparó, puede haber sido un mercenario, puede haber sido un libio. Pero sé que fue mi propio gobierno el que hizo esto. Si pudiera ir y luchar ahora, lo haría. Me siento muy furioso.”
Mientras, Mohammed Saad, sentado en el borde de su cama, recuerda cuando tenía un empleo en el ejército en Al Katiba, cuando no se hubiera imaginado que le podían ordenar que tire contra su propia gente. Ayer, Saad, de 23, se sacó su chaqueta para mostrar la herida del disparo que casi lo mata. Le dispararon cuando se negó a atacar a los manifestantes que invadieron el complejo militar, la culminación de una batalla decisiva en la caída de Benghazi en manos de las fuerzas antigubernamentales. “Lo último que recuerdo es a un oficial poniendo su arma sobre mi pecho y gritando: ‘¡Andá y dispará! ¡Andá y dispará!’”, recordaba Saad, describiendo cómo horas después se despertó en el hospital de Benghazi.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Páginal12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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