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Por qué objetivos dispararán las armas
Por Claudio Uriarte
Los plazos para la guerra a Irak nunca fueron políticos sino logísticos, y esos plazos ya han terminado. La guerra es inminente. Pero no es cualquier tipo de guerra. Partidarios y acusadores, en los meses que llevó la acumulación de fuerzas militares, multiplicaron las versiones sobre sus móviles. Era, según la administración Bush, una guerra contra el Estado que estaba detrás de los atentados del 11 de septiembre. También, según la administración Bush, era una guerra para suprimir los armamentos de destrucción masiva de Irak. O para iniciar la democratización del mundo árabe. De la vereda de enfrente, se dijo que era una guerra por petróleo, por rapiña o por conquista. También, que era para reactivar la economía norteamericana. Ninguno de estos argumentos se sostiene por sí solo, pero –y éste es el atractivo intelectual de la situación– parte de todos ellos tiene su lugar en la explicación general. Es en ésta donde se da lo novedoso, donde la frase de “acontecimiento histórico-mundial” pierde su pátina de lugar común. Porque estamos ante la inminencia de un hecho que no había ocurrido antes, del cual es previsible anticipar toda una serie de hechos subordinados que tampoco habían ocurrido antes.
Estamos, en otras palabras, ante una empresa de ambición inédita: reconfigurar el mundo de acuerdo con los intereses estadounidenses. De lo que se deduce un nuevo ordenamiento del mundo. Es, en definitiva, tanto una guerra imperialista como una guerra revolucionaria, en el sentido de que –como las empresas de Napoleón, o de Hitler– su objetivo no es la conservación sino la destrucción y recomposición del statu quo. Por eso, la mayoría de los estrategas conservadores clásicos en Washington –como Henry Kissinger, Brent Scowcroft, o el mismo Colin Powell– están aterrados ante sus posibles consecuencias. El punto de partida es un razonamiento que los halcones estadounidenses no se preocupan por ocultar: “Jamás estaremos en el nivel de supremacía militar y económica que tenemos ahora; aprovechemos, por lo tanto, para asegurarnos de que esto seguirá por los próximos 100 años, antes de que aparezca algún competidor -probablemente, China– que empiece a imponernos límites”. Esta marcación sobre China no es incorrecta. Además de su potencial económico-militar, China está presente en muchos de los principales nudos de conflicto que interfieren con la globalización estadounidense: China vende fibra óptica y combustibles de propulsión de misiles a Irak, tecnología misilística a Pakistán y a Corea del Norte, y es el principal enemigo de Japón, que es el principal amigo de Estados Unidos en el Pacífico, el área natural de dominio de Estados Unidos en el mundo.
Dentro de este contexto general, empieza a entenderse la veracidad parcial de los argumentos de críticos y apologistas. La analogía de los halcones entre Irak y la Alemania nazi es crucial. “Después de la Segunda Guerra Mundial, nosotros pensamos estratégicamente sobre cuáles eran las áreas industriales clave de Europa que debían estar bajo control occidental para ejercer el dominio estratégico de Europa –dijo en enero un anónimo funcionario del Pentágono a la revista The New Republic–. Si usted empieza a pensar en Medio Oriente de la misma manera, es Irak el que salta a primer plano, porque es el nexo entre petróleo, educación, geografía.” Y también: “La revuelta en la región está en camino. Mejor, pongámonos al frente de ella”.
Es cierto que sectores de Arabia Saudita, y no de Irak, tuvieron relación con los atentados del 11 de septiembre, pero, como expresó otro funcionario, “los sauditas lo pensarán dos veces antes de pagar a Osama bin Laden si tienen tres divisiones norteamericanas acorazadas en su frontera”. Similarmente, la guerra no se justifica para destruir las armas prohibidas de Irak, pero es cierto que Irak las tiene. Y las exportaciones petroleras iraquíes de un año no empiezan siquiera a pagar el costo inmediato de la guerra, pero éste puede justificarse si la operación deriva –como espera la administración– en el estallido de democracias árabes privatizadas que representen el fin del terrorismo, la destrucciónde la OPEP y la seguridad del dominio americano desde Medio Oriente hasta Asia Central.
Estos son los asombrosos objetivos por los cuales las armas norteamericanas empezarán a disparar, contra la opinión de casi todo el mundo, en cuestión de horas.