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Estética mapuche
Orfebrería, platería, cestería, arte textil: un archivo fotográfico impecable sobre los pueblos originarios de la Patagonia es el sello distintivo de una obra dirigida por Ricardo Paz, el libro “Mapuches del Neuquén”.
Por Sandra Russo
Una de las más antiguas leyendas araucanas se pregunta qué fue primero, si la plata o el oro. Y lo explica a partir de una curiosa historia de violencia doméstica: el Padre Sol le pegó a su esposa, la Madre Luna, y ella lloró. Sus lágrimas fueron tantas que dieron origen a la plata. Como todo golpeador que se precie, cuando advirtió el alcance de su error, el Padre Sol lloró a su vez: sus lágrimas dieron origen al oro. Ergo, la plata es más antigua que el oro. La plata es femenina y el oro es masculino. Esa antigua tradición dejaría sus huellas en la orfebrería de los Andes, donde a un lado y al otro de la cordillera, según las épocas, diferenciados o asimilados, habitaron araucanos, pehuenches, tehuelches y mapuches.
Un libro fascinante, dirigido por Ricardo Paz, coordinado por Belén Carballo y curado por Mercedes Bullrich, Mapuches del Neuquén (Luz Editora), llega para reunir y dar a conocer información, datos históricos y cosmovisiones procedentes de esa región. Pero lo más impresionante del libro es su aporte fotográfico, y su relevamiento de la estética mapuche. Hay leyendas asombrosas que explican cómo la vida cotidiana y los hábitos de esos pueblos estaban íntimamente regidos por sus creencias religiosas. Por ejemplo, según una antigua tradición tehuelche (para los del sur el ser supremo era Kóoch; para los del norte, era Tukutzal), un héroe civilizador, Elal, condenó a la primera generación de tehuelches a convertirse en peces, porque esos hombres y mujeres habían violado un tabú sexual. El mito tuvo consecuencias en la alimentación de ese pueblo durante siglos, ya que, para evitar comerse a sus antepasados, los tehuelches se autoprohibieron la pesca.
En la segunda parte del libro, se ubica el impecable material fotográfico que rastrea la vida cotidiana mapuche. Hay numerosas insignias de mando: piedras cargadas de sentido de poder, que usaron diferentes caciques. Según las tradiciones, esas insignias caían del cielo y quienes las encontraban eran depositarios del don de mando otorgado en las alturas. El gran cacique Calfuncurá, por ejemplo, encontró la suya a orillas de un río, y a ella debió su nombre (Calfu, azul; curá, piedra). Hay alfarería sagrada, como arcaicas vasijas destinadas a almacenar chicha durante el rito central del nguillatún. Hay pipas y cuchillos de madera, cuero y metal. Hay mantos de cuero de guanaco unidos entre sí por nervios de ñandú, que eran limpiados y sobados por las mujeres de esos pueblos hasta conseguir una textura flexible, y luego pintados con motivos geométricos y simbólicos, para lo cual se usaban desde carbón a sangre. Hay máscaras ceremoniales, cunas, cestería, armas de caza, calzado, juegos de naipes que imitan barajas españolas o instrumentos muy parecidos a palos de hockey que se usaban para jugar al viñu o palín. Los kultrun –los tambores usados por las machis– están ahí testimoniando un uso fiel y exclusivo de por vida: cada machi solamente usaba su propio tambor. Era (y es todavía) el son de ese kultrun el que la hace cantar y bailar, para sanar a los enfermos y para alejar los malos espíritus. La rewe era figura sagrada a la que la machi le dirigía sus plegarias. La rewe era enterrada sobre monedas de plata para preservar su poder.
En cuanto a la arqueología de la indumentaria, las trariwe –fajas de mujer– hablan de las distintas etapas de la vida. El color blanco indica la pureza que quien la lleva puesta, en general las niñas. Los colores rojo y negro aparecen después de las primeras menstruaciones, siempre sobre una base blanca: la plenitud femenina se mantiene pero sin perder la pureza original.
Pero el elemento que trascendió las fronteras patagónicas incluso después de que la estrella de esos pueblos comenzara a apagarse tras la Conquista del Desierto, fue el poncho. Era una prenda exclusivamente masculina, cuyo origen es largamente prehispánico. Los diseños tenían que ver con las jerarquías de quienes los llevasen. Según el color, los motivos geométricos y la conexión de todos los componentes del diseño, los antiguos habitantes de la Patagonia podían leer el linaje, la procedencia y la actividad o rol del portador del poncho, o bien otros datos, como por ejemplo si poseía tierras fértiles, caballos o si en su morada había o no araucarias, el árbol mapuche sagrado.
Entre los motivos de diseño de los ponchos, predominan los geométricos. Hay cruces, signos escalonados, rombos compuestos y triángulos dobles. Los colores predominantes son el negro y el rojo. El negro simboliza nobleza; el rojo remite a la sangre, y sus portadores eran guerreros. Los ponchos azules, en cambio, estaban reservados a hombres con roles espirituales.
En la orfebrería, hay piezas maravillosas realizadas con técnicas precisas y con altísimas cuotas de creatividad. Con plata cincelada se hicieron aros, muchos de ellos trapezoidales, y gargantillas. Pero también usaban plata los mapuches para adornar sus caballos. Hermosas cabezadas plateadas dan cuenta del fervor de los araucanos y los mapuches por sus caballos, cuya llegada a la Patagonia transformó completamente sus vidas. Pectorales realizados con cadenas de plata reproduciendo tréboles, máscaras y geometrías, anillos con ondas, puntos y flores, vinchas femeninas cruzando plata con lana, ornamentaciones complejas elaboradas con miles y miles de canutillos, las alhajas mapuches reflejan un mundo en el que lo sagrado determinaba cada acto humano.