Sábado, 23 de mayo de 2015 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Washington Uranga
No puede decirse que 35 años es mucho para los tiempos de la Iglesia. Menos aún cuando se trata de reconocer la santidad de una persona, que equivale a proponerlo como ejemplo para la Iglesia y para la sociedad. Sin embargo, en el caso de Oscar Romero –como sucede en la Argentina con Enrique Angelelli– no debe perderse de vista que durante el tiempo transcurrido desde el asesinato la falta de definición de la institución eclesiástica ha estado influida claramente por la férrea oposición de los sectores conservadores, internos y externos, porque su clara “opción por los pobres” resultó molesta y conflictiva para el poder.
Habría que preguntarse entonces si haber admitido ahora el martirio de Romero significa un cambio de actitud de la institución eclesiástica. De hecho, por las razones que fueren, Francisco continuó con el ritmo acelerado de canonizaciones iniciado por sus antecesores. Por un lado, es claro que la Iglesia necesita mostrar “vidas ejemplares”. Eso, ni más ni menos, son los santos y las santas. También es cierto que Bergoglio ha buscado, como en todos sus movimientos, equilibrar la balanza entre conservadores y progresistas. Hay ejemplos para todos. Se podría decir, en su favor, que por lo menos los partidarios de la “opción por los pobres” no están ahora “vetados” para acceder a la santidad según la Iglesia. Al menos en esto hay que reconocerle mérito a Bergoglio.
Por eso cabe preguntarse qué pasará en el futuro con el proceso de canonización del obispo argentino Enrique Angelelli, asesinado por la dictadura militar en 1976, tal como quedó probado en el juicio recientemente concluido. Los casos de Romero y Angelelli guardan mucha similitud. Ambos fueron hombres comprometidos con su pueblo desde una convicción religiosa. También en el caso de Angelelli las presiones políticas y la clara oposición de la jerarquía eclesiástica impidió primero y demoró después el reconocimiento de su martirio. No habría que olvidar que hasta su deceso el cardenal Francisco Primatesta (1919-2006), quien fuera presidente de la Conferencia Episcopal, siguió apoyando la tesis de la “muerte accidental” del obispo riojano avalando la versión de la dictadura.
Ahora el camino del reconocimiento de Angelelli parece más despejado. También porque el actual obispo de La Rioja, Marcelo Colombo, se ha puesto “la causa al hombro” y está dispuesto a impulsarla. Para eso espera contar con el respaldo del papa Francisco, con quien se entrevistará en los próximos días después de asistir en El Salvador a la beatificación de Romero. Las resistencias en el Episcopado argentino ahora también son menores. Habrá que esperar novedades. Pero junto con eso, y para ganar credibilidad, la Iglesia debería también tomar medidas con clérigos que dañan su credibilidad. Christian von Wernich y Julio César Grassi están condenados por delitos gravísimos y siguen ostentando su condición sacerdotal sin que haya ninguna medida institucional en su contra. El cambio, para ser creíble, exige coherencia.
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