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Por qué ganaría Kerry
Por Claudio Uriarte
El saber convencional diría que John Kerry debería perder las elecciones norteamericanas del 2 de noviembre. Pero es cierto que el saber convencional también habría dicho antes que John Kerry debería ganar esas mismas elecciones, dado que desde 1973 los norteamericanos votan según como les va en la economía doméstica –que bajo George W. Bush ha sido por lo menos mediocre–, si no fuera que en esta campaña Irak, la guerra antiterrorista y la seguridad nacional han conquistado el centro de la atención de los votantes. Pero esto nos sumerge en una nueva contradicción: Bush, bendecido por la paranoia de autodefensa fomentada por los atentados del 11 de septiembre, y por sus credenciales como el “presidente de guerra”, debería tener la ventaja natural contra Kerry, un material que no ha sido probado y que la campaña republicana ha acusado reiteradamente de “oscilante” y poco confiable. Sin embargo, en el primero de los tres debates presidenciales, que se centró sobre estos temas, Kerry salió vencedor y Bush perdió. Evidentemente, estamos ante un proceso electoral tan atípico como impredecible.
Una primera respuesta a estas aparentes contradicciones es que Kerry, pese a las recriminaciones de los periodistas nostálgicos del pacifista George McGovern (y de su encarnación más reciente, el excéntrico Howard Dean, cuya nominación hubiera sido festejada con descorches de champagne incluso en la abstemia Casa Blanca de Bush) es un formidable, coherente y emocionante polemista en el podio, infinitamente superior no sólo al acartonado Al Gore que se las arregló para perder por puntos contra W. en medio de la economía boyante que le había heredado su jefe Bill Clinton sino también al propio W., un presidente parecido a un personaje de la vieja nomenklatura soviética que sólo acepta preguntas de periodistas confiables, y en cuyas conferencias de prensa las preguntas son filtradas, censuradas y escrupulosamente editadas por sus asesores de imagen. Pero quizás haya un motivo más sutil en su resurgimiento, en la misma aparente inconsistencia que Bush le reprocha a Kerry: votar en su momento a favor de la guerra de Irak, condenarla después, y no ofrecer ninguna salida verosímil a cambio; sólo espejitos de colores de “cooperación internacional” que no se concretarán. Como Kerry, la mayoría de los norteamericanos estuvieron en su momento a favor de la invasión a Irak. Y como Kerry, la mayoría de ellos empieza ahora a dudar. En la jerga de la diplomacia, se llamaría a eso “ambigüedad constructiva”.