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Corría la década del 40 y aún permanecía una visión paternalista del mundo, refrendada no sólo en la cultura cotidiana de la época o en el marco legal vigente, sino también a través de los medios de comunicación y la industria del entretenimiento. La abierta discriminación sexual, incluso, llegaba a las páginas de los comics estadounidenses, donde las mujeres en peligro siempre estaban a la espera de que un Superman o un Batman las salvara de todo tipo de amenazas. Por entonces, el mundo del comic les confería exclusividad de superpoderes a los hombres. Hasta que William Moulton, un psicólogo crítico de esa cosmovisión, tuvo la oportuna idea de cambiar el lugar de la mujer a partir de un comic. Y de su puño nació La Mujer Maravilla, la primera superheroína de la historieta mundial, que con un discurso a favor de la libertad femenina se convirtió en poco tiempo en un suceso de ventas y, más tarde, tuvo una versión televisiva que, esta noche, Retro repone al aire para el público latinoamericano. La Mujer Maravilla irá de lunes a viernes a las 20.
Wonder Woman marcó un antes y un después en la industria del comic estadounidense. Publicado por la misma editorial que Superman y Batman –la legendaria DC Comics–, la repercusión alcanzada por las aventuras de esta bella heroína sirvió como puntapié inicial para que otras versiones femeninas se acoplaran al mundo de los superhéroes (tal el caso de La mujer biónica, Mujer policía, Los ángeles de Charlie o la más reciente Tomb Raider). La historieta ya lleva más de 60 años de vida y entre 1976 y 1979 tuvo su propia serie televisiva.
No es casual que en la ficción la heroína haya nacido en la isla Paraíso, un inhóspito lugar habitado exclusivamente por mujeres, “libre de la destrucción masculina”, según aclara la protagonista. Dotada con la fuerza de Gea, la velocidad de Hermes, la sabiduría de Atenea y la belleza de Afrodita, la Mujer Maravilla tenía sus propios poderes mágicos: un lazo dorado que obligaba a la gente atada con él a decir la verdad, unos hermosos brazaletes plateados que desviaban las balas y una fuerza que no se condecía –a priori– con su figura agraciada. Con el tiempo, el giro sobre sí misma que le permitía a la disciplinada secretaria Diana transformarse en la valiente mujer que enfrentaba a las fuerzas del mal fue un sello para toda una generación, preferentemente femenina, causando más de un mareo a quienes imitaban el momento más esperado de la serie. Sin embargo, el programa estrenado a fines de los ‘70 se convirtió en un programa de culto por cuestiones que trascendieron lo meramente fantástico. Protagonizada por la sensual Lynda Carter (Miss Universo en 1973 y modelo en el que se basó la figura de las muñecas Barbie), la Mujer Maravilla se erigió en representante mediática del feminismo militante en ascenso. Diana Prince –nombre falso con que ocultaba su verdadera identidad– fue catalogada por organizaciones femeninas de entonces como un “ejemplo de todas las mujeres que quieren ser libres”.
Pero la política se reflejó también en otras cuestiones: en la primera temporada de la serie la secretaria del mayor Trevor (Lyle Waggoner) sólo se transformaba en la Mujer Maravilla para combatir la amenaza del nazismo –recordar que el comic se comenzó a publicar en 1942– o al invasor del espacio exterior. El enemigo cambió a partir de la segunda temporada, cuando la serie pasó a desarrollarse en la década del 70, con la Guerra Fría como marco político. Hay quienes piensan que la serie fue utilizada por EE.UU. como herramienta para reconstruir la mala imagen que ese país había dejado por su intervención en Vietnam. El trajecito de colores rojo, azul y blanco, con las llamativas estrellitas, que utilizaba la heroína, aumentó las suspicacias. Así y todo, la Mujer Maravilla pasó a la historia por el papel que jugó en el futuro rol de la mujer. “Todas las mujeres –señala ella en el primer capítulo– pueden hacer maravillas si se les da la ocasión.”