SOCIEDAD › UNA ONG ROSARINA PREMIADA POR LA ONU
Si la crisis pisa mi huerto
Una organización social rosarina fue premiada por las Naciones Unidas por impulsar un proyecto que transformó más de 700 terrenos baldíos en huertas orgánicas. Allí trabajan 10 mil familias de desocupados.
Por Mariana Carbajal
En la ciudad de Rosario, más de setecientos terrenos baldíos y basurales se convirtieron en los últimos dos años en huertas comunitarias, en las que trabajan unas 10 mil familias de desocupados: las verduras y hortalizas que cultivan –todas sin agroquímicos– las venden en ferias municipales o las usan para el consumo hogareño. La iniciativa, nacida al calor de la crisis de 2001 para paliar la emergencia alimentaria en los barrios más pobres de la ciudad, fue promovida por una ONG y acaba de ser elegida por la ONU, entre más de setecientos proyectos de todo el mundo, para recibir un prestigioso premio internacional –que consiste en 30 mil dólares–, por contribuir al mejoramiento de la calidad de vida de la gente y, al mismo tiempo, del medio ambiente. La distinción se entregará oficialmente hoy, Día Mundial del Hábitat, en Nairobi, Kenia.
El proyecto fue impulsado por el Centro de Estudios de Producciones Agroecológicas (Cepar), con el apoyo de la Secretaría de Promoción Social del gobierno municipal de Rosario. “Quisimos responder con una propuesta productiva en el marco de la emergencia alimentaria producida por la crisis de 2001”, contó a Página/12 Raúl Terrile, de Cepar, una ONG que se dedica al asesoramiento en producción orgánica y agroecológica. En el pico de la crisis, el 61 por ciento de la población rosarina estaba por debajo de la línea de pobreza y 32 por ciento era indigente. Con ese contexto, Cepar armó el plan. Empezaron dando cursos de capacitación. “Muchas de las familias pobres habían llegado del norte del país y sabían cultivar la tierra, pero otras habían trabajado en la metalurgia y la construcción y no tenían idea”, explicó Terrile. Buscaron baldíos y basurales de terrenos públicos y privados de los barrios más pobres y poco a poco los fueron convirtiendo en huertas comunitarias. “Hoy se respetan tanto como las canchas de fútbol. Esa es nuestra medida de la aceptación barrial del proyecto”, graficó Terrile. Para favorecer el proyecto, el gobierno municipal dictó una serie de normas para beneficiar a los propietarios que cedieran los predios, como la eximición de tasas municipales. El proyecto ha sido tan exitoso que ahora el municipio está buscando extensiones de tierra más grandes para desarrollar “parques huertas”.
Actualmente son más de setecientas las huertas comunitarias, en las que trabajan 10 mil familias. “Unas quinientas huertas producen para autoconsumo o consumo comunitario, y otras doscientas, además, para la comercialización”, señaló Pedro Pavicich, subsecretario de Promoción Social de la intendencia rosarina. Además, hay unos 30 jardines medicinales, donde cultivan plantas medicinales y aromáticas. El municipio organizó cinco ferias en distintos puntos de la ciudad para que los productores puedan vender el excedente a clientes de clase media. Paralelamente, promovió el desarrollo de una agroindustria, donde un grupo de horticultores procesa las verduras y hortalizas y luego las vende en bandejitas, dándole valor agregado al cultivo.
“El municipio ayudó subsidiando los cercos, el riego y las herramientas, y asiste brindando el servicio de flete para recoger las verduras en las huertas y llevarlas a las ferias”, explicó Terrile. En las mismas ferias tienen la posibilidad de comercializar otras producciones artesanales como panes, facturas y dulces.
Carlinda Ortigosa es una de las mujeres que se han sumado al proyecto. Tiene 51 años y su último trabajo estable lo perdió a fines de la década del 90: era cocinera en un jardín de infantes. A partir de ahí se las tuvo que rebuscar con changuitas, limpiando casas de vez en cuando. Es jefa de hogar y madre de tres hijas, pero la mayor ya formó su propia familia. Vive en Puente Gallego, un barrio humilde ubicado a unos 30 minutos de auto del centro de la ciudad, donde la desocupación es moneda corriente. Carlinda se enteró del emprendimiento de las huertas comunitarias en la parroquia San Vicente de Paul, cerca de su casa, y entusiasmó con la idea a Maricel, su segunda hija, de 24 años, que tampoco tiene empleo. “Yo nací en el campo, en Entre Ríos, y más o menos sabía algo (del trabajo de huerta), pero no demasiado. Ellos (los profesionales de Cepar) venían una vez por semana, nos traían las semillas y nos asesoraban”, contó a este diario. La mujer y su hija tienen una parcela de 25 metros cuadrados igual a las de los otros cinco vecinos con los que comparte el terreno. Como originalmente el predio “no era muy apto para el cultivo, tuvimos que mejorar la tierra con abono de superficie”, recordó. Ahora, Carlinda y Maricel cultivan habas, arvejas, cebolla, hinojo, repollo y rabanitos. Las verduras y hortalizas las venden en la feria. Por mes juntan unos 250 pesos, contó la mujer.
El premio dado a la iniciativa se llama “Mejores Prácticas para Mejorar las Condiciones de Vida”, consiste en 30.000 dólares y lo otorga el Programa de las Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos (UN-Hábitat), con fondos de la intendencia de Dubai, capital de Emiratos Arabes, y el patrocinio del gobierno de España. Cada dos años se eligen diez iniciativas. La de Rosario fue una de las ganadoras de este año. La distinción se entregará oficialmente hoy, Día Mundial del Hábitat, en Nairobi, Kenia. Es la segunda vez que obtiene este premio un emprendimiento desarrollado en la Argentina: en 1996 lo obtuvo la ONG APAC, que desarrolló un proyecto de autoconstrucción de viviendas en barrios humildes. Las “Mejores Prácticas” son definidas por la ONU como “iniciativas exitosas que tienen un impacto tangible en mejorar la calidad de vida de las personas, son el resultado de una asociación efectiva entre los sectores públicos, privado y la sociedad civil y son sostenibles desde el punto de vista cultural, social, económico y ambiental”.