EL MUNDO › LAS VARIABLES EN JUEGO EN UN FUTURO GOBIERNO ALEMAN

Una alianza con sabor amargo

Por Mercedes López San Miguel

Por primera vez en 38 años Alemania será gobernada por la “gran coalición” de democristianos y socialdemócratas, los dos partidos mayoritarios del país. Si bien Gerhard Schroeder renunció a la Cancillería –y todo indica que a formar parte del nuevo gobierno– su partido SPD logra ubicarse en una clara posición de fuerza, pudiendo echarles soda a los planes de reformas radicales de los conservadores.
El SPD se quedará con ocho carteras –dos más que la CDU de Merkel– incluyendo las fuertes de Exteriores, Finanzas, Trabajo y Justicia. Traducción: el precio que pagaron los conservadores por quedarse con el liderazgo de la alianza. El saliente canciller levantó los malos pronósticos para su formación: del 24 por ciento (según los sondeos) al 34,2 por ciento que consiguió en las urnas. Schroeder dio un paso al costado ayer y parece quedar en reserva por si la negociación fracasa y al final hubiera que recurrir a nuevos comicios.
A pesar de que su discurso crítico de la guerra en Irak le hizo ganar alta popularidad –el eje franco-alemán opuesto al anglo-americano–, y de tratarse de un gobierno que puso el acento en lo social, no logró consensos para llevar adelante su plan de reformas, tampoco pudo robustecer la mayor economía europea y crear empleo (la tasa de desocupación llegó este año al 11 por ciento).
Al mismo tiempo, resulta extraño que la poco carismática Merkel se convierta en la próxima canciller cuando hace tres semanas fue blanco innegable de críticas –ella y su partido Unión Cristiano Demócrata– por el pobre resultado electoral. Recordemos que los sondeos previos al 18 de septiembre la ubicaban en mucha mejor posición que su rival socialdemócrata. Incluso durante estas semanas se llegó a especular que podría resignar el puesto para acordar con el SPD. Los planes de Merkel de reformas radicales en los sindicatos, el sistema tributario y las leyes laborales (flexibilización laboral, disminución de la influencia sindical en las más grandes compañías), es probable que se diluyan en un balde de enfrentamientos con sus socios pero rivales ideológicos.
Se abren así interrogantes. ¿Será posible que haya entre ambos partidos un terreno común para llevar adelante cambios en la economía?, o deberá la “dama de hierro” ceñirse a políticas consensuadas tanto para la centroderecha como la centro-izquierda cuando su programa económico es de cuño liberal?. Sobre todo, ¿durará la coalición hasta las próximas generales en cuatro años?

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