Lunes, 1 de febrero de 2010 | Hoy
EL PAíS › DEBATE SOBRE LAS TRANSFORMACIONES SOCIALES EN EL TERRITORIO BONAERENSE
Para algunos sociólogos y politólogos, el segundo cordón bonaerense estaría desapareciendo a partir de los cambios económicos de los últimos años y esto tendría efectos políticos. Otros sostienen que el voto peronista sigue caracterizando a la zona, en contraste con la Capital.
Por Alejandra Dandan
El segundo cordón bonaerense es uno de los territorios simbólicos del peronismo. El espacio donde los caudillos iban a librar “la madre de todas las batallas” en la última contienda electoral. El lugar donde el kirchnerismo iba a buscar la diferencia de votos que perdía en el primero y en el tercer cordón, donde abunda el voto espejo de la Capital Federal. Históricamente, siempre fue una de las zonas más pobres de la provincia de Buenos Aires, donde estaban las ciudades dormitorio, donde residieron los obreros de las fábricas creadas bajo el peronismo. Pero algo quizá ya no funciona así. O está empezando a dejar de hacerlo. Hay quienes aseguran que el segundo cordón no es lo que era, que desapareció. Aquí, las razones, los alcances, y el debate que se abre entre urbanistas, politólogos y sociólogos.
El segundo cordón es uno de los tres anillos que rodean la Ciudad de Buenos Aires. Se supone que cada uno de ellos mantiene ciertas características en común con sus pares, y que su expansión siguió el ritmo del crecimiento urbano primero de la Capital, luego del primer cordón y así sucesivamente. El dato de estos nuevos tiempos es que cada uno de esos cordones contiene franjas al norte y al sur. Y de allí provendrían los cambios.
En una enumeración de catálogo, el conurbano aparece integrado por 25 distritos. El primer cordón abarca Avellaneda, Lanús, Lomas de Zamora, La Matanza (una parte), Morón, Tres de Febrero, San Martín, Vicente López, San Isidro. El segundo cordón: Quilmes, Berazategui, Florencio Varela, Esteban Echeverría, Ezeiza, Moreno, Merlo, Malvinas Argentinas, Hurlingham, Ituzaingó, Tigre, San Fernando, José C. Paz, San Miguel, La Matanza (otra parte), Almirante Brown. El tercer cordón: La Plata, Berisso, Ensenada, San Vicente, Pte. Perón, Marcos Paz, Gral. Rodríguez, Escobar y Pilar.
Andrés Barsky es geógrafo e investigador del Instituto del Conurbano de la Universidad General Sarmiento. Su mirada política permite entender cómo se formaron los anillos y pensar, a su vez, los cambios. “Los partidos de la segunda corona nunca tuvieron demasiada industria –dice—, se los conoció como ciudades dormitorios, y son ciudades más incompletas, con un ingreso en promedio más bajo, donde existe el hacinamiento, población joven y numerosa, es decir que, además, tienen un crecimiento demográfico acelerado con una infraestructura en falta, que también determina modos de vida.” Mientras que el primer cordón, por ejemplo, tiene una cobertura en el tendido de redes de 100 por ciento –agrega– “las redes cloacal y de agua potable en el segundo cordón no llegan a cubrir ni el 5 por ciento de la población de cada partido. El agua para consumo domiciliario se obtiene de la extracción de pozos, y los desechos cloacales se vierten en pozos ciegos”.
Si esas características definieron hasta ahora al primero y al segundo cordón y si, a su vez, es cierta la hipótesis de que el segundo cordón está desapareciendo, cada una de esas características debería ser parte de lo que está cambiando.
Una de las cosas que determinaron a lo largo del tiempo la formación de los cordones fue el desarrollo industrial. El primer cordón empezó a definirse alrededor del 1900 con el desarrollo del modelo agroexportador. El segundo cordón, según Barsky, empezó a consolidarse a partir de la crisis del ’30, con el modelo de sustitución de importaciones vía la industrialización. Saturado el primer cordón, empezó a poblarse su alrededor con un crecimiento que “se aceleró cuando el modelo pasó a su fase madura en los ‘60, momento en que la industria semipesada se localizó a unos 60 kilómetros de la Capital”. Y siguió hasta mediados de los ‘70: la crisis del mercado interno y la desindustrialización desaceleraron el crecimiento.
Entonces, la industrialización alentó el crecimiento suburbano hasta mediados de los ’70. Después surgió otro modelo de desarrollo que, así como sucedió con los cordones, también dejó sus huellas en el territorio: en los ’90, “el modelo aperturista que desembarcó a través de las autopistas”, más allá del segundo cordón, llegó con “una serie de emprendimientos, tecnologías y servicios urbanos reconfigurando y complejizando el espacio”, en palabras de Barsky. En ese contexto, hay quienes piensan a las autopistas como una nueva forma de frontera. Una provincia dividida en función de esas nuevas trazas, una hipótesis que se llevó Daniel Arroyo de su despacho del Ministerio de Desarrollo Social bonaerense.
La última vez que la provincia de Buenos Aires votó con el esquema del primero, segundo y tercer cordón fue en 1997, dice Arroyo. “Ese año compitieron Chiche Duhalde y Graciela Fernández Meijide. Si uno toma el Camino de Cintura como corte, va a ver que para la Capital ganó Meijide y para el otro lado ganó Chiche Duhalde. Pero es un fenómeno de diez años atrás: en estos diez años el esquema ha cambiado.”
El Camino de Cintura suele ser visto como una de las fronteras internas del conurbano, un límite entre el primero y el segundo cordón. Pero de acuerdo con la hipótesis de Arroyo, ya no trazaría ningún límite. “En los últimos seis años –dice– ha cambiado la composición del conurbano. Más cerca de la Capital, la gente tenía más dinero y más lejos tenía menos dinero y eso se traducía en condiciones de vida y esquemas de pensamiento. El primer cordón era más parecido a la Capital, el tercero más distinto. Me parece que ahora eso se está polarizando de otra manera. Todo el corredor norte, sea Vicente López, San Isidro, Tigre, San Fernando, Escobar, ha tenido un fuerte proceso de inversión privada con un proceso largo de inclusión, con mucha inversión, mejoraron en términos generales las condiciones económicas y el tipo de demandas tiende a parecerse a la Capital. El corredor sur, en cambio, no ha tenido acceso a inversiones privadas y se complicó más. Ya no son tan distintos los cordones que están más cerca o más lejos de la Capital y hay problemáticas más agudas en cualquiera de ellos.” Y agrega: “Para mí, tiene que ver con un tema de inversión privada fuerte, y habría que repensar hoy la idea de los cordones para replantearlos en términos de corredores, para mí no hay un corte transversal como antes, sino horizontal”.
Si hasta diez años atrás, entonces, una de las variables que homologaban a los cordones era la del tendido de redes sanitarias –completo para unos, incompleto para otros—, es posible buscar hoy otras características que igualen ese nuevo tipo de corte que imagina Arroyo. Las inversiones privadas, por ejemplo, serían lo que homologa el norte, y la falta de inversiones privadas, el sur.
Los efectos de ese supuesto cambio se reflejarían en los votos. ¿Qué significa la desaparición del segundo cordón? Así como las fábricas dieron lugar al voto peronista, ¿es posible pensar en un correlato político entre el modelo de desarrollo generado por las autopistas y el voto?
El segundo cordón siempre fue peronista. Para decirlo brutalmente, ese ser peronista tuvo que ver con las condiciones materiales de quienes lo habitaron. Pero qué pasaría si se dividiera en dos partes, un norte más rico y un sur más pobre con inversiones en el norte que no se hacen en el sur. No se puede decir que la clase trabajadora que dio vida al peronismo desaparece, pero sí que están cambiando las condiciones materiales que le dieron vida. ¿Puede significar eso que, a largo plazo, desaparezca el voto peronista?
Javier Auyero es sociólogo, especialista en el territorio peronista. La zona de residencia, dice, es en general un indicador de variables básicas como clase social, por ejemplo. “El segundo o tercer cordón son heterogéneos y esa heterogeneidad viene dictada por la clase social. Lo mismo sucede con la idea de ‘norte rico/sur pobre’.” Entonces, pese a que conviven en cada cordón distintos sectores o distintas clases, subsiste la idea de un segundo cordón homogéneo o que funcione como bloque, eso “guía las prácticas políticas y, aunque no tenga mucho sentido sociológico, tiene sentido para los actores”.
Según Auyero, el territorio tiene entonces dos dimensiones. Una simbólica y otra real. Mientras no se sientan las diferencias o lo heterogéneo, el segundo cordón seguirá funcionando como tal. Cuando se profundicen las diferencias –entre norte/sur, por ejemplo– el bloque no sólo será heterogéneo para los sociólogos, sino también para los actores. Cuanto más diferencia, menos bloque. Menos segundo cordón.
Los resultados de los comicios de junio pasado podrían ser un efecto de la acentuación de esas diferencias. “En las últimas elecciones –dice Arroyo—, Unión PRO sacó más votos en la primera sección electoral (integrada por ciudades del norte del segundo cordón). Y si bien hubo distintos casos, eso significa que no funcionó la idea de que el primer cordón iba a votar de una manera y el segundo de otra. Por eso, creo que el último momento en el que se reflejó eso fue 1997.”
Sin embargo, no para todos es así. Isidro Adúriz es consultor político. Los cambios, dice en contraposición con las ideas de Arroyo, no son tan generales ni claros. “Salvo la porción de San Isidro que pertenece al segundo cordón, parte de San Fernando, parte de Morón e Ituzaingó, el resto del voto del segundo cordón, a mi entender, no tiene nada que ver con la Capital. Si hay cambios, pueden ser a futuro, pero de momento me parece que el voto es bien peronista, mientras que el voto de la Capital y del primer cordón es tradicionalmente gorila en sus diferentes variantes: conservadora o progresista.”
Si es cierto que el conurbano se transformó, que las inversiones se hacen en el norte, que la zona industrial se modificó, que el sur se empobreció y que eso –siguiendo a Barsky– genera otro “modo de vida”, es posible pensar que el voto peronista haya cambiado. O, al menos, que ya no se trata del mismo voto peronista que en las décadas del ’40, ’50 o incluso del ’70. Arroyo parece aceptarlo. “El voto peronista no es sólo geográfico, sino que se basa en sistemas de relaciones personales, en una parte, y en otra (que no se opone a la primera), en un diagnóstico sobre quién es capaz de gobernar. Las fidelidades, que la prensa y los supuestos especialistas entienden como esencial, es algo que se construye políticamente todos los días. Parte del voto a De Narváez también es voto peronista, ¿o no?”
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