Martes, 16 de febrero de 2010 | Hoy
EL PAíS › TRES VOCES PARA RECORDAR AL DOCENTE, AL AMIGO Y AL HOMBRE DE LA REFLEXION Y LAS UTOPIAS
Lidia Fagale, secretaria adjunta de la Utpba y responsable del Observatorio de Medios; el ex vocero presidencial José Ignacio López, el rabino Daniel Goldman y José María Pasquini Durán. Sus cruces, las palabras, el recuerdo de gratitud.
Por Lidia Fagale *
Sí, es cierto, algunas palabras siguen siendo vida y no hay muerte que aguante la fuerza de las ideas.
Al momento de escribir estas líneas, el Negro José María Pasquini Durán se resiste a irse definitivamente de todos los que lo conocimos y leímos. Su legado de medio siglo de narraciones periodísticas –paradigma de calidad– no se desvanece sólo en el recuerdo.
Docente, columnista de opinión y escritor, fundador de Página/12, militante de ideas, de esas ideas que organizaba tan admirablemente en cada escrito, batallando a favor de un mundo más igualitario, más justo. Una tarea que asumió durante medio siglo y que debutó en la redacción del combativo periódico de la CGT de los Argentinos, en el diario La Opinión bajo la dirección de Jacobo Timerman y en la revista Panorama.
En Roma y en condición de exiliado, el terrorismo de Estado instaurado en la Argentina entre 1976 y 1982 lo obligó a teclear más fuerte sus ideas, explicando al mundo el dramático proceso que se estaba viviendo en nuestro país desde la agencia IPS. Su regreso, en coincidencia con la apertura democrática, lo llevó a participar de la nueva experiencia que editó la revista El Periodista de Buenos Aires. Pero Pasquini era, esencialmente, un docente. O más bien, conjugaba la lógica docente con las reglas objetivas y éticas del periodismo. Esa era su escuela.
Recuerdo su presencia en el Congreso Mundial de Periodismo y Comunicación, organizado en 1998 por la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires, bajo el lema “No hay democracia informativa sin democracia económica”. Reproduzco aquí un párrafo de su extensa exposición ante más de 40 mil periodistas de Capital, del interior del país, del extranjero, docentes, estudiantes y referentes sociales: “(...) La sociedad no debe depender de los periodistas. La sociedad debe depender de sí misma, de su fuerza. Nosotros tenemos que depender de la sociedad. Porque el principal derecho a la información es el derecho de las audiencias, de los públicos, no el de los periodistas ni el de los patrones de los periodistas. Está en la sociedad la raíz. La nutriente del derecho a la información y a la comunicación. En consecuencia, quien es raíz no puede ser copa. No podemos invertir el árbol; nosotros somos emergentes de esa sociedad. Por lo tanto hay que hacer todo el esfuerzo posible para que el verdadero código de ética sea la capacidad que tiene la sociedad de participar en el control, la producción y la gestión de la información. Sigue siendo válido darles voz a los que no la tienen. Esta es una consigna que, de pronto, como muchas otras frases, va quedando en el olvido, y me parece que hay que hacer memoria –por los caídos y las palabras caídas–. Hay palabras que siguen siendo vida. Y debemos sostenerlas como tales en nuestra memoria (...)”.
Sí, es cierto, algunas palabras siguen siendo vida y no hay muerte que aguante la fuerza de las ideas. Ese es el eterno regreso del Negro Pasquini Durán.
* Secretaria adjunta Utpba y responsable del Observatorio de Medios de Utpba.
Por José Ignacio López
¿Cómo no se le iba a dibujar esa sonrisa para rubricar su humorada final? El Negro dijo basta el sábado de Carnaval. ¿Cuándo si no iba poner fin a su batalla? Fue la muestra postrera de ese humor que regalaba. Esa ironía filosa con la que era capaz tanto de evocar esta o aquella anécdota del oficio al que amaba, como de interpretar la crisis política de turno o asomarse a la angustia de los más sencillos. Bien lo dijo este diario que como pocos contribuyó a parir: nos ayudaba a pensar. Nos rescataba de la frivolidad y la tontería. Pero siempre con ese humor que repartía sonrisas y no pocas veces sembraba carcajadas con la misma generosidad con la que, hasta minutos antes, había reflexionado en un panel sobre comunicación o sembrado esperanzas invitando a la utopía, a ejercer la capacidad del hombre para construir algo nuevo, diferente. Sábado de Carnaval. Fue el título que eligió para esa enorme columna periodística: su vida, un ejemplo. El de un hombre de bien, ¡un gran periodista!. Sinónimos, en el caso del Negro Pasquini, que nos enseñó una y otra vez que podían conciliarse, que debíamos hacerlo.
Por Daniel Goldman *
El pensador canadiense Wilfred Cantwell Smith decía que de algún modo los seres humanos, ya sea por imaginación, por sensibilidad o por alguna otra aptitud desconocida, intentan estar al tanto no sólo de lo que se es en el mundo, sino también de lo que se habrá de ser. Algunos creen que existe una certeza de afirmar la perfección en un sitio diferente, ya que este universo es absolutamente inmodificable, y que esos cambios sólo pueden hallarse en algún reino o dominio de un pasado o de un futuro, o geográficamente en algún espacio distinto. En lo alto, en el cielo o fuera del mundo.
Otros creemos que la justicia social y la concordia no son fantasías que pertenecen a otra soberanía; y que la palabra es un instrumento básico y una herramienta cardinal para luchar denodadamente contra la iniquidad frecuente y cotidiana, la debilidad de la costumbre, la pobreza material y espiritual. Ahora, no son muchos los que en el uso de esa palabra saben del preciado valor del virtuosismo, la sutileza de la referencia y la capacidad de hacerse referentes. Pasquini Durán era uno de ellos.
Tuve el privilegio de conocerlo. Mis primeros encuentros fueron en las mañanas de cada sábado, en los que antes de partir para la sinagoga me deleitaba con sus artículos como si fueran sinfonías compuestas por la notas de la denuncia en el pentagrama de la reflexión. En una oportunidad le comenté que tomaba mucha de sus ideas como base de mis prédicas. Y se rió. No podía creer que un supuesto secular pueda inspirar el mensaje de un rabino. También lo conocí en el marco de la militancia en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. En esas reuniones, ahí en la calle Callao, lo observábamos como si fuera un profeta. Me deleitaba escuchándolo. Recuerdo también, en un acto de Abuelas, que la locutora del evento leyó un bello texto que envolvía con su encanto y sensibilidad; el más lindo que oí sobre las Abuelas. Y al final pronunció al autor de la magia: José María Pasquini Durán.
Pero uno de los mayores honores que recibí en el oficio de ser aprendiz fue cuando me llamó por teléfono para decirme que le había gustado un artículo que yo había escrito. ¿Alguien puede imaginarse lo que significa que Pasquini te llame para decirte que algo que escribiste le gustó a Pasquini? Juro, y no en vano que pocas veces me sentí tan halagado. Porque, sin falsa humildad, no era merecedor de ello.
Por más que se quiera buscarle la vuelta, uno no se acostumbra a este tema de la muerte. Nuestra perplejidad es como un abismo.
Para quien se sintió enaltecido por la presencia trascendente del otro, lo que nos queda es la última palabra de paz y gratitud.
* Rabino.
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