EL PAíS › COMO CAMBIARON LOS HABITOS DE LA CLASE POLITICA EN LA CRISIS
Políticos escondidos de la gente
Cambiaron de restaurantes, no caminan por la calle, veranean en quintas cerradas, miran por arriba del hombro. Los políticos viven una semiclandestinidad en la era del cacerolazo.
En la Argentina, el horno no está para bollos. Pero a juzgar por las agresiones físicas que viven desde la renuncia del ex presidente Fernando de la Rúa, los políticos sí. El primero en recibir una trompada fue el ex menemista Moisés Ikonicof, cuando intentó fundirse entre la multitud que el 20 de diciembre empezó a pedir “que se vayan todos”. El último que añoró las ventajas del anonimato fue el ex cavallista Franco Caviglia, quien tuvo que escapar con la policía de un bar cercano al Congreso para evitar que un grupo de gente indignada le siguiera pegando. En ese contexto, muchos políticos decidieron cambiar su rutina para no exponerse a la furia popular. Otros no admiten siquiera que los miren mal por la calle y hasta hubo quien, en diálogo con Página/12, prometió que no sólo seguirá frecuentando los mismos sitios que antes, sino que responsabiliza al secretario de Seguridad, Juan José Alvarez, y al ministro del Interior, Rodolfo Gabrielli, por su integridad física. Hablaron sobre su vida cotidiana el jefe del Gobierno porteño, Aníbal Ibarra, el ex ministro del Interior radical Federico Storani, la ex ministra de Trabajo aliancista Patricia Bullrich, la titular del ARI, Elisa Carrió, el ex embajador de Carlos Menem en Lisboa, Jorge Asís, y Juan Pablo Baylac, antiguo vocero de De la Rúa.
“He cambiado totalmente mi rutina. Ya no voy a cualquier restaurant, el año pasado veraneé en la quinta de un barrio privado que me prestó un amigo y no, como siempre, a Mar del Plata. Además, cito a todo el mundo en mi despacho del Congreso en vez de ir a los bares de la zona”, confesó a este diario el ex vocero de Fernando de la Rúa, Juan Pablo Baylac. Durante su paso por el gobierno, Baylac fue uno de los únicos funcionarios que defendía a diario la gestión del ex Presidente. Hoy paga las consecuencias con el ostracismo, pero dice que lo que más le duele no es su situación personal ni la de sus tres hijas mujeres, “que se cuidan solas”, sino “la preocupación de mi madre, que vive en Bahía Blanca y se amarga mucho por esta situación”. Lo peor que le pasó en la calle, dijo, es saber escuchado como le gritaban “¡Baylac, preocupate por los pobres!”. Podría haber sido peor.
Otra de las primeras espadas que tuvo De la Rúa es la ex ministra peronista Patricia Bullrich. Aunque ella dejó su cargo un tiempo antes de la renuncia del radical a la presidencia, “porque el Presidente incumplió la promesa de poner en marcha el Ministerio de Seguridad Social” que le había asignado (¿se habrá visto Bullrich venir el final?) durante más de un año defendió al ex Presidente a capa y espada. Según dijo a este diario, nadie se lo reprocha por la calle: “No me ha pasado nada malo en la calle, al contrario. Sigo llevando la misma vida de siempre en mi casa de Palermo: salgo a caminar, voy al súper. De vez en cuando salgo a cenar afuera y al cine. Lo máximo que me pasó es tener intercambios de opiniones con militantes de Izquierda Unida”.
El jefe de Gobierno porteño, Aníbal Ibarra, también conversó sobre su situación. “Te digo la verdad: no voy a ir a caminar por la city mientras la gente está haciendo cola en un banco porque sé que me van a putear. Pero si tengo que ir al dentista desde Bolívar 1, donde está mi despacho, hasta su consultorio de la calle Florida, hago esa cuadra caminando. Hasta ahora nadie me dijo nada”, contó. Como episodio desagradable -.al margen de uno de los cacerolazos contra De la Rúa, en el que fue de público conocimiento que un grupo de manifestantes fue a la puerta de su casa de Villa Urquiza y rompió su auto.- Ibarra comenta una visita reciente al Parque Sarmiento. “En un momento, hubo un señor que le gritó ‘ladrón’. Pero enseguida hubo otro que lo paró en seco y le dijo que no hablara pavadas, que ojalá hubiese más dirigentes como yo.” Cuando quiere levantarse la autoestima, el frepasista visita la colonia de vacaciones a la que manda a sus hijos: “Ahí los pibes me tratan bárbaro. Es una terapia”. Jorge Asís fue el único que aseguró que piensa seguir yendo a los mismos lugares que solía frecuentar en Buenos Aires -.ahora está pasando unos días en Córdoba-. “porque no robé, tengo los fondos incautados y encima tengo que soportar que la gente me mire como si fuera un ladrón”, protestó. “Las puteadas son contingencias menores de la política, pero si mi presencia genera algún tipo de incidente ya es competencia del secretario de Seguridad, Juan José Alvarez, y el ministro del Interior, Rodolfo Gabrielli”, advirtió. Incidentes menores, admitió, que conoce desde que apoya a Carlos Menem. “Pero lo que me molesta de ahora es la globalización de la condena y la sensación de impunidad que siente el tipo que está dolido y cree que eso justifica cualquier agresión”.
“Con toda sinceridad, te digo que he moderado mi exposición pública. Pero sigo yendo a los restaurantes de las calles Uruguay y de Talcahuano, como hice toda la vida. De hecho, el otro día fui al Cuartito y no me pasó nada desagradable”, relató el presidente de la UCR bonaerense Fredi Storani. Aunque reconoció que un día, volviendo a su casa por la calle Santa Fe, notó que un señor lo miraba mal por la calle. El se le acercó y le preguntó si le quería decir algo. El hombre aprovechó para despacharse sobre la clase política y luego contó que era empresario y que le estaba yendo muy mal. En otras palabras, se descargó.
A la diputada Elisa Carrió, contaron en su entorno, le va muy bien en la calle. Será por eso que no cambió su rutina y el fin de semana pasado fue a ver el espectáculo de Enrique Pinti, Candombe nacional junto a la diputada Graciela Ocaña, alias “la Hormiguita”. “Y te juro que la gente la aplaudió”, contó uno de sus más estrechos y jóvenes colaboradores. El problema es que Carrió a veces no entiende si lo que le están diciendo es bueno o malo. Sobre todo si los que se le acercan tienen menos de treinta años. “Hace un tiempito estuvimos en Mar Azul y unos chicos le dijeron que era ‘una masa’. Ella sonrió. Pero al rato se me acerca y me pregunta: ¿qué quiere decir ser una masa? Yo pensé un rato y se lo traduje de la forma más simple que se me ocurrió. ‘Quiere decir que sos buena, Lilita’.”