Martes, 19 de abril de 2011 | Hoy
EL PAíS › LA HISTORIA DE ELSA RODRíGUEZ, HERIDA CUANDO ASESINARON A MARIANO FERREYRA
Vanesa González es la hija de Elsa, la militante del Partido Obrero que quedó hemipléjica por el disparo en la cabeza que recibió de la patota de la Unión Ferroviaria. Rescata el trabajo de su madre en el comedor comunitario de Berazategui y pide ayuda.
Por Adrián Pérez
“Pido justicia para mi mamá y Mariano, quiero que esos hijos de puta sean condenados.” Los ojos negros de Vanesa González se encienden a medida que relata la historia de su madre: Elsa Rodríguez, la militante del Partido Obrero que el 20 de octubre recibió un disparo en la cabeza, en Barracas –durante el ataque orquestado por la patota de la Unión Ferroviaria–, para aleccionar a los trabajadores tercerizados de la Línea Roca que pedían el pase a planta permanente. Ese día asesinaron a Mariano Ferreyra e hirieron a Nelson Aguirre y Ariel Pintos. Durante el encuentro con Página/12 en el local porteño del PO, Vanesa rescata el compromiso de su madre en el comedor de Berazategui: el barrio que la vio nacer a la militancia política.
Sus compañeros y vecinos coinciden en que la organización del barrio “no es la misma sin Elsa” y destacan que “es una compañera muy valiosa”. Para solventar el tratamiento y la construcción de la casa, lanzaron una campaña solidaria. “Cuando mi mamá se mejore, sus hijos van a acompañarla a Plaza de Mayo”, promete Vanesa González.
–Todo pasaba por el partido, andaba siempre de reunión en reunión. Me enojaba mucho con ella porque no la encontraba cuando iba a visitarla. A ella le gustaba eso, y le sigue gustando, nadie la obligaba a nada. El año pasado fuimos a comer a su casa por el Día de la Madre. Llamaba a sus compañeros para recordarles que no se olvidaran de la marcha por los tercerizados. Ese día me enojé, y ella empezó con su sermón.
–Luchó por nosotros siete en un país que no era el de ella. No me olvido de esas cosas ni del primer día que entramos a terapia, cuando le dispararon. Todos le cerraban la puerta en la cara cuando llegamos desde Uruguay. No teníamos para comer, no teníamos zapatillas, no teníamos nada. Todos los días hacíamos fuego. Pedíamos azúcar a los vecinos. Lo que vivió mi mamá no se lo deseo a nadie. Siempre luchando, limpiando casas por dos pesos con cincuenta. A mi papá se le ocurrió traernos para acá y nos dejó tirados.
Elsa Magalí Rodríguez llegó a Buenos Aires, desde su Montevideo natal, hace veintisiete años. Su compañero la abandonaría, tiempo después, con un puñado de hijos a cuestas. Hasta que fue herida en el brutal ataque, en octubre pasado, se ganaba la vida trabajando en casas de familia. Hoy vive en el barrio Bustillo, en Hudson. El disparo que recibió en la cabeza le dejó el costado derecho del cuerpo paralizado por una hemiplejía y una afasia mixta severa que le impide hablar. Elsa espera que le entreguen el documento nacional de identidad argentino para tramitar una pensión por discapacidad.
–Nunca le pidió nada al Partido Obrero. Luchaba más por los otros que por ella misma. Cuando se enteraron de que mi mamá estaba en el partido, todos se le acercaron para ofrecerle chapas. Su casa siempre fue muy precaria. Cuando mi hermana mayor le preguntó por qué no se iba con ellos, mi mamá no le habló por un mes. Llegó hasta el 20 de octubre. Ahora hay que luchar. Le agradezco a la persona que la llevó al hospital y a todo el Argerich porque hoy tengo a mi mamá.
–Siempre me invitaba al acto en Avellaneda por (Maximiliano) Kosteki y (Darío) Santillán. Me habló de la marcha (de los tercerizados) y le avisé que iba con mi nene, pero me advirtió que no se podía ir con chicos. Me pareció extraño que me dijera que no fuera a la marcha. Me pidió que la llamara a la noche. “Vanesa te quiero mucho, te amo, cuidate”, fue lo último que me dijo.
–Mi hermana mayor me llamó por teléfono para decirme que a mi mamá le habían disparado, que tenía una bala en la cabeza. Le dije que no podía ser. Prendí la tele. En Crónica pasaban la foto de mi mamá y decían: “Falleció Elsa Rodríguez”. No lo podía creer. Quería llegar al (hospital) Argerich y no sabía cómo. Aunque somos grandes, mi mamá sigue siendo el sostén de todos mis hermanos. Es el pilar de la casa.
–Con altas y bajas. Tenemos que entenderla, no es fácil. Era una mujer que no dependía de nadie, muy activa. Mientras hago trámites, mi hermana Estefanía la cuida. A veces llora y llora, pero como no puede hablar no sabemos qué le pasa. Nunca nos imaginamos que iba a pasar esto. Aunque hay días que quiere ir a rehabilitación y otros que no, demuestra que tiene mucha fuerza y quiere salir de esa silla de ruedas.
–Ese viaje le hizo muy bien, vino muy cambiada. Dijo que iba a reunirse con sus compañeras muy pronto. Físicamente estaba renovada, muy contenta por todo lo que había vivido en el encuentro. Recuerdo que nos decía: “Yo no tengo marido. Si quiero comer, como. Voy y regreso a la hora que quiero, no tengo que rendirle cuentas a nadie”.
–Se abrió una cuenta bancaria en el Banco Credicoop (Número 191.001.050914.2) para solventar el tratamiento y la construcción de una vivienda. Además de una casa que le permita desplazarse en silla de ruedas, necesita termotanque y estufa. También frazadas, un colchón y albañiles que nos ayuden en la construcción de la casa.
–Sí. El había ido a Berazategui, hace dos años, para hacer una pintada y colaborar con el comedor donde trabajaba mi mamá. Estefanía, que también lo conoció, me decía que Mariano no tenía maldad y que iba a la facultad, que era un muy buen pibe.
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