EL PAíS › LA GUERRA ABRE NUEVOS ESCENARIOS Y CONGELA LA DESANGELADA CAMPAÑA
La perdurable identidad del imperio
La identidad del imperio y su perduración, más allá de la anécdota. Cómo cayó la noticia por acá. Debate en el Gobierno, los que no quieren tirar de la piola. Los desafíos que surgen y las carencias de los protagonistas. Las encuestas nuestras de cada día. Las Meninas con Banelco y el futuro de Luis Barrionuevo. Y citas citables.
Por Mario Wainfeld
“Crees que la vida es incendio
Que el progreso es erupción
Que en donde pones la bala
El porvenir pones.
No.”
Rubén Darío “A Roosevelt”
“La reacción inmediata de los comentaristas occidentales ante el hundimiento del sistema soviético fue que ratificaba el triunfo permanente del capitalismo y de la democracia liberal, dos conceptos que los observadores estadounidenses menos refinados suelen confundir. (...) A principios de los 90 ningún observador serio podía sentirse tan optimista respecto de la democracia liberal como del capitalismo.”
Eric Hobsbawn “El siglo XX”.
@Nadie se sumerge dos veces en el mismo río, explicó el filósofo y dijo una verdad, alusiva al cambio y a la dialéctica. Nada es igual a lo anterior, mera repetición, copia carbónica.
Esa verdad no debería ocluir una complementaria: existen identidades, perduraciones, constantes en la biografía de los humanos y la historia de sus pueblos. El río fluye pero sigue siendo río y no arroyo ni mar ni peñasco. Y el río puede seguir siendo el Tigris, el Paraná o el Potomac, siempre en movimiento pero también perdurando en su identidad.
George W. Bush y los Estados Unidos en 2003 son únicos en detalles pero en lo esencial prolongan lo que fueron hace un siglo o medio o veinte años. Bush no es su papá pero sí su cabal continuidad. Ese presidente tosco, ignorante y brutal es Bush padre e hijo y es al unísono Theodore Roosevelt, William Howard Taft, el pequeño asesino Harry Truman, Lyndon Johnson o el astuto ancestro de Marilyn, James Monroe.
La violencia, la prepotencia, el desdén por el otro son las marcas de fábrica de los imperios y –cuando viene a cuento– tanto da que el contexto sea la era de las naciones o la globalización que, dicen algunos paparulos, borra las fronteras y licua las historias. Por eso yerran quienes ven en el repudiable atentado contra las Torres Gemelas, la causa de lo que hoy ocurre siendo que es apenas su pretexto. Cualquier lector atento de la historia y aun cualquier espectador de Hollywood saben que nunca falta un Pearl Harbour cuando se quiere prefigurar un Hiroshima y si faltara, pues bien se inventa. El atentado funge pues de pretexto que, valga subrayar, ha tenido magra aceptación para una mayoría abrumadora de los países y los pueblos del mundo que perciben, detrás de la parafernalia de nuevas tecnologías y CNN, el olor a naftalina de todas las guerras del imperio: el interés económico, la política local de Estados Unidos, la retórica salvífica del país de la estatua de la Libertad, el único que arrojó bombas atómicas y napalm sobre hombres y mujeres de otras latitudes, cuyo mayor pecado fue no haber tenido la suerte de nacer bajo la protección de las bandas y las estrellas.
Lo peculiar, bien visto, es la brutal acentuación de lo que sucedió en el siglo XX, la asimetría de poder entre el agresor y sus víctimas. Lo que añade al ultraje de la violencia, la obscenidad de la patota que se ensaña con uno más chiquito que no puede, cabalmente, defenderse.
La disparidad bélica viene acollarada a la omnipotencia política surgida después de la caída del Muro de Berlín. La bipolaridad obró algunos efectos virtuosos, entre ellos poner coto al desenfreno de los Estados Unidos. Cuando se juzga al socialismo real debería colocarse (así lo hace la cita de Hobsbawn) en un platillo de la balanza todo lo que impuso a sus contradictores, tanto en materia de políticas internas y beneficios sociales cuanto en la contención de su barbarie imperial. Sin un gigante enfrente, el monstruo potrea desenfrenado y lo peor, parece mentira decirlo hoy, todavía está por verse.
La invasión a Irak va camino de pulverizar el sistema internacional instaurado a partir de la Segunda Guerra Mundial. Una legalidad precaria y desigual, armada por los grandotes del barrio. Pero, así y todo, alguna legalidad de la que también podían valerse los países más débiles. Como ocurre con las democracias imperfectas de este Sur las legalidades parciales son capciosas pero de algo sirven a los más desprotegidos. Raúl Scalabrini Ortiz escribió alguna vez que todo lo que no está legislado queda implícitamente regulado a favor del más fuerte. La frase es proyectable a la escena internacional, sin mayor mella de su lucidez y pertinencia: la disolución del sistema de reglas no alumbra un orden más equitativo sino la ley de la selva.
¿Y por casa ?
El estallido de la guerra obliga a dirigentes y mandatarios a una disciplina que han solido relegar al altillo: el pensamiento estratégico. El mundo ya no será igual y la prolongación irreflexiva de las inercias es una imprudencia, por decir lo menos. Para los políticos argentinos, que suelen ser pura táctica, la sorpresa será fenomenal y habrá que ver cómo responden, si es que responden.
La postura del Gobierno, sin ser un prodigio, lo ubica en el bando de los sensatos del mundo. Por supuesto, puede ser deseable una posición más consistente, más congruente con la de Brasil. El gobierno de transición no la asumió pero dejó en buenas condiciones a su inminente sucesor para hacerlo. No lo ató de pies y manos ni lo “condenó” como sí puede haberlo hecho en materia económica, Dentro de las divisiones internas que nunca faltan en la Rosada, compete al Presidente el crédito de la –módica pero real– preservación de la dignidad nacional. Y queda en manos de Carlos Ruckauf y Eduardo Amadeo haber empujado hasta el borde de sus fuerzas en pro de que Argentina estuviera más cerca de las relaciones carnales que loque efectivamente quedó. Ambos se esmeraron en dejar establecidas sus diferencias con el Presidente en atentos oídos periodísticos y diplomáticos. “Ya tiramos demasiado de la cuerda”, comentó más de una vez el embajador en Washington a sus compañeros de gestión, exhibiendo un posibilismo que hace juego con su trayectoria política, pero no hace honor a su cargo.
El rompecabezas comenzará a tomar forma con el advenimiento de un nuevo gobierno en la Argentina. La distribución del poder mundial será distinta, la economía sufrirá una crisis fenomenal. Brasil tiene un nuevo gobierno que (nos guste o no) nos marcará ciertos rumbos o nos tapiará otros. Lula va eligiendo un perfil: posiciones más dignas que las usuales en el Cono Sur en materia de alineamientos internacionales y políticas sociales y una alta aceptación de los dictados de la ortodoxia económica y del FMI. Lo que debería inducir a los aspirantes a presidir a su principal vecino a planificar cómo ubicarse con relación al socio mayoritario de la única coalición posible a futuro. Pero las agendas siguen en blanco. Y eso que estamos en campaña. ¿Estamos en campaña?
Se acabó la diversión
El despacho del ministro tiene un televisor, clavado en los canales de noticias. Pocos despachos de políticos y funcionarios se privan de mirar en continuado esa forma novedosa de espectáculo. Las imágenes de Irak monopolizan la programación. El ministro corrobora y sintetiza: “se acabó la campaña”. El interés en la política renace pero atraviesa fronteras, los programas y noticieros sobre la guerra arrasan en rating. Pero esa ración adicional deja aún menos espacio para las ingestas de la actividad nativa. Los candidatos ya fracasaban puestos a interesar a “la gente”, ahora les será mucho más cuesta arriba.
“No va a haber muchos cambios. El más perjudicado va a ser Menem porque su discurso sobre la guerra es el peor, el más piantavotos”, tabula el hombre del duhaldismo y suena sensato lo que dice.
Pero lo cierto es que el problema de verdad sobrevive para todos los candidatos con expectativas de llegar a la segunda vuelta, que siguen siendo cuatro en rango de extrema paridad. Las encuestas que circularon esta semana en la Rosada, alentaron optimismos oficiales. Graciela Römer (en un sondeo que en primicia publicó este diario) y Julio Aurelio coincidieron en dar primero a Kirchner y segundo a Adolfo Rodríguez Saá. El ballottage pinta inexorable ya que los votos proyectados del santacruceño no trasgreden el 25 por ciento. Y el otro dato que estimula en Balcarce 50: los consultores insisten en dar por batido a Menem en cualquier hipótesis de segunda vuelta. “Nuestro problema es que no se nos caiga Menem –maquina un calificado operador del Gobierno–, Adolfo puede ser un hueso más duro de roer.”
Una mirada impresionista podría dudar de la credibilidad de escenarios (como el de segunda vuelta) que casi ningún encuestado tiene in mente. También de la impresionante intención de voto de los tres peronistas juntos, que superaría el 60 por ciento, una marca record que desde 1946 en una sola ocasión logró un candidato presidencial del PJ, Juan Perón en 1973. Pero Römer, consultada por este diario, está convencida de que las encuestas –que, explica, no miden mecánicamente intención de voto sino también retención y preferencias– son lo suficientemente rigurosas como para predecir el escenario del ballottage. Y que las adhesiones que logren, en conjunto, Menem, Kirchner y Rodríguez Saá no incluyen sólo peronistas sino también otros sectores. Esto ocurre especialmente con los que suma Kirchner y algo el sanluiseño. El voto más “puramente peronista” es el de Menem, algo que puede fastidiar o sorprender a más de uno. El sondeo de Römer, 1800 casos en consultas domiciliarias, admite desagregación por sectores sociales, lo que permite ver la raigambre de Menem y Rodríguez Saá en los estratos más humildes. Si la discriminación se hace por centros poblacionales, Menem prevalece en los pueblos y ciudades más pequeños (menos de 35.000 habitantes) y la suerte de Kirchner mejora, pari passu, con el tamaño de las ciudades.
Las características de la medición de Römer, explica ésta, no autoriza cálculos según provincias o zonas geográficas. No son tantos los encuestados, son escasas las diferencias lo que hace muy vulnerables las proyecciones al error muestral.
El Gobierno, asesorado también por otros consultores, sí tiene un mapa tentativo. Un operador de primera línea de Kirchner describe este cuadro:
u Kirchner gana en la provincia de Buenos Aires, en Chubut y Santa Cruz. En Capital no es primero pero sí le saca distancia a Menem y Rodríguez Saá.
u Menem predomina en Salta, Tucumán, Jujuy, La Rioja, Santa Fe, la Mesopotamia y Formosa.
u Rodríguez Saá puntea en San Luis, San Juan, Mendoza, Córdoba y La Pampa.
u Elisa Carrió gana en Capital y en Rosario y hace una excelente elección en el primer cordón del conurbano.
Así las cosas, en el Gobierno prevén una ajustada victoria de Kirchner derivada de las diferencias logradas en los dos distritos más populosos del país.
En cuarteles de Menem coinciden bastante con esa pintura con una “pequeña diferencia”. Según ellos, Menem empata o gana en Buenos Aires y arrasa (no ya vence) en Santa Fe y Tucumán (un distrito no muy mencionado pero que es el quinto del país). Y con eso le basta para llegar primero.
Como sea, todo va parejito y será muy difícil sacar conejos de la galera cuando los espectadores miran la TV buscando imágenes de un conflicto que –intuyen– no les queda tan lejos como sugiere la geografía.
Las Meninas con Banelco
Hablando de pantallas chicas, en esta semana el Senado dejó una imagen que hubiera interesado a Umberto Eco: los legisladores mirando un monitor con imágenes de Catamarca, en una reunión de la Comisión de Asuntos Constitucionales que era transmitida en vivo por la tele. Una versión senatorial de Las Meninas de Velázquez. Una escena de una eterna mise en scène cual es el sumario a Luis Barrionuevo que será llevado al recinto el 26. En esa misma sala, Jorge Matzkin repitió cual si fuera discípulo del dirigente de Chacarita, la versión Barrionuevo del domingo negro en Catamarca. Matzkin que, según es fama, es un hombre muy preparado añadió al discurso del gastronómico una erudita disquisición sobre las diferencias entre “legalidad” y la “legitimidad” una forma novedosa de darle una mano a un patotero antidemocrático.
“¿Se mandó solo Matzkin o cumplió órdenes presidenciales?”, preguntó Página/12 a tres prominentes miembros del gabinete. Los tres coincidieron en resaltar que, cuanto menos, Duhalde no le prohibió nada. Uno de ellos, añade haber escuchado al Presidente haber dicho “no lo podemos matar”, refiriéndose al compañero senador por Catamarca. Los otros coinciden en resaltar datos relevantes:
u Los senadores de Buenos Aires, soldados de Duhalde, están por la absolución del encartado. Como mucho, imponerle una amonestación que sería leída antes como condecoración que como castigo.
u Los esposos Kirchner y Felipe Solá fueron los duhaldistas más drásticos contra Barrionuevo. El jueves el candidato presidencial y el gobernador bonaerense hicieron un acto en La Plata. Estuvo presente casi todo el gabinete. Pero brillaba la ausencia de dos mujeres para escuchar alos detractores de “Luisito”: Graciela Camaño de Barrionuevo, ministra de Trabajo y la primera dama Hilda González de Duhalde.
La política democrática es a menudo una batalla de imágenes. En medio de una correlación de fuerzas adversas en su bancada, Cristina Fernández de Kirchner piensa apostar a pedir votación nominal y escrachar a sus compañeros que sean guardaespaldas del catamarqueño. “Ese día puede haber muchos que se descompongan justo antes de la sesión”, sonríe un integrante del Ejecutivo que conoce los usos y costumbres del Parlamento. Como fuera, si zafa Barrionuevo ¿podrá el oficialismo eludir los costos? ¿Entenderá algún votante común esa charada donde Cristina Kirchner hizo todo lo que pudo pero Matzkin y los senadores duhaldistas se lo impidieron? Todo es posible en comarcas donde el realismo mágico es una variante menor del naturalismo.
Ojalá que prevalezca
“Yo no creo en el fin del hombre. Creo que el hombre no sólo perdurará. Creo que el hombre prevalecerá. Es inmortal, no porque sea la única entre todas las criaturas que posee una voz inextinguible sino porque tiene un alma, un espíritu capaz de compasión y de sacrificio y de sufrimiento.”
La frase precedente fue el final del discurso que pronunció William Faulkner cuando recibió el Premio Nobel de Literatura en 1950. Recuerde el lector, era en plena Guerra Fría, años (como los nuestros) de temor y macartismo. El episodio, que Tomás Eloy Martínez cuenta bellamente en una nota publicada en La Nación en 1997 (y que acá se sintetizará, para su mal) tiene su miga y acaso valga como metáfora para cerrar una nota ardua de redondear.
Faulkner, un hombrecito tímido y mal entrazado, alcohólico y abrumado pronunció ese discurso de la peor manera posible. Confuso, inaudible, impresentable, “dando la sensación de no entender lo que estaba diciendo”. Los asistentes se fueron defraudados, con la impresión de no haber entendido nada.
Al día siguiente se conoció el texto de su discurso y se registró que rebosaba belleza y sabiduría.
Millones de personas del común –como lo hacía Faulkner, un hombre de genio– estamos emitiendo un mensaje que tal vez parezca inaudible o ineficaz. Pero, como en el caso de Faulkner es sólo una apariencia.
El mensaje que brota de todos los rincones del mundo nada tiene de impreciso, si se lo lee con atención. El hombre –dicen por doquier– prevalecerá a despecho de la barbarie del imperio. Seguramente así será, si se mantienen de pie y resistentes los millones de mujeres y hombres valerosos que en todo los confines del globo comparten el dolor, la desazón y la bronca que intuyo en (y trato de compartir con) usted, lectora o lector.