Lunes, 31 de octubre de 2011 | Hoy
EL PAíS › EXCLUSIVO: ENTREVISTA AL PRESIDENTE DEL TRIBUNAL DE LA CAUSA ESMA
El juez Daniel Obligado repasa ante Página/12 las particularidades del juicio y la sentencia que hizo historia el miércoles pasado. Las condenas más emblemáticas: Alfredo Astiz y Jorge “El Tigre” Acosta. La prueba del homicidio de Walsh y la ingesta de cianuro considerada como homicidio. El nuevo concepto de “politicidio”.
Por Alejandra Dandan
Daniel Obligado fue juez en el conurbano bonaerense. Fue uno de los que absolvieron a aquel muchacho conocido como Pantriste, acusado por el homicidio de un niño de 16 años. El juez lo consideró inimputable. Tras ese tránsito por la provincia, desembocó en el fuero federal cuatro años atrás, cuando formó parte del tribunal que encabezó el juicio al prefecto Héctor Febres, el primer acusado de la Escuela de Mecánica de la Armada en juicio oral, muerto por un supuesto envenenamiento. Obligado preside ahora el Tribunal Oral Federal Nº 5, que el miércoles pasado dictó una condena histórica a 16 de los 18 acusados de la megacausa ESMA, entre los que estuvieron Alfredo Astiz y Jorge “El Tigre” Acosta. Además de 12 perpetuas, la condena marcó posición en temas determinantes para el futuro en materia de juicios por la represión ilegal, como la prueba del homicidio de Rodolfo Walsh y el giro para considerar como homicidio la ingesta de cianuro de María Cristina Lennie. Tras el fallo, el presidente del tribunal repasa en diálogo con Página/12 algunos ejes del juicio y la sentencia. El momento en el que Astiz le acercó una copia dedicada de la Constitución Nacional, el testimonio de la madre de Fernando Brodsky, las razones de la muerte de Walsh, la acusación por el robo de los bienes culturales, los delitos de violencia sexual, pero también las demoras, las disidencias y lo que finalmente constituyó otra bisagra del juicio: la decisión de pedirle a la Corte Suprema que impulse en organismos internacionales la inclusión de la figura del “perseguido político” en el delito internacional de genocidio.
Obligado definió que en el país hubo un “politicidio”: “Acá lo que se probó es que hubo una persecución política, tomando la militancia política en su sentido amplio. No por el hecho de pertenecer al partido A o B: podían ser militantes sociales”. Para Obligado, ese “politicidio” debe ser incluido en la Convención Internacional contra el Genocidio, “y no solamente por el caso argentino”. “Acá no hubo una persecución para convertir a estas personas al cristianismo occidental y cristiano, porque eso hablaría de una persecución religiosa. ¿Y las monjas francesas? Por eso es politicidio: porque eran contrarios a ese régimen.”
El TOF Nº 5 llegó al Juicio ESMA después de dos juicios orales complicados. Uno con Febres, y otro con jefes de área, en que absolvió a tres de los cinco imputados. Obligado fue parte de ese tribunal, presidido por Guillermo Gordo. Obligado no lo dice con todas las palabras, pero cuando da cuenta de aquello dice que la autonomía que tiene un juez en un espacio colectivo como un tribunal es distinta de la que pueden tener los integrantes de la Corte: las decisiones del tribunal son más colegiadas, y en esa colegiación pierden las voces disidentes. ESMA empezó sin Gordo. Y terminó integrado por Obligado como presidente, Germán Castelli y Ricardo Farías, el voto que acumuló mayores disidencias. A tres días de la sentencia, Obligado arranca con sus hijos.
–Me preguntaron cuál era el testimonio que más me impactó. Creo que fue el de Sara Silver de Brodsky, en referencia a su hijo Fernando. El estaba ligado a un señor que había sido secuestrado en el conurbano bonaerense, y la señora ésta es una mamá. Mostró una foto de él en la juventud y después mostró una foto que exhibían de Basterra. Y entonces me decía: “¡Mire lo que hicieron con mi hijo!”. Eso es algo que me quedó grabado.
Víctor Basterra es el sobreviviente de la ESMA que pudo sacar fotos de varios detenidos desaparecidos y convertirlas, con los años, en pruebas de la desaparición.
–También hubo otra señora, que parecía un poco perdida. Se sentó a declarar y decía: “¿Y ustedes saben dónde está mi hijo?”. Les hablaba a los acusados. Era una señora muy mayor. Y lo suyo no era un acto político. No. Y menos una provocación. Era una pregunta sincera, porque ella estaba ahí porque quería aclarar ese tema, es decir, quería saber para poder llevar una flor.
–¿Por qué la foto de Brodsky?
–La foto es muy conocida. Es ese chico que está con una remera sin mangas, como de gimnasia. Y creo que los sobrevivientes decían que él hacía gimnasia, como una forma de contrarrestar la situación. Quizás esa remera la haya conseguido haciendo esa actividad. Ahora está desaparecido. Pero fue la mirada intensa: esas fotos interpelan. Hubo otra foto, de una chica secuestrada en una playa: está acusado por eso el señor Donda, y a ella se le advierte la malla, se ve que están golpeados los ojos, como que le aplicaron trompadas.
–Son datos del afuera del campo: remeras, la malla.
–Ella estaba como en otro universo. Se supone que una persona en la playa está descansando, asoleándose en un momento de distensión. Y la van a buscar y se la llevan, y miramos cómo queda reducida a un mundo totalmente diferente. Como que no estaba esperando el ataque, no estaba con un arma o escapando: por lo menos objetivamente no se estaba escapando, no sé si en ese lugar estaba de incógnito. Nadie se está escapando si está en malla tomando sol. También me impactó la religiosa Ivonne Pierron, un espíritu que traspasa las palabras.
–¿Lloró?
–No, no soy mucho de llorar en mi vida personal. Y a esta altura de la profesión, no. No sólo en estos juicios. Con la señora Sara creo que todos quedamos así, hasta las defensas. Hay momentos en que uno se conmueve y necesita tomar agua, por ejemplo. Pero uno mediatiza. Es lo que pasa con cualquier profesional: uno no se involucra, hace como una pirueta mental en la cual el otro queda como objeto de investigación. En Lomas de Zamora, donde trabajé, tuve unos casos de padres acusados de asesinar a su bebé, dos veces, una por fracturas y otra por introducir algodón, algo lamentable; estoy fogueado de este tipo de situaciones.
–¿El juicio permitió redimensionar lo que significó la ESMA?
–En realidad, el primer caso que tuvimos fue Febres, apenas llegué al tribunal. Juré un 5 y el 20 estaba iniciando el juicio. Y esa semana hicimos la inspección en la ESMA. Así que de entrada tuve una vivencia de la ESMA. Y fuimos dos veces más. En este juicio, el querellante (Horacio) Méndez Carreras estaba preocupado porque durante la inspección vimos una inscripción en una viga con unos números: aparentemente los escribió la monja (Léonie Duquet), y eran del convento y del colegio de Morón donde enseñaba catequesis. Y están. Están. En función de esa inspección ocular y los testimonios, uno se hace una idea de qué pudo haber pasado, como si estuviera viendo una película.
–¿Y es distinta al modo en el que se pensó hasta ahora la ESMA?
–Es cierto que uno es un testigo privilegiado. Seguro que sabemos detalles que los conciudadanos no conocen. Todas las situaciones, el ruido de los aviones. A ellos, por ejemplo, los estaban torturando y sentían la algarabía de los chicos de la escuela Raggio jugando en el patio. Así que los testimonios no entran por lo que se está oyendo, por las palabras del testigo, sino también por las invocaciones visuales y sonoras que realiza. Ahí fue importante la constante alternancia entre el sumo displacer y hasta una dosis de placer, en el sentido del ruido de esos niños. Esa dualidad, ese ir y venir de una situación horrible a otra. O cuando iban a comer, aunque no creo que tuvieran ninguna situación grata ahí.
–¿Qué puntos discutieron más?
–Había desafíos técnicos muy interesantes. Uno, el tema del escritor Walsh: había problemas para superar y pronunciarse. Había sido elevado como privación ilegal de la libertad, y el fiscal de primera instancia y luego el del juicio acusó por homicidio. Había un problema con la defensa: ahondó mucho en eso, dijo que si había fallecido no había sido privado de la libertad. Murió en un enfrentamiento. Y otra línea en paralelo decía que no falleció en la ESMA sino que falleció en el lugar; que por lo menos no había certezas de dónde falleció. Y había que superar los dos obstáculos.
–¿Cómo hicieron?
–Un argumento muy considerado fue que no importaba si había fallecido de un lado o del otro de las rejas, de los límites de la ESMA, sino que debía considerarse lo que realizaban las personas que estaban dentro del plan, las personas acusadas que se comprobaba que habían salido de la ESMA y realizado esa conducta. Eso respecto del dónde. Y la privación ilegal de la libertad era ver cuándo se consideraba consumado un delito. Finalmente no se condenó por privación ilegal sino directamente por homicidio, porque en el contexto del plan sistemático la lógica era privar de la libertad, torturar y, en la generalidad de los casos, asesinar. Por más que dicen que la ESMA sería el centro con más sobrevivientes pero, bueno, ya el “más” es un eufemismo: es decir, la mayoría falleció. Son muy pocos los que, en comparación, vivieron; fueron menos de quinientos los sobrevivientes. Una barbaridad.
Se sabe que uno de los problemas de la Convención contra el Genocidio es que excluyó en su momento la figura de los perseguidos políticos como parte de ese delito. Hasta ahora se procuran planteos sustitutos que intentan mostrar a los desaparecidos como grupo nacional, alcanzado por alguna de las categorías. El TOF Nº 5 dio un giro en esa búsqueda. Por un lado pidió a la Corte que impulse una modificación de esa Convención en foros internacionales. Por otro, con la definición de “politicidio”, recuperó las identidades políticas de la víctimas y sobrevivientes. Un relato que no se pudo hacer en el contexto del Juicio a las Juntas y la teoría de los dos demonios, y que arrastra la deuda pendiente de que la Justicia los reconozca no como víctimas de una agenda de teléfono sino desde ese lugar.
–¿Cómo avanzaron con la figura del perseguido político?
–Dos querellas lo plantearon. Quedó habilitada así la jurisdicción y se consideró que es un “politicidio”, un término acuñado por un húngaro que habla de una exterminación por causas políticas. El tema es que el politicidio no está considerado en la Convención de Genocidio. Baltasar Garzón en España dijo que en la Argentina había habido un genocidio porque ahí hay un tipo penal de genocidio, ésa es una posibilidad. Pero un juez local no puede aplicar la Convención directa en su país si el tema no está en la Convención. Se intenta trasladar otras posibilidades, como la de la persecución indiscriminada por causas religiosas, étnicas o raciales, pero no la persecución política. En su momento, Stalin abogó para sacarla, pero debe ser incluida y no solamente hacerse cargo del caso argentino sino de otros tantos lugares del mundo donde hay persecuciones políticas. Garzón dijo que acá se pretendían instalar las pautas de la civilización occidental y cristiana, y entonces así habría una persecución religiosa. Yo no estoy de acuerdo. ¿Y las monjas francesas? Por eso politicidio: porque eran contrarios a ese régimen.
–¿Cómo evalúa al juicio como síntesis?
–Este juicio nos coloca a la cara del horror y quiero resaltar este concepto: quedó totalmente evidenciado el horror. A partir de ello, era indispensable realizarlo. No solo este y los casos subsiguientes. Es necesario conjurar la irracionalidad que se evidenció en este juicio con la racionalidad de una respuesta civilizada, sublimando la violencia. Deben empeñarse los mejores esfuerzos individuales, pero también institucionales que tributen a una política de Estado, como ya lo señaló la Corte.
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