Lunes, 5 de noviembre de 2012 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Eduardo Aliverti
Si es por la temperatura verbal, deberá convenirse que dejamos atrás una de las semanas más agitadas de los últimos tiempos aunque, probablemente, ésta salga a competirle debido a las cacerolas previstas para el jueves. Como cada vez que suceden estos episodios de altisonancia, la pregunta es si se corresponden con cuestiones de fondo; si sólo son calenturas y chicanas propias de debates acalorados y temas de alta sensibilidad o si, acaso, no habrá una combinación de ambos factores.
La fiebre retórica tuvo su origen y pico en el discurso parlamentario del diputado Andrés Larroque, durante la sesión en que se aprobó el voto desde los 16 años. Al aludir al partido gobernante en Santa Fe como “narcosocialismo”, desató una cadena de reacciones, harto previsibles, mediáticamente observadas no tanto por la contundencia de esa definición para cuyo escudriño final, concertemos, se requiere mucha capacidad de fantasía. Imaginar como narcos a Binner, Bonfatti o cualquiera de los miembros del PS, conocidos o ignotos, excede todo comentario sobre lo profundo de la provocación. En consecuencia, para empezar a separar la paja del trigo, descártese atribuir a la frase del diputado algún carácter que no sea el de la picardía. Enseguida va el interrogante de si la travesura valió por su propio peso o por el de que Larroque es el secretario general de La Cámpora. Y es que, si no lo fuera, si la diablura la hubiese perpetrado alguien sin relevancia de cargo, “acusable” de ser un vocero de Cristina, ni la oposición ni su jefatura mediática habrían encontrado argumento para justificar la retirada del recinto. Nadie se toma el buque si el que ofende es Juan Pérez. Más luego, ¿se fueron por eso o porque nuevamente expondrían su fragmentación, con unos votando hacia un lado y otros para el contrario? En este punto difieren las visiones y las versiones. Una parte del pasillo –incluyendo a gente del oficialismo que se expresó en off– dice que Larroque puso en riesgo la aprobación del proyecto sobre el voto juvenil, porque terminaron sancionándolo con la lengua afuera. Otra parte arguye que todo estaba fríamente calculado, para cuando las cuentas estuvieran seguras, a fin de dejarle al kirchnerismo la exclusividad de la sanción. Y la tercera parte (la más creíble) señala que la oposición se habría retirado a como diera lugar, por aquello de no insistir con la demostración de que no pueden ponerse de acuerdo, ni siquiera en torno de una ley mediante la cual el Gobierno volvió a madrugarlos. A esta altura, quien escribe ya se aburrió de consignar estos rumores de palacio que inundaron a la inmensa mayoría de los análisis periodísticos, pero es un aburrimiento necesario, a sabiendas, porque se concentra en él la superficialidad de esas hipótesis. Haya sido lo que fuere, la resultante es que, si es por los medios de alcance nacional, el centro de la discusión se depositó en una frase estudiada o improvisada, en medio de un fragor legislativo. Y no en el hecho concreto de que en Santa Fe, hace más de un año, se suceden las denuncias acerca de que la provincia es muy poco menos que una zona liberada para la complicidad narco-policial; que el gobierno local trabajó de otario olímpico; que el gobernador admitió enterarse por el diario de la investigación sobre su jefe de Policía y que, en su lugar, puso a la mano derecha del investigado y detenido, a las pocas horas –literalmente– de haberse enterado por el diario. Indignarse por la frase de Larroque aun cuando se sustente considerarla exabrupto, en lugar de que el eje pase por la inopia del gobierno santafesino es, justamente, indignante. Un poco menos que ese adjetivo es la acusación de agujerear a los socialistas de la provincia, de cara al electoral 2013, como si eso fuese extraño a la cotidianidad política y el resto actuara como un grupo de monjas de clausura. Hay allí una prueba de combinación de factores: chicana, provocación barata, lo que se quiera, pero tan veraz como eso es que hay un escándalo, grave, que estremece al gobierno santafesino. Y que los medios de la oposición ocultan ese aspecto como esconden las andanzas del procesado Mauricio Macri, porque si no es de ese modo no les queda, ni tan apenas, la probabilidad de dejarse un ancho falso para la tercera.
Un sentido bien análogo a ése puede –y debe– dársele al tratamiento que recibió la afirmación presidencial de confirmar el pago de los bonos, en dólares, con dólares. La lectura del periodismo opositor fue que a Cristina no le quedó otra opción para calmar a “los mercados”, pero en la propia descripción que hicieron del decurso de la “noticia” se reveló la falsedad operada: la Presidenta habló e ipso pucho los papeles se recuperaron. ¿Sólo porque Cristina salió al ruedo? ¿O porque sobran las reservas para salir al ruedo tranquilamente? ¿En qué quedamos, entonces? ¿Muestra de debilidad o de fortaleza? Parece increíble, pero volvieron a (pretender) asustar con la disparada del riesgo-país. Como si estuviéramos en las postrimerías de De la Rúa. Como si no hiciera ya casi diez años desde que comenzó la recuperación, haciéndose encima del riesgo-país, las amenazas externas, el FMI, el Banco Mundial, las consultoras buitre. Crear un clima atemorizante de esa factura, con invención o manipuleo de datos, sirve como fin en sí mismo a quienes militan en la perforación del oficialismo; básicamente, algunos agentes del mundo financiero, sectores interesados en maniobrar con el tipo de cambio y, desde ya, el coro mediático. Pero, quizá más que tal cosa o a propósito de ella, una mano tapa a la otra porque de no ser así brillarían, con una luz que no les conviene, la sellada de un frente gremial entre Moyano y Barrionuevo. O el adefesio de voluntades caracterizadas que en esta oportunidad avisaron que sí van a prenderse al caceroleo. El propio convocante a dejar de robar al menos por dos años, que ahora está encantado con un programa periodístico de su otrora archienemigo y advierte que reventará el Obelisco con su tropa: La pitonisa. Eduardo Buzzi, entusiasmado con poner una cara sobreactuada que –hasta ahora, por lo menos– no se animarán a poner ni los popes de la Rural. José Manuel de la Sota, Francisco de Narváez, quien apoya a través de la concurrencia de su mujer e hijos, Cecilia Pando, claro. Y en las últimas horas se agregó el alcalde porteño. Como para que no sea mejor hablar del riesgo-país o de la bravata del cuervo Larroque, desvanecido ya el eco de la Fragata Libertad, y capturado aquí un narco auténtico del que arrastraron de los pelos, preguntarse por qué circulaba tan orondo. Más aún: el macrismo anda de negociaciones con el gobierno nacional para la aprobación mutua de proyectos, genéricamente denominados “inmobiliarios”. Hasta los medios opositores dieron nota sobre el tema. Disimulada, no de tapa. El objetivo es resguardar a Macri de las furias fundamentalistas. Pero la potencia de protegerlo no es la misma que la de poder aprovecharlo como referente.
Vaya de cierre el desafío de si cierto contraste es ubicable en rango de escasa monta, o bien como ejemplificador. Se descargaron rayos y centellas sobre la indicación del diputado Larroque al “narcosocialismo”. Dejemos de lado que, por muy desgraciada o inoportuna que haya sido la mención y al margen de sus intenciones, al cabo fue una frase recortada de un debate que insumió varias horas. Y de cuyo contenido no hubo repercusión alguna. Sin embargo, si de fraseología e impactos se trata, la diputada Carrió “denunció” que el voto desde los 16 años es para darles plata y droga a los jóvenes, a cambio de favoritismo kirchnerista en las urnas. Después se puso a llorar, obviamente en TN, y declaró que los porteros de los colegios públicos del conurbano bonaerense están con la remera de La Cámpora, escuchando lo que dicen maestros y profesores para detectar contreras. Nadie de la oposición, ni de la parlamentaria ni de la periodística, absolutamente nadie, se escandalizó por esos enunciados de la diputada Carrió. Nadie se levantó y se fue. Nadie planteó cuestión de privilegio frente a la agresión y obviedad de que estaría ocupando banca alguien incurso en delirium tremens. Nadie. ¿Por qué? ¿Porque consideran que sencillamente ratificó que está loca? ¿O porque, aun enloquecido, es un mastín con menos del 2 por ciento de los votos, destructor de todo lo que quiso construir, pero todavía capaz de arrimar porotos a la desesperación cacerolero-destituyente?
Si la respuesta es la primera, bueno. Pero si es la segunda, el hecho no es menor porque expresa de qué estamos hablando cuando hablamos de propuestas de país, de gestión, de conducción. De responsabilidad, simple y finalmente.
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