Lunes, 7 de enero de 2013 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Daniel Goldman *
No recuerdo quién me dijo en alguna oportunidad que el mapa de la Argentina se asemeja a un bife de chorizo. Más allá de la comparación, el modo idiosincrático de esta zona del mundo para apaciguar diferendos se resuelve siempre con un asado. Sólo Claude Lévi-Strauss, con sus investigaciones antropológicas sobre la evolución a través del valor de la carne cocida, podía decirlo más claro.
En una oportunidad, y a raíz de los cíclicos conflictos en Medio Oriente, la tensión entre las comunidades árabe y judía locales había derivado en una discusión pública, que llevó a que un ex ministro al que aprecio me llame para sugerirme que esto únicamente se disiparía si él invitaba a su casa a dirigentes de sendas colectividades a comer un rico trozo de carne a la parrilla y conversar en un clima de camaradería. Fuera de cualquier resultado, y al margen de lo que digan o dejen de decir, en nuestro país, el gesto de comer un choripán con otro, de dorapa en la cancha o sentado en un carrito frente al río, resulta de un valor que simboliza el tono de la amistad, la calidad del compartir y el acento de la celebración. Nadie podría poner en duda de que ésa fue la intención del brindis en la ex Esma, lo cual provocó que los neovegetarianos, algunos de los cuales recuerdo que reivindican no menos que la “teoría de los dos demonios”, hoy levantasen temperatura viendo en ese acontecimiento un acto trágico provocativo e instigador de violencia, a tal punto que conlleve la desproporcionada exigencia de la renuncia del ministro de Justicia.
Consciente de que la ex Esma representa físicamente un espacio y un núcleo dramático, hacer de un brindis (o sea de una celebración por un nuevo año) un escándalo que escape a cualquier contorno, es un gesto que denota poca picardía política y ninguna elaboración intelectual, demostrando una incapacidad de abstracción ante la resignificación de ese lugar, hoy convertido en algo diferente de lo que era. Y sea con lo que se brinde, hacer de ese convite un acto de galimatías, revela el querer instalar en todo sentido la “mala leche” en oposición a la crudeza de una carne asada. Pero por otro lado, y allende cualquier divagación culinaria, lo que sí debemos descubrir es otro núcleo de la cuestión y al que considero lo importante: la extraordinaria oportunidad de que esta demanda, sin duda superficial, cristaliza el profundo logro de una política cultural, que obviamente fue y es acompañada por el gran avance en los juicios y los castigos a los criminales.
A base de militancia inclaudicable, se instaló una conciencia cultural protagonizada por los organismos de DD.HH., Hijos y Nietos, y acompañada por actores, cineastas, pintores, escultores, escritores, periodistas, e impulsada por el Estado. Una conquista cultural de la cual ya no se retorna. En tiempos no tan distantes, como sociedad, todos éramos testigos de que la discusión era el derecho de quitarles o no a los milicos el lugar. Y hoy, aunque parezca trivial lo del brindis, la calidad de la polémica alrededor de la memoria ya es otra. Sin bajar la guardia, por suerte es otra. Y reitero: a lo otro ya no se vuelve. En hebreo, cuando levantamos una copa para brindar decimos “Lejaim-por la vida”. Eso es lo que debemos afirmar. Esa es la disputa ya ganada que debemos celebrar. Por lo demás, el contenido del sandwich es de una nimiedad absolutamente pueril.
* Rabino.
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