› Por Mario Wainfeld
Pasa la bandera con las imágenes de los compañeros desaparecidos. El aplauso masivo se sostiene, se la banca, perdura, no decae. La nena pregunta: “¿Cuándo terminan de pasar?”. La mamá le responde: “Falta, son 30.000 fotos”. La madre sabe que son mucho más que fotos, seguramente la hija lo estará aprendiendo. El cronista no es un capo para calcular edades pero tampoco está tan gagá, todavía. La piba nació sin duda en un gobierno kirchnerista y muy factiblemente en el primero de Cristina: no parece tener más de cuatro años, cinco como máximo. La madre habrá transcurrido toda su existencia en democracia, o por ahí la comenzó un par de años antes de 1983. Cuatro generaciones se congregan, como va siendo costumbre en la Plaza histórica. Son multitud allá donde Madres y Abuelas peregrinaban solas o con módica compañía.
La consigna de siempre, como los clásicos, es la mejor: no envejece nunca. “Madres de la Plaza/el pueblo las abraza” ha sido coreada por décadas, cada vez la entonan más gargantas. Hay menos Madres y Abuelas ahora, las que quedan sienten el paso del tiempo, pero son dueñas del espacio y del aire cuando entran.
Ese es, siempre, el momento principal y el centro del encuentro. El contexto varía, pero no eclipsa ni debe hacer olvidar eso. La Plaza de todos, es la Plaza de las Madres, entre otras cosas porque fueron las únicas que se bancaron estar ahí en el peor trance de la historia argentina.
Gente suelta por doquier, familias enteras, bebés en cochecitos, en brazos o a babucha... A veces hay que contentar a los privilegiados para ganar su consenso, lo que no es demagogia sino populismo bien entendido.
Mucha militancia encuadrada, con abrumador predominio de la generación de la democracia, tanto en las filas peronistas como en las de la izquierda.
Las columnas se suceden, el resto de los manifestantes va y viene, mira, saluda. La alegría de la fiesta colectiva, de reconocer rostros amigos, los abrazos, las estimaciones sobre la concurrencia...
Hay tiempo para tomar un café en la vereda o adentro, comprar unas garrapiñadas. Nunca es mal momento para los choris que, por consiguiente, humean de lo lindo cuando ya pasó la hora de la merienda.
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La Plaza es también Agora, la jornada de memoria sirve de altavoz para propagar reclamos y visibilizar luchas de cada etapa. No se ciñen, para nada, al pasado o al genocidio, aunque no dejan de abarcarlo.
Cada vez hay más menciones a las complicidades civiles. El concepto de “dictadura militar” siempre fue estrecho. Se recorrió un largo camino para extenderlo, a tranco lento y constante. Los integrantes de “La Garganta” inventan un juego para estimular y hacer grata la memoria. Enclavan arcos de fútbol, con red y todo, en el recorrido de la movilización. Uno de los organizadores se pone al arco, con una máscara que lo disfraza de un(a) cómplice de la dictadura. Invitan a la concurrencia a patearle un penal, tal vez a “fusilarlo” (simbólica y pacíficamente) de un pelotazo. Argentinos al fin, los manifestantes optan por hacer alarde de sus destrezas futboleras, más que por reventar al arquero que tiene el rostro de Mariano Grondona o de Héctor Magnetto, o de Constancio Vigil, o acaso, de Gerardo Martínez. Completo, y hasta sofisticado, el archivo de La Garganta.
La Garganta es la revista cultural villera del colectivo popular del Barrio La Poderosa. Una publicación vivaz y bien hecha, que no se resigna al feísmo ni a la autocomplacencia. La dirige un “Consciente colectivo”, Rodolfo Walsh figura como secretario de redacción. Se vende en los kioscos y batalla por una ley que tutele a las revistas culturales de las maniobras de los medios dominantes, que limitan su difusión. Imposible que La Garganta pudiera existir, crecer y hacerse ver en una etapa no democrática. Lo suyo, más vale, está tan lejos de la complacencia como del miserabilismo. Nutrida es la lista de reclamos y demandas que plantea sin ambages y sin perder la onda cuando pinta.
Los militantes de La Garganta se entretienen, explican. “Veintidós arcos pusimos”, puntualiza uno de ellos, mientras reparte volantes y pone la pelota en el punto del penal. Es una de las tantas identidades que van haciendo suya la Marcha.
Las banderas y pancartas de YPF con los colores de la bandera agregan una referencia parida en 2012.
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“Bergoglio: Ni toda el agua bendita del mundo podrá limpiar la sangre de tus manos y tu corazón.” Un manifestante suelto, ceñudo, pone el cartel bien en alto. Extrañas palabras, piensa el cronista cuando el discurso hegemónico (de oficialismo y oposición) agrega proezas contra la dictadura del ahora papa Francisco. A este paso, superará las marcas de Schindler. Si las anécdotas se siguen acumulando, dentro de un año se le atribuirá haber formado parte de la Conadep o haber escrito el prólogo del Nunca Más. Pero el hombre mantiene el cartel en alto. Las polémicas también recorren el espacio, desde el Obelisco hasta la Pirámide de Mayo.
El kirchnerismo y la izquierda, sin ir más lejos, se expresan por separado y antagónicamente. Politizan la jornada. Podría debatirse si es lo ideal. Un volante firmado por estudiantes secundarios predica que no, que son superfluas dos marchas por el mismo reclamo. Agrupaciones de pibes kirchneristas o de izquierda optan por otra respuesta.
El 24 de marzo de 1976 fue secuestrado el sindicalista René Salamanca, un egregio luchador de izquierda. Ese mismo día, el coronel Bernardo Alberte, digno cuadro de la resistencia peronista, fue arrojado desde el balcón de su casa, un sexto piso, al vacío. Lo mataron otros militares, muy otros.
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Las columnas de la Tupac y La Cámpora (especialmente) son compactas y aglutinan a miles de personas. ¿Les pagarán a todos? ¿Irán por el chori, el vino, el subsidio o la blackberry? Los meneos, la euforia, los saltos, los bombos y una estruendosa presencia de instrumentos de viento... el cronista se lleva una impresión muy diferente de la que imponen los dictados de la moda. No se impostan la euforia y la alegría, le parece. Se puede promover la asistencia pero nadie canta a voz en cuello y desde el cuore por mandato de otro.
El cronista, que tiene centenares de kilómetros recorridos en defensa de causas perdidas que ahora convocan mayorías, cree eso. Y pide disculpas a los patrones del sentido común.
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El 24 de marzo de 1976 la Junta militar difundió 31 comunicados. El cronista los escuchó en vivo, tenía algo más de 27 años y había votado sólo en 1973. Recién en 1983 podría volver a hacerlo. La voz de los mensajes era marcial, lo que en jerga milica quiere decir aterrorizante. Las órdenes eran unívocas. Obedecer las órdenes de las autoridades militares. No salir, no hablar, no manifestarse ni reunirse. Establecían por bando la pena de muerte, la ley marcial, toque de queda. Estatuían un fenomenal sistema de penas (10 años por la mera incitación a la violencia) que colocarían al Ingeniero Blumberg en el papel de un garantista extremo. La “prensa independiente” decía “amén”. No se indignó sino hacia el otoño de 1982. Tampoco puso el grito en el cielo cuando el comunicado 23 de ese día puso en cadena oficial un partido amistoso de la Selección nacional de fútbol contra Polonia, de visitante. La blanquiceleste ganó 2 a 1.
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La bulla en las calles, el pluralismo (aun afectado por divisiones), el pluriclasismo, el color de la ropa, los tatuajes, los torsos desnudos, la osadía de los bailes, las banderas de países hermanos y vecinos refutan al autoritarismo o al nacionalismo berreta. Con tanta fuerza (por lo menos) como los procesos judiciales. Acaso, ojalá, tengan raíces más profundas. Sin embargo, la realidad es dialéctica. Seguramente la tozuda lucha contra la impunidad se interinfluye con las libertades ganadas, nunca suficientes, siempre asediadas. Pero incomparables con los tiempos de pesadilla que cada marcha exorciza y derrota.
El cronista piensa en eso mientras toma una gaseosa en Avenida de Mayo y 9 de Julio. Hay una bocha de columnas, una de ellas viene del conurbano, lo que es notorio porque lo dice y porque sus integrantes no lo disimulan. Son de la agrupación 26 de Julio vocean consignas peronistas con fondo de temas musicales venerables y veteranos. “Palo, palo, palo/palo bonito/palo é” es una, la partitura y la letra peinan canas. El que lleva el altavoz canta como puede y, en momentos atinados, reclama “percusión”. Tal vez sea redundante pero es escuchado: los interpelados redoblan el esfuerzo. Están en la mera calle. En la vereda, a pocos metros, cientos de personas van, vienen, hacen fiaca parados, regresan a casa gozosos. Entre ellos, dos hombres de treinta y algo se besan con pasión, se rompen la boca. Parecen de clase media, usan anteojos. Los redoblantes se hacen sentir, los tipos se besan. Los manifestantes ni los miran o lo hacen durante un segundo. En ese cruce entre la movilización popular y las libertades públicas, el escriba cree leer un mensaje de la movilización de ayer. Una marcha entre tantas, una sana costumbre, en una sociedad atravesada por cien desigualdades. También por una formidable capacidad de lucha y un gran afán de pelear contra la injusticia.
En el 2014 nos veremos de nuevo, habrá más represores condenados, concurrentes que lo hagan por primera vez, añejas consignas y otras de estreno... Cuando una costumbre se extiende y se hace regla no es sencillo ser original en cada crónica. No es motivo para quejarse, sino para celebrar.
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