› Por Sonia Herminia Torres *
Mi muy respetado Francisco:
Mi nombre es Sonia Herminia Torres y soy una de las tantas Abuelas de Plaza de Mayo de la Argentina. Vivo en Córdoba y a esta carta la escribo en esta fecha porque este 26 de marzo, hace 37 años, cambió mi vida en forma intempestiva, abrupta, definitiva. Esa fecha partió mi vida en dos.
Un 26 de marzo, hace exactamente 37 años, los militares de la dictadura más atroz que sufrió nuestro país se llevaron para siempre a mi hija Silvina Mónica Parodi, embarazada de seis meses y medio, y a su esposo Daniel Francisco Orozco. Ella tenía sólo 20 años y él 23. Toda la familia esperaba con amor y alegría la llegada del bebé. Desde esa tarde del 26 de marzo de 1976, los estoy buscando.
Sé con certeza que Silvina tuvo su hijo en cautiverio entre los últimos días de junio y los primeros de julio de aquel año terrible. Supe también que fue varón y que lo separaron de su madre y de toda su familia con posterioridad a su nacimiento.
Como tantos otros hijos de madres cautivas, los militares dispusieron de él como un objeto, dándolo a otra familia y condenándolo a caminar a tientas por la vida, sin saber su origen biológico y sin saber que esta abuela y su familia lo aman y lo han buscado incansablemente. Que lo siguen buscando.
Créame, Excmo. Francisco, que la desa-parición forzada de esos seres tan amados se convirtió en un dolor indescriptible que me acompaña desde entonces.
Ya tengo 83 años, y cada día me levanto con la esperanza de encontrar a mi nieto. De que él llame a mi puerta y me diga: “Hola abuela, ¡aquí estoy!”.
No quisiera partir sin poder ver su cara. Sin poder recrear en sus gestos los de sus padres, mis hijos, que, desde esas fotos en blanco y negro que las Abuelas llevamos siempre en nuestras marchas, nos miran. Porque, suspendidas en el tiempo, sus miradas son un ruego, al igual que nuestro andar sin descanso.
Su llegada al Vaticano, Francisco, ha renovado las esperanzas sobre todo lo que puede el inmenso poder de Dios y de su Iglesia. Es por eso que me dirijo a Usted, como máximo representante de la Iglesia, para pedirle que actúe sobre aquellos que tienen un conocimiento directo de dónde están nuestros nietos y nos digan a quiénes se los entregaron y dónde enterraron a sus padres.
Estoy convencida de que Usted, en este momento histórico, irrepetible, puede interpelar sus conciencias para que reparen de alguna manera el daño que han infligido.
Después de años de tristeza y desazón que han dejado marcas profundas en mi alma y en mi espíritu, deposito mi esperanza en Usted, Santo Padre.
Ya no me queda mucho tiempo. Quisiera rogarle que antes de mi viaje final me ayude a reencontrarme con mi nieto para que juntos podamos ponerles una flor a sus padres, contarle su historia, la mía propia, y juntarnos en el abrazo eterno que sólo permite el amor. Enseñarle que el amor crea mundos o los vuelve a refundar hasta de sus ruinas.
Confío en su corazón y en su inteligencia y en el nuevo lugar que Dios ha elegido para su vida. Sé que para Dios no hay cosas imposibles y que de su mano se podría lograr lo que tanto ansiamos las Abuelas de Plaza de Mayo. Es esa certeza la que me ha impulsado a escribirle desde el humilde lugar de madre y abuela.
Con todo mi respeto y con una gran esperanza, le envío mis mejores deseos en su tan trascendente misión.
* Abuelas de Plaza de Mayo-Filial Córdoba.
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