› Por Martín Granovsky
El patrocinio de Celac, Unasur y Mercosur parece confirmar una de las principales tesis del Gobierno: el de Malvinas ya no es un conflicto de la Argentina, sino un conflicto regional.
Cada uno de los organismos que coordinaron con el canciller Héctor Timerman la presentación de ayer ante Ban Ki-moon, secretario general de Naciones Unidas, tiene su propia matriz.
El Consejo de Estados de Latinoamérica y el Caribe, representado por el canciller cubano Bruno Rodríguez, es el único foro que reúne a todos los países ubicados al sur del Río Bravo. No están los Estados Unidos, situados al norte, y tampoco Canadá, pero en cambio sí figura Cuba. A tal punto figura que en este momento ocupa la presidencia pro témpore de Celac. Una referencia fresca del nuevo tablero de América latina fue el funeral de Hugo Chávez, que mostró juntos al presidente de Cuba, Raúl Castro, y al de Chile, Sebastián Piñera. Los dos polos ideológicos de Celac. Surgida como idea brasileña y relanzada luego con impulso argentino-brasileño, la Unasur estuvo representada ante Ban Ki-moon por José Beraún Araníbar, el vicecanciller del país que ocupa la presidente pro témpore, Perú. Sin cuestionar a México, Unasur lo colocó en su lugar natural, América del Norte. También dentro de Unasur hay proyectos diferentes, cosa palpable si se mira por ejemplo la convivencia del Ecuador de Rafael Correa y la Colombia de Juan Manuel Santos. Pero las ventajas de la estabilidad compartida y el aumento del comercio intrarregional terminan siendo, como suele sostenerlo el asesor de Néstor Kirchner Rafael Follonier, una ideología que surge de los objetivos prácticos.
La exclusión de México de Unasur tiene que ver con la geografía y en parte también con la historia. En la Cumbre de Mar del Plata de 2005, que dio por tierra con todo proyecto de área de libre comercio de las Américas, el México de Vicente Fox fue el alfil de Washington para torcer la oposición de cinco países: los del Mercosur (la Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay) y Venezuela.
Venezuela acaba de ser incorporada al Mercosur, representado ayer en la ONU por el canciller uruguayo, Luis Almagro; Mercosur, Unasur y Celac apoyaron el reclamo argentino por las Malvinas en su dimensión regional.
El mensaje es que la ocupación británica puede ser un problema también para la exploración de la gigante Petrobras.
El investigador Fernando del Corro acaba de recordar en el libro Malvinización y desmentirización que “a partir de 1993 también se iniciaron los trabajos para la obtención de hidrocarburos”. Dice Del Corro que según la Revista Geológica Británica el área explotable tenía unos 350 kilómetros. Y agrega: “Ya mediante estudios sismológicos hacia 1995 se había estimado la posibilidad de llegar a extraer unos 500.000 barriles diarios”.
Con la presentación de ayer ante Ban Ki-moon, la Argentina suma una iniciativa multilateral a la demostración británica de fuerza del referéndum por el que el 99 por ciento de los habitantes de las islas dijo que desea permanecer dentro de la bandera británica. Incluso si la Argentina considera que la consulta no tiene relevancia jurídica –como efectivamente lo considera–, el hecho existió.
Contra cada hecho, otro. Ante un hecho británico, uno argentino y regional. Esa es la lógica de la acción oficial mientras al mismo tiempo la presidenta Cristina Fernández de Kirchner busca instalar su idea de que Londres, capaz de negociar con la dictadura argentina, no puede negarse a tratar con una democracia que está por cumplir 30 años y no quiere ni puede atacar las Malvinas. En el medio, claro, estuvo la guerra de 1982. Un conflicto bélico, y sobre todo un conflicto bélico perdido, no otorga ni quita títulos jurídicos, pero hace retroceder el reloj unas cuantas décadas, por decir lo más piadoso.
Como no emerge en el escenario una negociación probable a corto y mediano plazo, la Argentina se ve obligada a reforzar su política en dos planos. Por un lado, las gestiones con apoyo multilateral para que se cumpla la resolución 2065 de la ONU que define a Malvinas como una cuestión colonial y exhorta a las partes a discutir en una mesa común. Por otro lado, la alimentación permanente de los vínculos con los aliados regionales. Tal como saben los lectores de este diario, el conflicto de intereses con Brasil por la suspensión indefinida del proyecto de explotación de Río Colorado por parte de Vale es el peor de los últimos diez años. En cuanto a Uruguay, la esposa del presidente José “Pepe” Mujica y senadora nacional, Lucía Topolanksy, dijo el viernes último que las decisiones proteccionistas argentinas “nos perjudican mucho porque Uruguay tiene una serie de empresas cuyo único destino es la Argentina”. Hasta los gobiernos con mayor afinidad con el argentino, como Brasil y Uruguay, sienten los chirridos por la forma en que cada uno administra el impacto de la crisis global.
En política sudamericana las convicciones existen, pero si la armonía de intereses a veces contradictorios lubrica esas convicciones, el resultado final puede ser más eficaz.
La reunión de ayer con Ban Ki-moon es, por ese motivo, simultáneamente un éxito y un desafío en terrenos diplomáticos que van allá del diferendo por las islas.
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