EL PAíS › OPINION
› Por Edgardo “Edy” Binstock *
El 5 de marzo fue un martes diferente, difícil de olvidar. Después de años de espera, se inició en nuestro país el juicio contra los responsables del Plan Cóndor. Compartimos la emoción en los tribunales con mi hijo Miguel, Macarena Gelman, la esposa y el hijo de Norberto Habergger, nuestra abogada Carolina Varsky, del Cels, y tantos familiares de uruguayos y chilenos secuestrados en la Argentina y trasladados a sus países.
El Cóndor, la coordinación represiva de las dictaduras de la Argentina, Chile, Brasil, Uruguay, Paraguay, Bolivia, y luego Perú, con la injerencia y capacitación de la CIA, se articuló, en coordinación con los EE.UU., desde fines de 1975, cuando se produjo en Santiago de Chile la primera reunión operativa.
Treinta y siete años después, los argentinos juzgamos a Jorge Rafael Videla y sus secuaces esperando que el ejemplo de Memoria Verdad y Justicia influya para evitar el retroceso en la Justicia uruguaya, que declaró la prescripción de los crímenes del terrorismo de Estado, y apuntale a la Comisión por la Verdad en la hermana República Federativa del Brasil.
Soy querellante en esta causa por mi hermano Guillermo, que fue secuestrado a los 20 años mientras dormía en la casa de mis padres, el 20 de agosto de 1976, y trasladado al CCD Automotores Orletti. También lo soy por Mónica Pinus, mi entonces esposa, madre de mis hijos Ana y Miguel, que fue secuestrada por fuerzas conjuntas argentinobrasileñas en el Aeropuerto de Río de Janeiro junto a su compañero de viaje Horacio Campiglia. Ellos fueron trasladados en un avión del Ejército Argentino a Campo de Mayo el 12 de marzo de 1980, dato que conocimos cuando el Departamento de Estado de los EE.UU. desclasificó 4677 documentos. Uno de ellos, firmado por un oficial de la embajada en Buenos Aires, James Blystone, informaba de la operación conjunta de la que había sido notificado por un oficial del Ejército Argentino.
En medio de tanta emoción llegó la noticia de la muerte de Hugo Chávez. Un final doloroso y trágico para los hermanos venezolanos y para todos los pueblos de nuestra América que en la última década nos conmovimos, movilizados, convocados por ese discurso y ese compromiso liberador, emancipador.
A casi cuatro décadas del inicio del plan represivo y genocida en nuestros países, hay democracias con mayoría de gobiernos populares. Cuando por fin hacíamos justicia, el mismo día, un artífice indiscutido de esta nueva realidad moría, hace dos años y medio, nuestro querido Néstor.
Volvió entonces el recuerdo de aquel diciembre de 2004 en Ouro Preto, Brasil, cuando durante en una Cumbre del Mercosur, el presidente Lula reconoció la responsabilidad del Estado en el secuestro de Mónica y Horacio. Fue en una ceremonia que se realizó en una sala contigua a la de la sesión de los presidentes. La imagen imborrable es la de Hugo Chávez bajando línea a sus colegas contra el proyecto neoliberal y a favor de la integración liberadora.
“Hugo es mi amigo”, nos dijo Néstor Kirchner en el acto de reparación mientras apretaba mi mano hermanándose en el dolor y la emoción.
Lo que da sentido a tanto sacrificio y a tantas pérdidas es que construyamos la sociedad justa por la que los nuestros dieron sus propias vidas. Nada mejor que Hugo Chávez parafraseando al general San Martín: “Seamos libres... lo demás no importa nada”.
* Ex secretario de Derechos Humanos bonaerense.
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