Lunes, 5 de agosto de 2013 | Hoy
EL PAíS › LA HISTORIA DE BRAMUGLIA, EL CANCILLER DE PERóN QUE PRESIDIó EL CONSEJO DE SEGURIDAD
El hijo de inmigrantes italianos que se acercó a Perón cuando era abogado del gremio ferroviario terminó siendo su ministro de Relaciones Exteriores. Por orden de su jefe, asumió la presidencia del Consejo de Seguridad de la ONU ante el primer conflicto elevado a ese organismo en la posguerra: el bloqueo soviético de Berlín.
Por Martín Granovsky
En política, a veces los problemas aparecen sin que un presidente los busque. Y a veces llegan con cierta chance de acomodarse y ganar algún beneficio. Así le pareció a Juan Domingo Perón, cuando en 1948 la Argentina recibió la oferta de presidir por primera vez el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en medio del bloqueo de Berlín, ya en plena Guerra Fría y a sólo tres años de la derrota nazi.
Según los historiadores que investigaron el período, Perón temía que un asunto tan importante no fuera una oportunidad aprovechada por su gobierno sino un desgaste inútil. Su miedo era que, una vez en el candelero mundial, los costos terminaran superando los beneficios. Nunca lo entusiasmó que la Argentina fuera cabeza del Consejo. Pero ante lo inevitable tomó precauciones. Le encargó a su canciller, Juan Atilio Bramuglia, que asumiera personalmente la presidencia del Consejo y que no se ocupara de todos los temas en danza.
En 1947, la Asamblea General de la ONU eligió a la Argentina como integrante no permanente del Consejo de Seguridad. Poco más adelante, los Estados Unidos pidieron que la Argentina asumiera la presidencia del Consejo, que en esa época excedía el mandato de un mes, como sucede hoy. Si el país aceptaba, lo natural era que el cargo recayera en su embajador de entonces en la ONU, el médico José Arce (1881-1968), un conservador que había sido decano de la Facultad de Medicina y rector de la Universidad de Buenos Aires. Hábil para las relaciones políticas y académicas, como rector llegó a presentar una conferencia de Albert Einstein en el Aula Magna del Colegio Nacional de Buenos Aires, dictada en 1925.
Una curiosidad, más allá de la política y las ideologías de cada uno, es que Arce solía reunir a sus amigos en veladas alrededor de un órgano de tubos instalado en su casa de Vicente López al 2200, la sede del actual Museo Roca. Tocaba un músico famoso, el compositor belga Julio Perceval. Era el padre de Marita Perceval, la actual embajadora argentina en la ONU y presidenta del Consejo de Seguridad durante todo este agosto.
Perón no quería roces con los Estados Unidos en medio de su búsqueda de recomposición de los vínculos con ese país, sobre todo con propósitos de asistencia económica y colocación de productos argentinos en los mercados norteamericanos y europeos. Pero tampoco deseaba choques retóricos con la Unión Soviética, con la que restableció relaciones a dos días de asumir la presidencia. Perón mostraba prevenciones porque, en 1947, Arce ya había mantenido duelos verbales en la ONU con su colega soviético Andrei Vishinski.
En su biografía Juan Atilio Bramuglia, que publicó en Buenos Aires Ediciones Lumière, el historiador israelí Raanan Rein cita una carta de Perón a Bramuglia. Decía Perón: “Soy de opinión que en caso alguno la solución pueda quedar en manos de Arce. Estando usted allí yo le pediría que manejara personalmente el asunto, pues estoy persuadido de que a usted no lo van a engañar ni serán suficientemente hábiles para jugarle una mala partida”. Y agregaba Perón sobre la agenda: “El asunto de Berlín será un asunto muy difícil y agitado cuya dirección en sus manos estará segura para salvar el prestigio y la posición argentina, no así en las de Arce, cuyo juego apasionado e incongruente puede comprometernos más allá de lo conveniente. La larga actuación de Arce en la UN le debe haber creado amistades, prejuicios o compromisos, además de su modo de ser no del todo prudente, a todo lo cual no puede exponerse el país”.
Junto con Angel Borlenghi, designado en Interior, Bramuglia fue uno de los dos ministros de origen socialista nombrados por Perón. Ex dirigente sindical de los empleados de comercio, hijo de inmigrantes italianos afincados en Pompeya, Borlenghi fue ministro durante más de nueve años, entre junio de 1946 y julio de 1955. Perón lo había acercado a su círculo cuando era secretario de Trabajo y Previsión, y accedió a concretar la propuesta de Borlenghi de una caja de previsión para los mercantiles. Bramuglia lo había precedido en las proximidades del líder en construcción. Cuando Borlenghi llegó a Perón, él ya era director nacional de Previsión Social y miembro del Consejo Nacional de Posguerra, definido por Carlos Piñero Iñíguez en su libro Perón: la construcción de un ideario como “el think tank donde se ideó la Nueva Argentina de Perón (y Evita, al parecer muy a pesar de Bramuglia)”. La última referencia apunta a la antipatía que Bramuglia, al revés de Borlenghi, generaba en Eva Duarte.
Nacido en 1903 en Chascomús también en una familia de inmigrantes italianos, desde 1929 Bramuglia fue el abogado de la Unión Ferroviaria, el sindicato más importante de la Argentina. Sus ideas políticas pueden tomarse de una carta enviada al periódico nacionalista La Fronda. Cuando en 1941 leyó que lo habían tildado de comunista, Bramuglia replicó: “Participo actualmente de las ideas de aquellos que piensan que debe transformarse la organización social paulatinamente hasta lograr la felicidad, aunque sea relativa, de millones de seres, con quienes la sociedad no es justa ni equitativa”.
Según Rein, las gestiones de Borlenghi y Bramuglia y las necesidades de Perón de contar con una base propia de poder se combinaron y fueron claves para llegar al decreto del 2 de octubre de 1945, de plenos derechos para los sindicatos. Uno de esos derechos era el de participar en política.
Bramuglia no logró ser candidato ni gobernador de la provincia de Buenos Aires como quería. Cuando Perón triunfó sobre la Unión Democrática, el 24 de febrero de 1946, decidió incorporarlos a él y a Borlenghi a su futuro gobierno. Bramuglia aspiraba a Interior. Perón le asignó Relaciones Exteriores, según Piñero Iñíguez, “una cartera desde la cual (tal como el propio Bramuglia comprobaría años después) era imposible hacer ningún tipo de acumulación política propia”. Como para alimentar la hipótesis de un posible recelo de Perón, cuando Bramuglia ya era canciller, el norteamericano George Marshall, secretario de Estado y articulador del plan de ayuda a Europa que quedó estampado con su nombre, dijo que “si este hombre hubiera nacido en los Estados Unidos de América, habría llegado a presidente”.
A ese abogado ferroviario con olfato político eligió Perón en lugar de Arce cuando la Argentina debía exhibirse en el tablero riesgoso del Consejo de Seguridad de la ONU. ¿Había realmente tanto peligro en 1947? En su historia del siglo XX, La era de los extremos, el británico Eric Hobsbawm escribió que, al margen de los discursos apocalípticos, “los gobiernos de las dos superpotencias aceptaron la distribución global de fuerzas concretada a fines de la Segunda Guerra Mundial”, que consistía en una situación de balance de poder que no sufría desafíos verdaderos. Sin embargo, puesto a cuestionar su propia descripción, Hobsbawm señaló que tal vez el período más explosivo haya transcurrido entre marzo de 1947 y abril de 1951. En la primera fecha, el presidente Harry Truman lanzó su doctrina: “Los Estados Unidos deben apoyar a los pueblos libres que resisten los intentos de sojuzgamiento por medio de minorías armadas o por presiones externas”. La segunda fecha estuvo marcada por la decisión de Truman de despedir al general Douglas MacArthur, comandante de las tropas en la guerra de Corea de 1950-53 porque, de acuerdo con la opinión de Hobsbawm, “llevó muy lejos las ambiciones militares”. Por la misma época, la Yugoslavia de Tito se desprendió del bloque soviético (1948) y en 1949 Mao lideró el triunfo de la revolución popular china.
Washington se concentró en su objetivo de alinear al hemisferio y Perón trató de obtener ventajas económicas mientras la Argentina negociaba con los Estados Unidos.
Contaba a su favor con una visión más pragmática por parte de dos nuevos embajadores, el norteamericano George Messersmith y de británico Reginald Leeper. Realista ante el realismo que percibió en Perón y Bramuglia, Messersmith estaba enfrentado a Spruille Braden, que había sido embajador en la Argentina y revistaba en 1946 como encargado de América latina en el Departamento de Estado. Se trata del mismo personaje involucrado a tal punto en la política argentina que permitió al candidato edificar su famosa consigna “Braden o Perón”.
Es tan nítida la relación entre los objetivos hemisféricos y la Doctrina Truman, base del anticomunismo de la Guerra Fría, que Braden apenas sobrevivió en su puesto al discurso de 1947 y a la normalización de las relaciones militares entre los Estados Unidos y la Argentina. Esa vuelta a la normalidad aparecía como una de las condiciones para la conformación de un sistema continental y para el proceso que condujo a la creación de la Organización de los Estados Americanos.
Así fue posible la firma en la conferencia de Río de Janeiro de 1947 del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca. Allí, de paso, Bramuglia consiguió que las Malvinas quedaran como una zona hemisférica a ser custodiada regionalmente ante cualquier agresión recibida de fuera de América.
En 1948, en Bogotá, quedó conformada la OEA.
En Europa, el símbolo de la flamante Guerra Fría ya era Berlín, que después de la ocupación soviética de la ciudad derrotando a los nazis en 1945, y tras los acuerdos de los aliados, quedó como un enclave 160 kilómetros dentro de la zona bajo control soviético. A su vez, la antigua capital alemana fue dividida en cuatro zonas a cargo de cada uno de los vencedores, los Estados Unidos, la Unión Soviética, Gran Bretaña y Francia. En respuesta a la disposición de los Estados Unidos hacia la creación de un Estado alemán occidental fuerte, los soviéticos sitiaron las tres zonas de Berlín que no controlaban. Cuenta Rein que, para no perder ese sector, y durante once meses, 200 mil vuelos transportaron alrededor de un millón y medio de toneladas de suministros. En paralelo elevaron el tema al Consejo de Seguridad. Fue el primer conflicto que trató el Consejo en su creación. Bramuglia, presente como canciller en la Asamblea General de la ONU de ese año en París, tranquilizó a unos y otros con sus discursos pacifistas y favorables a la cooperación económica. Luego de la decisión de Perón de que fuera él y no Arce el presidente del Consejo de Seguridad, el ex abogado de los ferroviarios escuchó los distintos argumentos. El soviético Vishinski le negó que su país hubiera atacado. Dijo que sólo se defendía de un ataque económico de Occidente. También le dijo que la Carta de la ONU impedía a la propia ONU discutir medidas contra países como efecto de la Segunda Guerra Mundial. El norteamericano Phillip Jessup argumentó que, ante el bloque, las potencias occidentales podían rendirse, contraatacar o elevar el caso ante el Consejo, tal como lo habían hecho.
Durante octubre y noviembre de 1948, Bramuglia encabezó un equipo de negociadores. Reivindicó el principio de paz duradera, rescató el método de la mediación ante un conflicto severo y ya en ese momento aprovechó para subrayar la oposición argentina al derecho de veto por parte de los grandes.
No escatimó reunión alguna que le pudiera ser útil para desescalar el conflicto, ni se limitó a los embajadores en la ONU. Fue entonces cuando llegó a tratar con el mismísimo Marshall y con el papa Pío XII. Aludiendo a la Argentina como mediadora entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, Perón le escribió que parecía “un David entre dos Goliat”.
Bramuglia propuso levantar las restricciones entre Berlín y el resto de Alemania, y también una reunión de los cuatro comandantes militares para discutir la unión monetaria de Berlín.
Raanan Rein cita la carta que le mandó Perón: “La recomendación me parece muy buena, muy justa y bien buscada. Aunque no resulte, nosotros quedaremos bien. Como usted dice, yo también creo que Naciones Unidas no es para resolver nada sino para preparar climas o estados ambientales. Por eso, como usted, creo que es fundamental, allí, dejar a la Argentina bien”.
Pero en el Consejo se opusieron a la propuesta la URSS y Ucrania. Entonces, Bramuglia ideó la formación de una comisión de expertos en finanzas. Como corresponde a toda comisión que se precie, sus tareas se dilataron, a tal punto que en el medio la Argentina cesó en la presidencia del Consejo de Seguridad. Pero la dilación en sí misma llevó a la resignación soviética ante la existencia de un enclave como Berlín occidental y muy pronto, en 1949, a la creación de la República Federal Alemana en Occidente y a la República Democrática de Alemania en el Este.
Al terminar su gestión, Marshall lo invitó a Washington y Bramuglia terminó entrevistándose con Truman. A esa altura, quizá por recelos de Perón o quizá por voluntad de Evita, a quien le había disgustado su consejo de que ella no viajara a la España de Francisco Franco, Bramuglia comenzó a sufrir su decadencia dentro del peronismo. Según Rein, el diario Democracia, entonces bajo control de Eva, ni siquiera lo mencionaba ni publicaba sus fotos. Ante el jaque dentro del poder máximo, al que se sumó el embajador en Washington, Jerónimo Remorino, Bramuglia terminó renunciando en agosto de 1949 en una carta dirigida al “estimado presidente y amigo”. Alegó “condiciones precarias de salud”.
Fue no sólo el final de su etapa como canciller sino el final de sus lazos con Perón. Una ruptura en la que el ingrediente mayor no era ideológico. En su libro De Chapultepec al Beagle, Juan Archibaldo Lanús cita la primera vez que Perón definió la Tercera Posición. Lo hizo el 28 de noviembre de 1946 en el Teatro Colón: “El capitalismo, señores, en el mundo es muy retaceado... Los demás comienzan a evolucionar hacia nuevas formas. El sistema estatal absoluto marcha con la bandera del comunismo en todas las latitudes y parecería que una tercera concepción pudiera conformar una solución aceptable, en que no llegaría al absolutismo estatal ni podría volver al individualismo absoluto del régimen anterior. Sería una solución equilibrada de las fuerzas que representan el Estado moderno para evitar la aniquilación de una de esas fuerzas, para unirlas y ponerlas en marcha paralela, y que las fuerzas del capital y del trabajo, combinadas armoniosamente, se pusieran a construir el destino común, con beneficio para las tres fuerzas y sin perjuicio para ninguna de ellas”.
El discurso reiterado en favor de una Tercera Posición irritaba a los Estados Unidos, más que la práctica internacional de peronismo, que desde los primeros años buscó un Plan Marshall para América latina. El propio Marshall, sin embargo, dijo que Europa estaba en peor situación que los vecinos del continente y que ayudar a los europeos sería la prioridad norteamericana.
Aun si el Bramuglia canciller atenuaba en público esa parte del discurso de Perón, su práctica como ministro no se alejó de los objetivos de su líder. Tampoco se distanció de sus propias ideas sobre la transformación paulatina hacia la felicidad relativa que presentó aquel Bramuglia abogado sindical de 1941. Lo siguió sosteniendo incluso después de renunciar, y no se corrió de su eje en 1955 cuando creó el partido Unión Popular, definido por el diario El Mundo como un intento de Bramuglia frente a Perón de “enterrar el cadáver y apropiarse del cajón”.
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