Lunes, 28 de octubre de 2013 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Washington Uranga
No hubo grandes sorpresas en el resultado de las elecciones legislativas de ayer, sobre todo porque la celebración de las elecciones primarias funciona como una suerte de anticipo o gran encuesta previa. Es difícil que la ciudadanía cambie la orientación de su voto en poco menos de tres meses salvo, claro está, que se produzca un hecho de gran significación e impacto. No ha ocurrido ahora.
Como era previsible, los resultados de las PASO obligaron a ajustes en las estrategias de los candidatos, aunque ello no haya modificado en mucho el escenario. En general, se puede decir que asistimos a una campaña mediocre, con pocas ideas y más instalada en las argumentaciones “a favor” y “en contra” que en la generación de propuestas, siendo que las elecciones intermedias podrían ser, por lo menos a priori, una oportunidad sumamente propicia para ello. El resultado es, en términos generales, un aporte poco significativo al debate político.
En medio de las entusiastas exclamaciones de “fin de ciclo” que parten de algunos bastiones opositores y de los señalamientos de que “nada ha cambiado” que repiten desde filas oficialistas, vale la pena abrir algunas páginas que se deben ir completando con las datos que vayan surgiendo en el correr de los próximos años y que tendrán su cotejo –ése sí de enorme importancia– en las elecciones presidenciales del 2015.
En principio y al margen de los titulares de los diarios y los zócalos de la televisión desde los que opera la oposición mediática, no hay datos significativos que avalen la idea apocalíptica del “fin de ciclo”. Y así como avanzaron algunos opositores, no menos cierto es que el FpV sigue siendo la primera fuerza nacional. Son dos caras de una misma realidad política. Los resultados actuales –número más, número menos– no son muy diferentes de los que obtuvo el oficialismo en el 2009, y en aquel momento las predicciones sobre el final de una etapa fueron similares a las de ahora. Las elecciones del 2011 demostraron que el ánimo de los electores es diferente cuando se pone en riesgo la direccionalidad de un proyecto. Pero, como ya se dijo en las PASO –y el Gobierno comenzó a tomar nota de ello con algunos ajustes de rumbo– está claro que la ciudadanía está poniendo luces de alerta, está pidiendo rectificaciones. Parte de esos cambios podrían verse facilitados también a través de un diálogo político más productivo, que considere la correlación de fuerzas en las cámaras. Pero éste debería ser un razonamiento que se aplique con sensatez para todas las fuerzas, respetando el criterio de mayoría y minorías que surge de las urnas y no sólo como un reclamo dirigido hacia el oficialismo gobernante. Lo vivido entre el 2009 y el 2011 y las afirmaciones de campaña no alientan a pensar que esto sea posible.
El partido gobernante deberá revisar también su estrategia política. Tendrá que buscar sobre todo los motivos por los cuales sólo sus máximas figuras logran retener el apoyo popular. ¿Cuáles son los motivos para que –a pesar de grandes logros en la gestión– no surjan de las filas del oficialismo dirigentes políticos con reconocimiento incuestionable por parte de la ciudadanía? Tampoco ayuda el empecinamiento en torno del discurso del “modelo”. En nuestros países periféricos del mundo capitalista democrático no existen tales “modelos”. Por el contrario, los gobernantes se ven obligados a improvisar permanentemente medidas para salir al cruce de variables macro –económicas y políticas– que no controlan y con las que tienen que lidiar. En consecuencia, lo más coherente es hacer todo lo humanamente posible para mantenerse fieles a principios básicos y tratar de no transgredirlos, instalarlos como pilares de la gobernabilidad y como garantía para la ciudadanía. Por eso no es menor –aunque resulte redundante– recordar que estamos celebrando treinta años de democracia ininterrumpida y que eso representa un enorme valor para la Argentina. Bastaría con responder a la pregunta de dónde estuvimos y dónde estamos ahora. Cualquier respuesta, en todos los rubros, será altamente positiva. Pero a pesar de ello habría que mantenerse alertas porque no pocos de los que hoy levantan la bandera del “fin de ciclo” también intentan remover principios básicos, derechos adquiridos que con gran esfuerzo y sacrificio conquistó y consolidó toda la ciudadanía y no solamente un gobierno. Aceptemos que “fin de ciclo” puede tener lecturas muy distintas, pero no dejemos de estar vigilantes ante la pretensión de aquellos que bajo ese título persiguen también menos democracia, menos participación, menos perspectiva de derechos. Son los mismos que pretenden sustituir olvido por memoria, la restitución de privilegios ilegítimos para algunos que los perdieron en los últimos años y peores condiciones humanas para una gran mayoría que mejoró su calidad de vida también en ese tiempo.
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