Lunes, 2 de diciembre de 2013 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Sergio Caletti *
El próximo jueves 5 de diciembre está prevista la sesión de la Asamblea Universitaria, máximo órgano de la UBA. El cometido básico a cumplir es la elección de un nuevo rector para el período marzo 2014-marzo 2018. Hasta hace pocas semanas, la mayor parte de los indicios disponibles hacían pensar que ése no sólo sería el cometido básico de la asamblea, sino el único. Y que, prácticamente, todas las cartas estaban ya echadas: que la coalición profesionalista conservadora ratificaría su hegemonía en el gobierno y la administración de la principal universidad del país y una de las mayores de América latina, para que nada cambie demasiado.
Algo pasó sin embargo desde entonces. La quietud comenzó a resquebrajarse. Aunque el predominio conservador está lejos de haberse diluido, existe una posibilidad (esto es: sólo una posibilidad) de que las fuerzas democratizantes, progresistas, más consustanciadas con el proyecto nacional que lleva adelante el Gobierno, alcancen a dar una batalla que, aunque perdidosa, sirva para exponer que en la UBA no todo es lo mismo, para hacer visible que hay sectores que no se resignan a la decadencia creciente de la institución, para enviar a diestra y siniestra señales de que algo se está moviendo y para bien. Y que el que se quiera sumar, que se sume, que puede hacerlo.
En los últimos días circuló un documento de diagnóstico y propuestas, elaborado para acompañar y dimensionar la candidatura rectoral alternativa del profesor Federico Schuster (la candidatura del bloque dominante es la del profesor Alberto Barbieri). Pueden hacerse cien comentarios sobre ese documento de diagnóstico y propuestas. Pero más allá de ellos, lo cierto es que hace años no circulaba en la UBA un texto tan vibrante y movilizador sobre políticas académicas. Es que hace años no se discute política académica y (lo hemos dicho en estas mismas páginas) la UBA viene arrastrando una enorme deuda consigo misma y con el país precisamente por su oquedad, sus silencios, la estulticia de sus reiteraciones monocordes.
Los apoyos al documento en cuestión se concentrarían particularmente, como en otras ocasiones, en Ciencias Exactas, Filosofía y Letras y Ciencias Sociales. También, en algunos grupos de Farmacia y Bioquímica, Ciencias Veterinarias, Medicina. Por cierto, Federico Schuster fue decano de Ciencias Sociales entre 2002 y 2010, así como Barbieri, su contendiente, lo es de Ciencias Económicas desde 2006 y hasta 2014. Pero los decanatos de cada uno dicen algo, aunque no todo. Y más allá de los pergaminos y de la tarea realizada en sus respectivas gestiones, lo que ahora está en juego es quizá más sutil y más crucial que un debate de biografías: se trata de la capacidad que ambas figuras tengan para condensar y representar sectores mucho más amplios de la vida universitaria que sus grupos inmediatos. En este sentido importa que la quietud haya comenzado a quebrarse. Porque querría decir que sectores en otros momentos desalentados y desmovilizados han resuelto retomar la iniciativa y hacer valer lo que entregan todos los días a la UBA: el prestigio de primer orden de sus investigaciones y su ensayística, la excelencia de su enseñanza, el valor de su compromiso con la sociedad a la que se deben.
La oportunidad está planteada. Sería erróneo pensar que si no se puede ganar todo de nada sirve. Sólo emitir una señal clara desde la universidad al país, por fuera de las grandes corporaciones profesionales, ya sería un triunfo. Para darnos una idea de qué hablamos, vale decir que una señal así no se emite desde 2006, cuando se impuso el fracaso de la candidatura de Alterini y se forzó la elección de Rubén Hallu como salida de conciliación.
En los años transcurridos desde entonces, el gobierno nacional ha definido una política general para las universidades públicas: significativo aumento presupuestario, inversión edilicia, creación de universidades nacionales trazando un nuevo mapa de la educación superior, promoción de la investigación científica y tecnológica. Lo que se ha hecho es mucho, más que en los anteriores 50 años. Lo que falta no es poco, aunque quién sabe si no es ahora a la propia Universidad de Buenos Aires a la que le falta dar su cuota: modificación del sistema electoral y de los órganos de gobierno, ampliación de la democratización, efectiva gratuidad de la educación superior, regularización del sistema de posgrados, retención de los estudiantes de sectores vulnerables, extensión de la ciudadanía universitaria a docentes auxiliares e interinos, revisión de la ponderación de la representación por claustro, etc. Y sobre todo: cuál, cómo y dónde, el compromiso de la UBA con la sociedad que la sostiene y con el proyecto de transformación de la Argentina en un país más justo.
Si en estos terrenos la principal universidad del país no avanza y, por el contrario, se estanca, y se vuelve un paquidermo viejo y lento, entonces los universitarios argentinos estamos poniendo en riesgo algo más que el prestigio de la institución para la que trabajamos. Es hora de que nos hagamos cargo de ello.
* Decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.
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