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Los cambios en la Argentina democrática, 1983-2013

 Por Guillermo A. Makin *

Nada mejor para celebrar el 30º aniversario del retorno de la democracia a la Argentina que reflexionar a través de la opinión y el accionar de actores políticos relevantes sobre los cambios en la forma de hacer política y en las prácticas institucionales.

Democracia: Primero, conviene aclarar qué se entiende por democracia, más allá de la esencial libre elección de las autoridades por parte de la ciudadanía, sin prescripciones ni condicionamientos como los que se experimentaron entre 1932 y 1943 y luego entre 1955 y 1973.

Propondré una forma de entender las prácticas democráticas que establecerá qué tipo de democracia los argentinos nos venimos dando y qué cambios hemos sabido darnos.

A fin de mirar la evolución sin complejos conviene tener en cuenta la observación de John Dunn, reconocido teórico de la democracia de la Universidad de Cambridge, que la democracia saca carta de ciudadanía en cada país y por ende se adapta a circunstancias locales y que es un viaje de nunca acabar. David Runciman, director de la Facultad de Ciencia Política de Cambridge, sostiene que la democracia es un régimen superior a los autoritarismos porque no tiene su rigidez. Los electorados son cambiantes, los políticos que eligen responden conflictivamente, se gritan y se insultan; todo parece muy desordenado. No obstante, la democracia tiene mayor facilidad para salir de situaciones difíciles, ganar guerras y solucionar crisis económicas, como observó Tocqueville cuando estudió la democracia en los EE.UU. en el siglo XIX.

Así es la democracia argentina, sus prácticas democráticas tienen características propias, como la obligatoriedad del voto como mecanismo de incorporación y la capacidad del gobierno central de intervenir en las provincias. Cuando se eligió un camino que no dio el resultado esperado, el electorado rectificó opciones opinables y supo conseguirse alternativas.

Las conceptualizaciones de Guillermo O’Donnell son un buen indicador de hacia dónde rumbea nuestro país. Cuando creó el concepto del burocrático autoritario (BA) estábamos en la alternancia democracia condicionada-autoritarismo surgido de asonadas militares. Después, cuando la realidad política cambió, pasó a hablar de las modalidades de las transiciones del autoritarismo a la democracia. Ya en democracia, llamó democracia delegativa a la que estaba surgiendo, por predominar un presidente electo democráticamente que rechazaba que las instituciones limitaran sus poderes, como ocurrió mayormente con Menem. Sin embargo, ya el kirchnerismo dejó esta categoría atrás; al restaurar el poder de la presidencia misma, trabajar con el Congreso y reformar la Corte Suprema evidenció que, aun en medio de una crisis económica sin precedentes, la democracia argentina empezaba a restaurar, por iniciativa propia, sus instituciones.

Material documental: qué dicen los actores políticos entrevistados. Entrevistas a actores políticos relevantes me llevan a concluir que antes de 1983 la política argentina estaba minada por:

1. Un partido mayoritario con estructura política deficiente, primero por su carácter carismático, segundo porque Perón dijo que no quería un partido y tercero, por la proscripción entre 1955 y 1973 que, como dijo Angel F. Robledo, “es como la desnutrición a un cuerpo”.

2. El bajo nivel de militancia en los períodos próximos a los golpes militares de forma tal que no logra impedirlos.

3. Las prácticas cortesanas que rodearon al primer peronismo, cuando Perón mismo decía que estaba rodeado de alcahuetes, y al segundo cuando la corte –encabezada por la Sra. de Perón y José López Rega– según Robledo y Jorge E. Taiana, lo impulsó a Perón a aceptar una presidencia que no quería, le tiraba los remedios recetados, ignoraba consejos médicos y acabó matándolo por descuido y viajes innecesarios. Con la viuda, las prácticas cortesanas iban, desde estar López Rega escondido entre cortinados cuando otros ministros como Alfredo Gómez Morales se veían con ella, a que, después de echado López Rega por iniciativa del general Alberto N. Laplane, siguiera aconsejando movidas y nombramientos a través de su yerno Raúl Lastiri que vivía en el chalet presidencial en Olivos, según Julio González.

4. La falta de un ministro coordinador del gabinete ante el peligro de incapacidad por enfermedad de un presidente. En un gabinete donde todos eran iguales, ninguno podía convocar, supervisar o coordinar.

5. Un mandato presidencial rígido que no se acortaba por crisis y raramente se renunciaba, agravado por la ausencia de mecanismos de reemplazo.

Scott Mainwaring (2010) señala que las democracias procesan su pasado y afirman así las prácticas democráticas. Precisamente, los actores políticos procesaron el legado histórico para corregir estas falencias. Estudiaron las características de los períodos autoritarios por las proscripciones y sus abusos, las hiperinflaciones y la crisis de participación política que se hizo patente entre 2001 y 2003. Así los procederes de la política y las instituciones se han ido corrigiendo en estos treinta años.

Los cambios: Los presidentes renunciaron ante situaciones de crisis y los mecanismos de reemplazo dieron su fruto al preservar la Constitución y las prácticas democráticas en 1989 y en 2002/3.

En 1994 se introdujo en la reforma constitucional la figura del jefe de Gabinete. Desde entonces fue una figura secundaria y un fusible potencial. Con el nombramiento de Jorge Capitanich en 2013, que ya había ocupado el cargo entre 2002 y 2003, que viene de una buena gestión como gobernador del Chaco y acaba de ganar elecciones con el apoyo del 60 por ciento del electorado provincial, por primera vez el cargo está en manos de alguien con poder político propio, con la voluntad y el poder delegado para ejercer el poder coordinador que la reforma le otorgó al jefe de Gabinete.

En el terreno de las políticas económicas es donde se han experimentado los mayores vaivenes, claro que surgidos del electorado que optó en un momento por determinadas políticas para luego demostrar que apoyaba un cambio de dirección. Del fallido intento social demócrata que ensayó Alfonsín se pasó con Menem a un liberalismo salvaje, ante los abusos de un Estado ineficiente, para luego convalidar a partir del 2003 un Estado más vigoroso, supervisor y hasta empresario con el kirchnerismo. De esto se puede inferir que la Argentina parece preferir su propia manera idiosincrática y autóctona de diseñar sus políticas económicas. Observadores internos y externos ven las sucesivas políticas económicas tanto como errores o como aciertos. Cuando el Financial Times, The Economist o el FMI aprobaban la política económica argentina, había una tasa de desocupación de una magnitud sin precedentes, aumentaba la deuda a niveles insostenibles y una desindustrialización que parecía no tener fin minaba la economía. Cuando estas políticas se abandonaron en 2002, la situación mejoró drásticamente.

No obstante, la reforma más trascendente en estos 30 años es la ley que obliga a todos los partidos, no sólo al peronismo, a seleccionar sus candidatos por medio de elecciones Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO).

Las PASO rompen con la tradición antipartido del peronismo. El peronismo mismo dejó la renuencia que tenía a implementar cambios que no hubieran sido sancionados por Perón y optó con entusiasmo por implementar la ley que crea las PASO. Los líderes partidarios se encolumnan para afirmar que del cumplimiento de esta ley reformadora surgirán los candidatos para el 2015. Se terminaría así con una tradición política que se remonta a 1946, con la única excepción cuando en 1988 el movimiento de renovación, encabezado por Antonio Cafiero, llevó a cabo internas que ganó Menem.

Hay otro cambio favorable en la atmósfera política. En estos 30 años desaparecieron de la esfera política los militares y los movimientos guerrilleros, que ya no son actores políticos relevantes, como los caracteriza G. Sartori. Las libertades y derechos civiles, vilipendiadas en los sesenta y setenta como concepciones burguesas, gozan desde 1983 de amplio consenso. Una activa sociedad civil, donde florecen vigorosas ONG que buscan garantizar o reformar distintos mecanismos democráticos, presenta en su conjunto un clima político más alentador que el vigente antes de 1983.

Los años que van del 2003 al 2013 han producido los siguientes cambios:

- Se redujo el nivel de endeudamiento que condicionó la economía entre 1983 y 2003.

- El esquema bipartidario que prevaleció entre 1983 y 2003 parece haber perdido el favor del electorado. El último gobierno radical que terminó su período constitucional en tiempo y forma fue Marcelo T. de Alvear en 1928.

- Se ha pasado a un sistema de partido hegemónico. Aunque sería preferible la alternancia, para ello debe haber una oposición que haya hecho un mea culpa, se haya reformado y constituya un gobierno alternativo creíble. El partido hegemónico, por su parte, se está volviendo más democrático al elegir candidatos por las PASO.

- El Estado débil y ausente, el saldo del período 1983-2003, ha sido reemplazado por un Estado más intervencionista, con voluntad regulatoria que también desempeña actividad empresaria donde el interés estratégico lo determina, ej.: YPF, Aerolíneas Argentinas, Correos y transporte de ferrocarriles urbanos.

- Las elecciones legislativas de octubre del 2013 aparentan garantizar una transición a otro presidente en el 2015 con una tranquilidad inédita desde 1983.

Los resultados para la población son sustanciales:

- El GINI, un indicador de igualdad, cayó un 20 por ciento, de 0,534 en el 2003 a un 0,407 en el 2012. El crecimiento del empleo, la reindustrialización, la Asignación Universal por Hijo y la movilidad de las jubilaciones explican el descenso en la desigualdad.

- El sector asalariado, que debía conformarse con un 40,2 por ciento del ingreso nacional entre 1993 y 2001, pasó a recibir el 54 por ciento en el 2012.

- La clase media se duplicó. De 9,3 millones pasó a tener 18,6 millones en el 2012, una mejora del 46 por ciento.

- El PBI creció anualmente un 8,5 por ciento entre 2003 y 2008. Desde entonces el crecimiento ha sido más moderado, pero no cayó como en los países afectados por la crisis desatada en el 2008.

Tal vez por esto, según Latinbarómetro, la democracia es en la Argentina el sistema más popular de gobierno con porcentajes superiores al 70 por ciento.

Claro que, como ha dicho reiteradamente Cristina F. de Kirchner, falta mucho más. Los desórdenes en las provincias en diciembre del 2013 indican la necesidad de una reforma policial que, podemos confiar, será encarada. La capacidad de la democracia de ir haciéndoles frente a las reformas en forma gradual, como apuntó P. Schmitter, constituye una de sus mayores virtudes y quizás esconda el secreto de su durabilidad.

Por último, cuando circulan reiteradamente noticias referidas a la corrupción cabe preguntar si es comparable con la corrupción que significó la caída de la porción del sector asalariado en el ingreso nacional bajo la última dictadura militar, de un 43 por ciento en 1975 pasó a un 25 por ciento en 1977.

Por todo lo antedicho, preferiría que los argentinos no exhibiéramos complejo alguno de inferioridad respecto de nuestras prácticas democráticas. Hagamos lo nuestro como mejor nos salga y no aceptemos, a menos que sea con beneficio de inventario, lecciones ni sermoneos de extranjeros. La mejor garantía de autonomía es un pronto regreso a los superávit gemelos de 2003-2008 y establecer mecanismos de ahorro que reditúen más que el dólar, como se hizo en 2002/3.

Para concluir se puede decir que la democracia argentina puede haber sido el arquetipo de la democracia delegativa, pero ya muestra signos prometedores de evolucionar hacia prácticas democráticas en el funcionamiento de los partidos políticos, de diversas instituciones y de haber efectuado retoques y cambios a aquellas prácticas que los actores políticos relevantes ven como requiriendo reforma. Es todavía más prometedor que se atisbe que el sistema reviste otra de las características de una democracia vigorosa: tiene capacidad de autocrítica y autocorrección.

* Senior Research Associate, Centre of Latin American Studies, University of Cambridge. Ponencia presentada en la mesa redonda organizada por la Universidad de Notre Dame y el Kellogg Institute, el 10 de diciembre de 2013, en la filial en Londres de Notre Dame.

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